La política es un arte, más allá de los tiempos sin talento que dejan el destino colectivo en manos de aficionados. En una sociedad en retroceso el Estado es el lugar más rentable y seguro para albergar las codicias de los peores. Entre la falta de talento y el exceso de codicia se impone una caterva de personajes despreciables carentes de patria y de bandera.
Son como una selección a la inversa, en lo público y en lo privado vencieron los peores. El último golpe fue el tiro de gracia que terminó con el sueño patriótico. Derrocó la democracia, asesinó a diez mil, endeudó en cincuenta mil millones y perdió una guerra, se imaginaban “la reserva de Occidente”, pero ellos con su perversión y sus miserias impusieron un rumbo del cual, hasta ahora, sólo Raúl Alfonsín intentó salir sin lograrlo. Después de tanta ruindad, sus seguidores hablan de “setenta años” como si algo pudiera ser más trascendente que semejante tragedia, como si pudieran disolver el peor momento de nuestra historia en el devenir de coyunturas menores.
El último golpe fue la desmesura del liberalismo, el golpe definitivo de los traidores a la patria y al sueño colectivo. Fue la imposición de los bancos sobre las industrias, de la dependencia sobre la dignidad, de la muerte sobre la vida. Desde ese momento estamos en caída libre, no jodan con setenta años, asesinar, endeudar y perder una guerra solo ustedes lo lograron y, está a la vista. El cuento chino de Celestino Rodrigo y la explosión del uno a uno desnuda que son más delincuentes deformando la historia que saqueando al Estado. Y la burda guerrilla, que soñaba ser instrumento del Bien y terminó siendo tan solo una excusa para justificar el golpe, esa clase media fracasada convirtió la memoria de sus héroes en prebendas de sus sobrevivientes. Después de semejante degradación ya nada les queda digno de reivindicar. Por eso dicen “treinta mil desaparecidos” para terminar definiendo su identidad con una exageración que se expresa como simple falsificación, una desmesura semejante a la historia deforme que se ocuparon de inventar. Lo cierto es que los golpistas lograron su objetivo, destruir nuestro desarrollo industrial y robarle al Estado todo lo rentable, engendrando una nueva oligarquía parasitaria, tan mediocre y dependiente como aquella que necesitó derrocar a Hipólito Yrigoyen. Ahora la política agoniza en manos de economistas, encuestadores y asesores ecuatorianos o catalanes, como si la ausencia del artista permitiera la exhibición de las veleidades de los críticos.
En tiempos de Perón existían los planes quinquenales, en tiempos de Arturo Frondizi el sueño era la industria pesada, en tiempos de Menem, Macri y los Kirchner, los negocios se convirtieron en la brújula que señala el norte elegido. Los rumbos y las alianzas, izquierdas o derechas, chinos o estadounidenses, no fueron elegidos por la necesidad de complementar el proyecto, sino que constituían el destino en sí mismo. La Venezuela de Chávez o el pacto con Irán se explican por intereses que poco o nada tienen que ver con lo colectivo. Hasta la misma vacuna rusa se entiende desde las ganancias privadas y no desde las necesidades de la salud. Macri no puede explicar la deuda con el Fondo si no lo hace a través de la fuga de capitales de sus amigos y conocidos. Es cierto que la deuda existía, tanto como que trasladarla al FMI no es lo mismo ni para el país ni para los acreedores. Utilizan sus relaciones para fugar capitales y todo eso es desde el último golpe, desde esa destrucción de la industria para imponer el poder de la concentración bancaria. Hubo una primera burguesía que fue agropecuaria, no era lúcida pero se asumía nacional. Luego, una segunda que fue industrial, nace en los años treinta y termina con Martínez de Hoz y Cavallo. Finalmente, surge la nueva que es una mezcla de bancos y empresas públicas privatizadas, dos sectores que no producen riqueza alguna pero se llevan más de lo que generamos, causa central del endeudamiento. Ninguna deuda surge de los planes sociales o de sostener a los caídos, todas son el resultado de los dólares que se roban en pesos y necesitan guardar afuera en moneda dura. Mientras el poder político no sea capaz de imponerle límites a las privatizadas y a los bancos, seguiremos generando deuda y miseria. Y en eso, en lo esencial, votar es perder el tiempo ya que por ahora los candidatos ni siquiera se animan a plantearlo.
Asombra ver al presidente actual y al anterior transitando el ridículo como si la soberbia les impidiera tomar conciencia de la desmesura de sus propias limitaciones. Ni nos gobierna la izquierda ni los otros son liberales, los personajes expresan como nadie la ausencia de proyectos, de ideas y de mística. Se diferencian tan solo por la vocación para administrar el Estado y parasitar nuestra miseria. Deuda y pobreza, en versión de izquierda o de derecha, sutilezas de las burocracias en el intento de ocultar la codicia disfrazándola de ideología. Las elecciones derrocan mayorías y obligan al diálogo. La grieta oculta en las denuncias la ausencia de proyecto. Hay dos años que no podemos desperdiciar, es tiempo de forjar en el diálogo un rumbo compartido que nos reinserte en el mundo, que genere trabajo y divisas y también, esperanzas. Es necesario, imprescindible hacerlo, tenemos recursos naturales y humanos, debemos devolverles el mañana a nuestros hijos. La grieta es la decadencia, lo otro es la política, la discusión esencial sobre el destino colectivo. De eso, por ahora tampoco se habla, es tiempo de hacerlo.
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