Puto

Soy de los que creía que contar mi elección sexual era un acto de discriminación. No entendía que efectivamente la discriminación a la que se me invitaba era tal, pero positiva

Guardar
Una bandera LGBTI durante una
Una bandera LGBTI durante una marcha del orgullo gay. (EFE)

Hace muchos pero muchos años -bien podrían ser 30- el gran Guille Lovagnini, uno de los pioneros en la lucha por los derechos de las minorías de Rosario, me dijo: “Estamos avanzando. Pero hacete a la idea que en cualquier discusión alguien, para despreciar tus argumentos, te va a decir puto de mierda. Nos falta mucho en la lucha”.

El amigo tuvo razón. Me dijeron varias veces puto en medio de un debate o simplemente como modo de herir. Hace 30 años me dolía. Y mucho. Hoy, siento que cada vez que me lo dicen, me describen como quien soy y se descalifican creyendo que hieren. Suelo responder: “Ya lo conté yo. Traeme novedades”.

Soy de los que creía que contar mi elección sexual era un acto de discriminación. La heterosexualidad no se cuenta, me escuchaba decir como modo de protesta a este ¿reclamo? que personas amigas, queridas, me hacían. “Tenés que contar quién sos. Y más, desde el lugar de cierta notoriedad que ocupas”, me decían. No entendía que efectivamente la discriminación a la que se me invitaba era tal, pero positiva. Las discriminaciones positivas (possitive actions) son el modo de colocarse en un espacio distinto, de cierta segregación, con el fin de que ese espacio se ensanche, se agrande. Allí están (estamos) los que somos menos pero iguales. O distintos, pero idénticos ante la ley. El cupo femenino, las cuotas de ciudadanos de distintos orígenes que deben ser respetadas en universidades, espacios públicos y demás cumplen con ese sentido. Nivelar la cancha para jugar todos con cierta base de igualdad. Producida esa igualdad, las discriminaciones cesarán. Pero aún falta.

Recuerdo estar al aire en la tele de mi ciudad con un intendente del conurbano rosarino al que había denunciado por ser ñoqui, él y su familia, del congreso provincial. Exactamente hace 32 años. Las pruebas eran irrefutables. El tipo me cortó en seco y me dijo: “Diga lo que quiere de mí. Yo también puedo decir cosas de usted que no le van a gustar a su familia”. Me sentí en falta. Sentí que los demás veían en mí esa falta. Enmudecí. El intendente se levantó de la mesa y cuando el conductor del programa mandó al corte comercial asustado por el tono de la conversación, me dijo “mas vale ladrón que puto”.

Ese conductor, la productora del programa, los técnicos, todos sabían que yo era homosexual. Nunca hice nada ante ellos por disimularlo pero tampoco hice nada, y hoy me lo reprocho, por hacerlo público y seguir trabajando como hasta entonces. Bien, regular o mal. Pero contar a todos quién era y obligarlos a argumentar a favor o en contra de lo que pensara con independencia de con quién me acostase.

Dady Brieva me dijo no hace tanto en una entrevista en la que me reprochaba mi posición crítica de este gobierno: “Te hiciste puto. Mirá si no te vas a hacer peronista”. Injustamente salieron a criticar al actor acusándolo de discriminador. Intenté explicar que nuestro vínculo afable de entrevistador y entrevistado permitía ese giro. Dije, sinceramente, que no me ofendía que me dijera puto. Porque lo soy. Y porque reconocerlo, creo, desactiva el desprecio con el que suele usarse el término. Siento que el insulto califica al que lo dice. No al que lo recibe.

Fernando Peña enseñó a decirse puto, puto lindo, para acostumbrar a muchos a ese sustantivo y quitarlo del mundo del insulto.

¿Y al chico que le dicen puto en un pueblo lejano de la realidad porteña que avanza y se amplía? ¿Y a la chica que le dicen “torta”, que está sola, que sigue sufriendo? ¿Y a las chicas Trans que les dicen “los” travestis, las trolas, “los” travas? ¿Y los que quieren ejercer su derecho a la autopercepción y son insultados? ¿Y a quien quiere reservarlo con todo derecho en su intimidad y no hacerlo público? Claro que reconozco la diferencia, la intromisión autoritaria y el sufrimiento. Por eso mismo que supe hace treinta años. Porque falta. Falta mucho.

Hace 3 décadas se hizo la primera marcha del orgullo que se repetirá este sábado desde Plaza de Mayo al Congreso. Hace 30 años aparecía la primera publicación de la diversidad que se recuerda cada noviembre. ¿Qué falta? Mucho. Igualdad laboral, reconocimiento social, médico, cesación de la persecución y tanto más. Falta, esencialmente, que un modo elegido de vivir, de vivir en el placer, en el goce, sea una fiesta de la diversidad celebrada por todos en agradecimiento porque la diferencia, lo distinto, nos hace mejores. Si el deseo es el mejor arquitecto de la vida, el deseo distinto construye entornos más deseantes, más ricos.

Eso es la marcha del sábado. Eso es este mes de noviembre 2021. Más deseo, más diversidad, más respeto, más derecho, más placer, más sentido inmenso de la vida única, breve e irrepetible.

Post scriptum: te imagino leyendo esto con “miedo” de ser en público quien sos. Te imagino con “Miedo a contarlo”. Creo, no tengo certezas -cada día que pasa , acumulo mas dudas que certezas, cosa que me ayuda a pensar-, que el miedo a no animarte a perder, sin saber si eso ocurrirá, es mucho peor que la certeza cómoda de no haberte movido, de no dar un paso de verdad, porque cristalizará, sin dudas, la pérdida de tu todo deseo. De ser vos, en serio. Te espero en la marcha.

Guardar