Juan Carlos Torre acaba de publicar Diario de una temporada en el quinto piso (Edhasa, 2021), un relato extraordinario que echa luz sobre las decisiones económicas durante la presidencia de Raúl Alfonsín. El texto, de lectura amena, presenta información de gran valor histórico y documental. Su autor integró como subsecretario el equipo económico liderado por Juan Vital Sourrouille, primero en la Secretaría de Planificación (10/12/1983 - 18/2/1985) y luego en el Ministerio de Economía (19/2/1985 - 31/3/1989) en el quinto piso del Palacio de Hacienda, sede del ministro.
Protagonista directo de los acontecimientos, Torre comenzó a grabar y escribir lo que veía y escuchaba. El libro reúne esa información y reproduce también las cartas que le enviaba a su hermana y a una amiga contando sus experiencias.
Juan Carlos Torre (1940) es un prestigioso intelectual argentino. Sociólogo, estudió en la UBA y obtuvo su doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris. Entre 1993 y 2018 dirigió la revista Desarrollo Económico del IDES, una publicación principal de las disciplinas sociales. Es profesor emérito de la Universidad T. Di Tella, donde enseñó durante años. Autor de numerosos libros y artículos, se destacan Los sindicatos en el gobierno (1983), La vieja guardia sindical y Perón (1990) y Mar del Plata, un sueño de los argentinos (junto con Elisa Pastoriza, 2019).
Adolfo Canitrot reclutó a Torre al inicio del gobierno de Raúl Alfonsín para sumarlo al equipo de economistas de Sourrouille. “Necesitamos un sociólogo político que pueda contribuir a armar ideas sobre la sociedad que queremos”, le dijo.
Este libro tiene un valor adicional porque, al brindar un relato detallado e informado del proceso de toma de decisiones durante la gestión económica del presidente Alfonsín, proporciona también un marco de interpretación de los sucesivos fracasos de los gobiernos (y del país). Podría decirse que es una historia que expone el anacronismo argentino y, al mismo tiempo, ofrece una bitácora de navegación para no repetir las mismas tempestades que motivan nuestra decadencia. Es un libro clave para comprender el pasado, y para interpretar la actualidad.
En el relato es perceptible cierta tensión en Torre entre el intelectual que dice lo que piensa y el funcionario que manifiesta su lealtad al equipo económico que integra.
Inmediatamente, la lectura del texto transmite las ansiedades de quienes están aprendiendo a gobernar y el clima sofocante que genera las diferencias entre las gigantescas promesas electorales del gobierno radical y las insuperables restricciones económicas que encuentra en la gestión.
El autor pinta con detalle la complejidad de la gestión pública, cómo se toman las decisiones económicas. Para ello, nos presenta una especie de diorama, con dos planos principales. El más alejado, el que hace de telón de fondo, es el de un gobierno que busca recuperar las instituciones de la República y a la vez cumplir con la promesa de que con la democracia se come, se cura y se educa. Torre marca la relación irreconciliable entre ambas aspiraciones para un gobierno de transición jaqueado, además, por la emergencia económica y la amenaza de sectores de las Fuerzas Armadas por los juicios a algunos de sus integrantes. Es el Alfonsín del primer año de mandato, que decide sostener la bandera de la actualización de los salarios en términos reales -una de sus principales promesas de campaña- a costa de llevar al país al borde de la hiperinflación, convencido de que logrará el ansiado apoyo popular para prevenir una posible regresión autoritaria. Es el gobierno que al tercer mes de asumir ve fracasar en el Senado su proyecto para favorecer la democracia sindical, otra promesa de campaña.
Torre refiere en su libro las contradicciones que motivan los decisiones del presidente Alfonsín, por ejemplo, la dificultad de desprenderse de sus compañeros históricos de partido, como Bernardo Grinspun, que fue reemplazado por Juan Sourrouille en el Ministerio de Economía solo luego de que los persistentes malos resultados económicos se volvieron insostenibles. Recordemos que al renunciar Grinspun recaló en la Secretaría de Planificación que ocupaba Sourrouille, un enroque que testimonia la incapacidad del presidente de separar la lealtad partidaria de la gestión.
Una situación análoga se vivía en el partido de gobierno. Torre cuenta que la UCR consideraba al equipo económico de Sourrouille como un grupo de tecnócratas, “importado”, carente de responsabilidad política y alejado de la realidad cotidiana. Lo integraban, además de Canitrot, José Luis Machinea, Mario Brodersohn y Ricardo Carciofi, entre otros. Esta percepción se consolidó cuando Sourrouille reemplazó -aunque parcialmente- a la vieja guardia de economistas radicales que había llegado al gobierno con Alfonsín, además de Grinspun, Roque Carranza, Enrique García Vázquez y Alfredo Concepción.
El libro expone el paulatino cambio en Alfonsín de una visión dogmática inicial a otra más realista, proceso que transcurre durante los primeros 14 meses de su gobierno y que concluye con el mencionado pase de Sourrouille al ministerio, motivado por los malos resultados económicos. El autor le asigna al nuevo ministro un rol central en la tímida conversión presidencial hacia el pragmatismo y la racionalidad en el manejo de la economía.
Otro aspecto destacable del telón de fondo es el peso brutal de los condicionantes económicos y sociales sobre el libreto que ofrece la política. Esta distancia sideral entre la realidad y la promesa aniquila la posibilidad de pensar y actuar en el largo plazo, sugiere el autor.
Por su parte, en el primer plano del diorama que presenta Torre sobresalen los tres espejos del caleidoscopio donde se reflejan históricamente las crisis económicas argentinas: el déficit fiscal, la inflación-emisión descontrolada y la deuda externa.
