Carlota Pérez y el optimismo sobre el progreso futuro

Transformar la lógica del capitalismo del siglo XX requiere un nuevo contrato social capaz de fijar una nueva dirección hacia el futuro y nuevas reglas de funcionamiento de la economía y la sociedad

Carlota Pérez

Explica Steven Pinker que nuestras mentes están más preparadas para capturar y aferrarse a lo negativo, aquellas expresiones de conflictos, asimetrías y contrastes que suelen conducir a estados de incertidumbre y ausencia de esperanza. Para algunos puede ser una condición natural, pero en general las personas y las organizaciones debemos trabajar activamente para construir optimismo. El poder de lo que no funciona, no encaja, genera insatisfacciones, produce resultados decrecientes o injustos, suele ser tan fuerte en los asuntos humanos (más aún en épocas de profundos cambios), que nos expone ante la tentación de abrazar consignas reaccionarias y demagógicas, esas que encuentran en el fragor de emociones negativas multiplicadas el caldo de cultivo para prosperar.

Pueblos enteros suelen quedar atrapados bajo la pregnancia de relatos redentores que simplifican descaradamente el camino de justicia y reparación. A poco de andar, la incapacidad de producir los resultados anunciados con la arrogancia de pretendidas verdades absolutas dispara desencanto y marginación, que suelen ser contenidos con controles y violencia (verbal o física). El mundo transita actualmente un tiempo de inflexión, en medio de una revolución científico tecnológica que recién está a mitad de camino. Y por ello, constituye un desafío universal de proporciones mayúsculas liberarnos de carismáticas voces del atajo y soluciones fáciles o lineales. Y solo puede lograrse si somos capaces de recrear narrativas de progreso que combinen la audacia de las utopías transformadoras con la responsabilidad de las evidencias en base a las cuales es factible construir caminos sustentables.

En este punto clave de nuestro devenir planetario, emerge con radiante impacto la octogenaria figura de la economista venezolana radicada en Gran Bretaña hace ya muchos años, Carlota Pérez. A sus 82 años sigue enseñando, investigando y predicando sobre las posibilidades humanas de construir modelos de progreso y bienestar a partir de las revoluciones tecnológicas que sacuden nuestras maneras de vivir, trabajar y producir. Es experta en el impacto socio económico del cambio tecnológico, autora de muchos ensayos y libros, especialmente el legendario “Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero” (2005). Para quienes no somos economistas, pero participamos del pensamiento y la reflexión sobre los sistemas económicos que facilitan la creación y distribución de la riqueza, constituye combustible intelectual conocer planteos como los de Carlota, que trascienden con fundamentos innovadores los habituales polos: equilibrios naturales de los mercados, por un lado, y dirigismos que pecan de voluntarismo, por otro.

La obra de Carlota Pérez, completada y enriquecida por muchos otros expertos, es en sí misma una narrativa optimista sobre el futuro de la economía y la sociedad. Un relato creíble y comprensible, al que pueden recurrir los líderes del mundo que tienen la enorme responsabilidad de dirigir destinos colectivos en tiempos post Pandemia y de aceleración de la economía digital al ritmo de los avances de la inteligencia artificial, la realidad virtual y la computación cuántica. Pero, sobre todo, un relato sensato, basado en el análisis riguroso de la secuencia transformacional de las revoluciones tecnológicas anteriores a la actual, la fuerza de las evidencias que genera la ciencia, y también la confianza en la construcción colectiva de modelos e instituciones capaces de encauzar y moldear las fuerzas de la innovación y la creación, que explican buena parte de la evolución humana.

El núcleo de su análisis tiene que ver con la propuesta de comprensión de la dinámica bajo la que suceden las revoluciones tecnológicas en la historia humana. Pérez advierte en todas ellas, durante los siglos 18, 19 y 20, un patrón que se repite, conformado por tres grandes etapas. En primera instancia, la instalación de las nuevas tecnologías motivadas por creadores y emprendedores, que suele generar una etapa de ebullición y burbuja con vanguardias que las explotan y efectos asimétricos que disparan desigualdades. Luego se configura lo que denomina un “punto de inflexión”, etapa que suele estar signada por recesiones y tensiones propias de la transición del cambio de paradigma productivo y finalmente emerge la “edad de oro” de la prosperidad, cuando se logran diseñar e implementar los modelos institucionales y regulatorios que permiten la adopción y aprovechamiento generalizado de las nuevas tecnologías y los saltos de productividad que ellas suponen.

