¿Quién sos?

Son los valientes los que se hacen las grandes preguntas

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Esav y Iaakov
Esav y Iaakov

“Si mi teoría de la relatividad es correcta, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no lo es, los franceses dirán que soy alemán, y los alemanes que soy judío” - Albert Einstein.

¿Qué o quiénes definen quiénes somos? ¿Nuestro pasado o nuestro presente? ¿Nuestros padres o nuestros hijos? ¿El contexto o el azar? ¿El fracaso o el logro? ¿La tragedia o el éxito? ¿La caída o la superación? ¿Lo que pensamos o lo que hacemos? ¿Lo que realmente sentimos o lo que finalmente decimos? ¿Los demás o nosotros?

El texto de la Torá de esta semana nos trae la imágen del patriarca Itzjak frente a sus hijos. El relato lo describe anciano y ciego, llamando a su hijo mayor -Esav- para que le traiga una comida especial y así poder bendecirlo antes de su muerte. Su esposa logra escuchar el pedido. Convencida de que su hijo menor -Iaakov- debía ser quien recibiera esa bendición, pone el plan en marcha, le prepara rápidamente un cabrito y lo envía a la tienda de su padre.

Las manos de Iaakov no dejaban de temblar. Se sentía afiebrado por la culpa y la posibilidad de que su padre descubriera el engaño. Como su hermano mayor Esav era velludo, Iaakov decide ponerse sobre sí las pieles que su hermano había dejado en la casa, de modo que su padre no lo reconociera al palparlo. Quizá también para ocultar el sudor y los nervios. La tensión, la mentira, el engaño, el futuro. La lealtad, la inocencia y la cobardía se apoderan del trayecto silencioso hasta la tienda de su padre. Dentro de la soledad de la tienda lo esperaba su padre Itzjak, alimentando el fuego que abrazaría una tarde gris.

La de Esav y Iaakov es la historia de dos hermanos con dos personalidades dramáticamente diferentes. Con dos visiones del mundo y dos formas distintas de autopercibirse en esos mundos. Lo que sucederá a la luz del fuego de esa tienda esa tarde, marcaría para siempre quiénes serían.

Esav lo tiene todo. Carisma, fuerza, valentía. Sale al mundo de caza, y le muestra su poder, su coraje. Es el primogénito, se ve y se sabe completo. Su nombre lo dice todo: Esav significa “Lo hecho” (Asúi) y la suma de sus letras hebreas tiene el mismo valor que la palabra “Shalom”, “Paz”. Esav es ese tipo de personas que se saben totales, y que por eso mismo esperan que el mundo también lo sea. Esav es todo, o es nada. Carece de puntos medios. O lo tiene todo, o nadie tendrá nada.

Mientras tanto, el mundo interior de Iaakov recorre otro plano. El texto dice que estaba siempre “sentado en sus tiendas” (Gen 25:27). No se animaba a salir al mundo. Ni siquiera tenía la seguridad de cuál era su propia tienda. Estaba entre las tiendas, entre las dudas de lo que era y lo que debía ser. Entre el conformismo y la aventura de intentarlo. Entre el silencio de lo desapercibido y el coraje de decir. Su nombre en hebreo significa “talón”. Allí, tan abajo en el cuerpo como su autoestima, y tan imprescindible a la vez, para alcanzar el equilibrio.

Iaakov entra tembloroso a la tienda de su padre, cubierto por las pieles de su hermano Esav, y susurra: “Papá…”. Itzjak responde: “Aquí estoy. ¿Quién sos, hijo mío?” (Gen 27:18).

Podría parecer que Itzjak deviene en un pobre anciano engañado. Sin embargo, es el único en la trama que lo ve todo. Sabemos que estaba ciego, sin embargo escuchaba muy bien. Si escucha la voz de su hijo y la reconoce, entonces ¿por qué pregunta: ¿Quién sos?”. ¿Acaso un disfraz ante un hombre ciego puede lograr que un padre no reconozca a su hijo? La pregunta invade el alma de Iaakov: “¿Quién sos?”. Es como si Itzjak le dijera en esa pregunta: “Es hora que dejes de actuar como otros, vestir como otros, querer ser como otros. Vivir la vida de otros. Hay un lugar esperando ser ocupado por vos, y que sólo vos podés ocupar. Hijo, tenés una sola vida, vivila siendo vos. Elegí la vida, pero elegí tu vida”.

Las lágrimas invaden los rostros de ambos. Itzjak bendice de todas formas a su hijo menor. En el instante en que sale de la tienda, llega Esav con lo que acababa de cazar. Se presenta esperando que su padre lo bendiga. Itzjak -ese hombre ciego que lo ve todo- lo sorprende con la misma pregunta: “¿Quién sos?” (Gén 27:32).

Si ya había hablado antes con su otro hijo, ¿quién otro más que Esav podía ser? Itzjak vuelve a desnudar el alma, ahora de su hijo mayor. Esav sabe que esa bendición le pertenece, la merece, la sueña. Pero ya no está para él. ¿En quién se transformaría ahora, si ya no la tiene? La seguridad interior de Esav se derrumba. Él, que lo tenía todo, que todo lograba, no logra comprender. Su padre lo mira por dentro, con sus ojos transparentes por los años y le dice: “Hijo, no lo vas a tener todo. No va a suceder. Aunque estés convencido de que te lo mereces, el mundo no funciona de esa manera. Hay cosas que vas a perder, que se van a quebrar, que se van a ir. Hay tantas cosas que se van a escurrir de entre tus manos. En ese momento deberás elegir en quién te vas a transformar. Te pregunto entonces ahora, en medio de tu pérdida: “¿Quién sos?”.

Amigos queridos. Amigos todos.

En Torat Hakabalá, la Torá de los místicos, el patriarca Itzjak es relacionado con el valor de la “Guevurá”, “la Valentía”. Son los valientes los que se hacen las grandes preguntas. Y los que abren puertas a aquellos que aman, a preguntárselas.

A veces somos Iaakov, y otras tanto Esav. A veces navegando las dudas y la incerteza y de pronto, dueños de todas las verdades. Hay un lugar reservado y esperando por nosotros. Ese lugar desde el que podemos ser genuinamente, nosotros mismos. Y si bien en el momento en que lo alcancemos, tampoco el mundo logrará ser todo lo completo que esperábamos, sabremos que al fin hemos descubierto quiénes somos.

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