Los sucesivos fracasos por contener el déficit fiscal y bajar la inflación recorren todo el libro. Torre advierte desde el inicio la dinámica de las presiones corporativas y la dificultad del gobierno de mantener en el largo plazo políticas macroeconómicas responsables debido a sus condicionamientos políticos e ideológicos. Por ejemplo, recuerda cómo el aumento desmedido de la masa salarial decidido por Alfonsín y el déficit creciente de las empresas públicas hicieron estallar las metas de inflación vía mayor emisión monetaria. Un clásico argentino. El autor menciona que “Alfonsín creía al comienzo de su gobierno que era posible a la vez aumentar los salarios, bajar la inflación y reactivas la economía”.
El autor se detiene en el nacimiento y muerte de los llamados Plan Austral y Plan Primavera, que permitieron al equipo de Sourrouille permanecer en el quinto piso hasta marzo de 1989 a pesar de los resultados. Torre advierte que ambas iniciativas buscan tan solo estabilizar las variables económicas para tratar de mejorar los escenarios electorales adversos a la UCR; tienen un horizonte corto al carecer de la motivación necesaria para modificar en serio los problemas estructurales del país. Aquí reside su fracaso. Califica al Plan Austral como respuesta a la demanda política de ganar las elecciones en 1985, y al Plan Primavera como salvavidas para tratar de terminar el mandato presidencial luego de la derrota electoral de 1987.
Torre relata una y otra vez la repetición de medidas que terminaron en el mismo fracaso: congelamiento de precios, restricciones cambiarias, controles al comercio, retenciones a las exportaciones, préstamos compulsivos de las empresas al gobierno, metas de inflación ficticias, etc.
La relación con el FMI recorre todo el libro. El autor brinda información sobre los reiterados incumplimientos de las metas fiscales pactadas y la posición cambiante del presidente Alfonsín entre patear el tablero y seguir negociando los vencimientos de la abultada deuda externa; también la decisión del ministro Grinspun de falsear los datos económicos que llevaba al organismo internacional y a los acreedores externos para evadir los ajustes, que solo lograban empeorar la situación económica por la dilación de las tratativas.
Al respecto, el autor anota el 1º de abril de 1984 en su diario la siguiente frase de Tróccoli: “Bueno, con el FMI podemos hacer un acuerdo, pero se trata de un acuerdo que no vamos a cumplir. Es para salir del paso.”
El libro aborda profusamente otra de las fórmulas que Alfonsín ensayó, sin éxito: el del acuerdo político para afrontar la crisis. Torre escribe: “En circunstancias tan difíciles, dos son, en principio, los mecanismos para introducir moderación en el comportamiento de los agentes económicos: una política de concertación o una política recesiva.” Él considera inviable poner en práctica políticas de ajuste sin contar con un mínimo de acuerdo con las fuerzas de oposición y las organizaciones de empresarios y trabajadores. Y agrega: “Por su parte, el gobierno habla igualmente de la necesidad de la unión nacional frente a la emergencia económica, pero se cuida muy bien de poner en marcha los mecanismos institucionales para hacerla efectiva” .
Sin embargo, Torre percibe los riesgos que supone avanzar en acuerdos corporativos que invaliden la escasa autonomía del gobierno para tomar decisiones económicas que beneficien al conjunto de la población y favorezcan la puja distributiva que expresa la inflación indomable. Al respecto, no ve con buenos ojos la negociación del ala económica del gobierno con el llamado Grupo de los 15, que derivó en el ingreso al gabinete de Carlos Alderete, líder del sindicato de Luz y Fuerza, como ministro de Trabajo.
Torre ilustra otros de los debates en el que se movió el gobierno radical por esos años, el de gradualismo versus shock, al reproducir el cambio -motivado por la crisis- de la idea originaria de Alfonsín de “ir introduciendo retoques sin hacer demasiadas olas” a “tenemos que comprender una verdad fundamental: no se puede más pensar que las soluciones del país han de lograrse con pequeñas correcciones (…) Las correcciones tienen que ir al fondo del problema.”
El libro reseña que Alfonsín recorrió fragmentariamente casi todas las fórmulas de corto plazo; sin embargo, no se animó a la transformación. Anunció la Segunda República, que no pasó de expresión de deseo. Se opuso a la corporación sindical y luego tuvo que pactar con ella. Solo pudo avanzar, brevemente, con programas económicos ortodoxos, que detonaron por las propias decisiones del gobierno y las restricciones impuestas por la transición democrática. Propuso planes de reformas estructurales que no llevó adelante. Luego de confrontar con la oposición, buscó el consenso; ya era tarde. La sucesión de frustraciones económicas lo llevaron a redoblar sus errores al intentar instalar temas exóticos como la reforma de la Constitución y el traslado de la capital a Viedma, con la esperanza de que estas propuestas movilizaran a la sociedad y cambiaran las expectativas.
La derrota electoral de 1987 fue el preludio del final, que conocemos. La crisis heredada y la impericia de la gestión hizo polvo las buenas intenciones del gobierno. A pesar de ello, la gestión de Alfonsín dejó un legado trascendental: la democracia que hoy disfrutamos. Torre lo destaca.
Al recorrer las páginas de este libro uno tiene la sensación de que nada cambió desde entonces, que repetimos las mismas fórmulas fracasadas, que no hemos aprendido de nuestros errores. Si reemplazamos los nombres que menciona Torre por los que ocuparon los mismos cargos en los sucesivos gobiernos posteriores notaremos que el pasado se proyecta todo el tiempo; reproduce resultados similares.
Este es un libro imperdible para reflexionar sobre el fracaso de la Argentina anacrónica, porque echa luz sobre lo que nos pasó, y lo que nos pasa.