Bajo este marco conceptual, el mundo asiste en esta tercera década del siglo XXI recién iniciada a un verdadero punto de inflexión, determinante para el futuro próximo de la Humanidad. De la capacidad de los líderes mundiales para conducir la transición hacia una economía impulsada por los propulsores digital y ecológico, depende en gran medida la posibilidad de arribar pronto a una nueva era de progreso y bienestar colectivo. Y Carlota Pérez es optimista acerca de nuestras posibilidades concretas para lograrlo, de la misma manera que se logró en épocas anteriores de transformación, como por ejemplo la de la mecanización y producción en masa de inicios del siglo XX, que fue capaz de crear las grandes clases medias en el mundo, a través del empleo estable, la educación universal y la adquisición de vivienda y automóvil propio como patrón económico y cultural.

Esas etapas de prosperidad en las que todos ganan constituyen una posibilidad concreta del capitalismo como sistema de creación de riqueza. Pero no necesariamente suceden por obra de la espontaneidad de los mercados. La armonía entre el mundo de los negocios y la complejidad de una sociedad requiere de una construcción mayor y complementaria a la virtuosa dinámica de los mercados. Las herramientas para ello son los liderazgos públicos y privados, la economía política como disciplina eficaz para crear buenos marcos de incentivos y regulación y los diseños institucionales que definen las reglas de juego para competir, construir confianza y alinear expectativas de los actores. Todo ello se desprende con mayor facilidad, según Carlota Pérez, cuando la dirigencia de un país es capaz de darle al inexorable cambio tecnológico una dirección clara y sinérgica, bajo un sentido de misión colectiva. Constituye un vacío insalvable para la sana construcción de futuro cuando el Estado adolece de las capacidades para liderar estos procesos o simplemente cuando rehúye hacerlo transfiriendo dicha responsabilidad a grandes compañías tecnológicas.

El optimismo en la capacidad humana para diseñar progreso se renueva en el análisis de Pérez cuando afirma con elocuencia que, aún en el marco de la dolorosa transición en la que mundialmente estamos, se están poniendo los cimientos de esa nueva era de prosperidad compartida que ella define como economía digital, verde, justa y global. Digital, por las nuevas posibilidades de creación y distribución de valor que vienen del software y productos y servicios intangibles en general; verde, por la transformación de procesos y actividades para ser amigables con el ambiente dando forma a una promisoria y diversa industria ecológica; global, en base a la recreación de instrumentos de comercio, cooperación y financiación que vendrán luego de esta etapa de globalización con resultados asimétricos, especialmente para financiar la tracción hacia el desarrollo de los países del Sur a través del dinamismo de la transformación industrial del Norte desarrollado; y, finalmente, justa porque crece la conciencia acerca de que las desigualdades están logrando niveles insostenibles y que pueden revertirse con nuevas ideas para compartir más equitativamente los frutos de la abundancia material y tecnológica, sin romper el capitalismo como fuente principal de creación de riqueza.

Suena bien. A veces estos planteos pecan de construcción intelectual, alejada de las dificultades cotidianas para transformar el paradigma industrial del Siglo 20. No es el caso en la obra de Carlota Pérez, donde abundan los ejemplos concretos para sustentar su interpretación de los tiempos. Como el caso de la oportunidad real de una comercialización masiva de bienes durables (electrodomésticos, automóviles, etc) a través de mecanismos de alquileres accesibles en lugar de compra de la propiedad de los mismos, lo cual podría poner fin al mecanismo de la obsolescencia programada, responsable de buena parte de la carrera por el crecimiento que está agotando el Planeta, pero sin por ello dejar de producir bienes y servicios que tanto bienestar nos han traído y, además habilitando una nueva dinámica de valor y empleos orientados a la logística, el mantenimiento, la instalación y otros espacios de habilidades de las personas. No es necesario caer en el extremo del decrecimiento, que muchos predican, para salvar el Planeta, sino más bien que nuevas maneras de expandir y desarrollar las economías sean compatibles con ello.

Transformar la lógica del capitalismo del siglo XX requiere, para Carlota Pérez, un nuevo contrato social capaz de fijar una nueva dirección hacia el futuro y nuevas reglas de funcionamiento de la economía y la sociedad. Que enorme contribución al pensamiento para la acción cuando alguien puede unir aportes como los de Thomas Khun y sus cambios de paradigma, de Schumpeter y sus inevitables procesos de destrucción creativa o de Karl Polanyi y los acuerdos sociales que dan el marco para el mejor funcionamiento de los mercados. Todo eso une Pérez en su obra para ayudarnos a pensar respuestas innovadoras y sustentables a la gran pregunta de nuestros tiempos: ¿Cómo gobernar la economía digital que tantos beneficios nos trae y ponerla al servicio de una nueva era de prosperidad para las mayorías? Pasar de la economía del miedo y la incertidumbre a la de la transformación y esperanza es el gran legado de Carlota Pérez. Ojalá primen las mentes abiertas y los buenos liderazgos para hacerlo posible.

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