¿Cuándo comenzó la crisis de los partidos políticos, en 1989 o 2001?

Hay un acuerdo de fichar la crisis actual de las organizaciones partidarias en 2001. Pero podría ser al revés: la crisis de los partidos, que venía desde 1989, no pudo amortiguar la violenta conmoción económica y, por el contrario, la agigantó

En las elecciones de 1989, Carlos Menem derrotó a Eduardo Angeloz y se convirtió en el sucesor de Raúl Alfonsín en la Presidencia

Seguramente no es menor dilucidar este intríngulis puesto que no es lo mismo para una persona, al igual que para un país, tener diez años más o diez años menos. Hay en el espacio de la intelligentsia argentina, como en el de la política, un acuerdo, a mi parecer equívoco, de fichar la crisis actual de las organizaciones partidarias en el año 2001. El sacudón fue tan grave y profundo que cegó al más pintado. “¡Allí estallaron los partidos!”, afirman al unísono. No comparto. Creo que podría ser al revés. La crisis de los partidos que venía desde 1989 no pudo amortiguar la violenta conmoción económica, por el contrario, la agigantó.

Entonces, una primera pregunta: ¿qué define o identifica a un partido? Naturalmente su identidad de origen, de modo que cuando esta se altera o se modifica en función de nuevas realidades, acaecen las crisis que devienen en divergencias y fracturas, que son inevitables, pero también saludables. Veamos algunos ejemplos históricos que pueden contribuir a echar un poco de luz en estos asuntos.

Uno de los primeros partidos modernos de la Argentina fue el PAN (Partido Autonomista Nacional), eje sobre el cual giró la Generación del 80. Su objetivo o razón de ser radicó, entre otras cosas, en el definitivo triunfo de la unión nacional y la organización del Estado, la conformación territorial del país, la alfabetización, la separación de la Iglesia del Estado, darle una Capital a la Argentina. En fin, no corresponde a esta nota a enumerar todas sus realizaciones. Sin embargo, algo faltaba en su programa, se ausentaba la democracia, la participación popular.

Cuando ella comenzó a avanzar en el mundo, con reformas electorales en Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Bélgica y España, entre otras, la Argentina no podía mantenerse aislada de esta ola mundial. El PAN, dividido por esta y otras razones, perdió su vigencia y un sector minoritario de ese partido, los Modernistas, abrieron la nueva etapa. El radicalismo tuvo entonces una esencia de origen: por un lado, ser la primera expresión de la democracia popular y, por otro, la continuidad plebeya del modelo económico en vigencia. En el año 30, todo vuelve a cambiar y otra vez fue la influencia externa la que metió la cola. Se hundió el mercado mundial y con él la Argentina. Todos los partidos que venían del antiguo régimen perdieron identidad. ¿Qué hacer ante las nuevas realidades? ¡Cambiar! Conservadores, liberales, socialistas, demócratas progresistas y radicales tuvieron que pensar de nuevo y esa saludable actitud provocó crisis partidarias. Apenas un ejemplo. En 1929, siendo presidente Yrigoyen, firma con Inglaterra un acuerdo con Lord D’Abernon, por el cual cada uno de los países abría un crédito por cien millones de pesos. La Argentina podría entonces adquirir materiales de fabricación inglesa e Inglaterra, adquirir cereales y carnes, profundizando la economía complementaria. Años después, frente a otro mundo, los radicales no sabían para que lado disparar. Estaba Forja, industrialistas antibritánicos, el alvearismo, todo lo contrario, los unionistas parecidos a estos y Sabattini, un híbrido amigable. Hasta que en 1945, con el programa de Avellaneda, el radicalismo actualizado ya fue otro. Sería muy extenso abordar al conservadorismo, la democracia progresista y el socialismo. Pero todos tuvieron que actualizarse y vivieron crisis profundas.

En la década del 60′ un nuevo turbión mundial sacudió las estructuras partidarias. La Guerra Fría en plena expansión afectó nuevamente las identidades políticas. El marxismo, el foquismo, el elitismo revolucionario, tan de moda por aquellos años, de una u otra manera obligó a los partidos a rever su identidad. Fueron afectados fundamentalmente el radicalismo, el peronismo y el socialismo, que dieron cabida a su interior, con mayor o menor intensidad, a una mirada sesgada al marxismo y la violencia. Pero siempre la ola venía de afuera.

Sin más pasemos a la actualidad. El gran cambio del siglo XX fue la caída del Muro de Berlín y el ocaso del comunismo. Con ellos se fueron viejos paradigmas arraigados en nuestras formaciones partidarias. Por ejemplo el estatismo, las regulaciones, el igualitarismo, el tercerismo, el antiimperialismo, por poner algunos ejemplos. Es en ese momento cuando entran en crisis identitarias los grandes partidos políticos: radicalismo y peronismo. En el radicalismo, Alfonsín y Angeloz. Uno expresaba el ayer, el otro el presente. Uno la prehistoria estatista de las joyas de la abuela y el otro el modernismo del lápiz rojo. Estas diferencias insalvables hicieron que Alfonsín como jefe del radicalismo le retirara su apoyo al presidente De La Rúa, con las consecuencias que esto trajo: esto es el 2001. De modo que el 2001 no provocó la disolución del radicalismo, este ya estaba en estado de agonía. En esto hay que ser preciso.

En el peronismo las cosas marcharon en la misma dirección. El doctor Carlos Menem, al asumir la Presidencia, se acopla a la ola mundial y entonces, el acuerdo con Bunge Born, ogro maldito del peronismo de origen, Alsogaray, las privatizaciones, la desregulación, la novedosa política exterior de amistad con Estados Unidos e Inglaterra, el final del tercerismo. En síntesis, una novedosa alianza social ajena al peronismo de origen. Esta política hizo estallar al justicialismo. Los disidentes crearon el Frente Grande, el Frepaso y con Bordón y un sector del movimiento obrero enfrentaron a Menem. En las dos formaciones se cantaba la marcha peronista.

Finalmente el doctor Duhalde con su candidatura, asumió la jefatura del peronismo progre y fue derrotado por la Alianza. La fractura era profunda, porque al igual que la radical, era ideológica.

Hay que recordar las palabras de Duhalde al calificar a Menem en 1998 de ser la cara argentina de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, esto es la derecha del capitalismo salvaje. Cuando el doctor Duhalde asume la Presidencia, en un determinado momento y quizás bajo los efectos del progresismo que anidaba en su partido desde los 90, pensó en nombrar ministro de Economía a Carboneto, un peronista precámbrico. Fueron los gobernadores peronistas del interior, amigos del noventismo, que se opusieron a ese nombramiento y a convocar a elecciones. Esto hizo que Hugo Moyano declarara: “La mayoría del justicialismo está imbuido de un pensamiento liberal” (La Nación 26/4/02).

Las novedades mundiales y sus cambios culturales trabajaron las internas partidarias. Pero esto comenzó en 1989 y no en el 2001. Es tiempo que la intelligentsia argentina, trabajada también por esta fractura, al menos y sin ponerse en juego, identifique el origen de la dispersión partidaria. Habría que preguntarse que esconde ubicar en el 2001 lo que ocurrió a partir de 1989.

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