No es algo nuevo. Pero la dinámica de las elecciones bianuales en nuestro país hace que, a veces, lo más obvio sea olvidado. En quince días los argentinos votaremos cómo queremos cada uno de nosotros ser representados en el Congreso Nacional. Eso se promediará en la Cámara de Diputados con cómo quisimos ser representados hace dos años y en la Cámara de Senadores aún deberemos convivir dos años más con nuestras propias opiniones sobre el país y sus políticos de hace cuatro años atrás.
Es decir, en términos reales y aunque toda manifestación electoral tenga sus consecuencias, el 15 de noviembre el Frente de Todos, Juntos por el Cambio y el resto de los partidos políticos sumaran o restarán diputados y senadores. No se elige Presidente, ni ministro de Economía, ni acuerdo o no con el Fondo. Se eligen solamente diputados y senadores que se sumarán a muchos otros que ya están sentados en sus bancas. En términos estadísticos un 80% del Congreso seguirá teniendo el mismo color partidario que tiene hoy (cambiarán sólo los nombres en el mejor de los casos) y sólo un 20%, con toda la furia, cambiará de color.
El problema es que los argentinos caminamos hacia esta nueva elección con un grado tal de angustia en lo personal y en lo colectivo (no importa de qué lado de la grieta se esté) que todo hace presumir que el resultado de la elección -mas allá de los guarismos finales-generará frustración.
Es que desde las PASO de octubre hasta hoy, y en gran parte por la poca tolerancia a la frustración que demostró tener el Gobierno, y por la anticipación de las internas por parte de la oposición, la discusión pública terminó confundiendo a un electorado ya de por sí ansioso.
El 14 de noviembre no cambiaremos intendentes, ni gobernadores ni al Presidente. Pero en algún punto del inconsciente colectivo parecería que sí.
Es que el votante de a pie no aguanta más. Cada vez tiene más corta la mecha y menos alternativas. Desde 2011 que ese electorado no vota a favor de, sino por oposición, hartazgo o rechazo. Nadie debería confundirse. Los candidatos no son elegidos por sus talentos naturales. Son elegidos por contraste a la desilusión que provocó quien los precedió.
Argentina como país hace demasiado tiempo que no se enamora. Hacemos contratos cada vez más cortos por conveniencia o descarte.
Si la clase política no toma nota de esta realidad y no vuelve a las fuentes para reconectar con el sentido primario de su deber ser que es mejorarle la vida a la gente, la frustración generalizada se llevará puesto al sistema. Y con las características históricas que tenemos como sociedad en la que todo aquí llega al punto del paroxismo, ese sí que será un viaje de ida.
En el mientras tanto el oficialismo actual y la oposición siguen poroteando hasta el día de la elección. Esta semana con la irrupción estelar de Mauricio Macri. Que empezó su campaña en Dolores y terminó anoche en un estudio de televisión.
Hay que reconocerle al ex Presidente que el descanso le sienta bien. Y que en el actual desconcierto y confusión a nadie se le puede quitar la ilusión de volver a ser. Ponderar sus chances de retorno al poder por el grado de (des) movilización militante del miércoles es una falacia. Ese nunca fue el fuerte de Macri.
Sí, el de la centralidad política. Una de las pocas características que comparte con el espejo en el que hoy gusta mirarse: el de Cristina Kirchner. Macri llegó a Dolores para dar explicaciones por el espionaje a los familiares del ARA San Juan y salió como si fuera la víctima. Hay que reconocerle ese talento de bumerang. Mientras su abogado denunciaba el supuesto “papelón del juez” por no haber pedido la eximición de confidencialidad prevista por la ley 25520, el abogado querellante y padre de una de las víctimas, Luis Tagliapietra, lo vio como una chicana de Macri para ganar unos días más.
Consultado por Infobae, el fiscal Federico Delgado fue aún mas allá: “Si el abogado hubiese sido leal con el proceso avisa antes que no está el permiso. Pero hay abogados que no son leales, que son pica pleitos (sic)”.
Ahora bien. ¿Con qué necesidad en tiempo récord Alberto Fernández terminó firmando casi en el Free Shop de Ezeiza el decreto liberando del compromiso de confidencialidad a Macri? Es casi uno más de los tiros que el oficialismo se pega en sus propios pies. Fue casi como dar la prueba de que había intencionalidad política detrás de la causa. Sobre todo por la premura. Cuando la historia indica que no hay político argentino que haya tenido que concurrir tantas veces a tribunales para dar explicaciones de su pasión por el consumo de información de inteligencia como Mauricio.
Googlear macri+espionaje es un clásico de las redacciones argentinas desde que el ex Presidente era Jefe de Gobierno, “Fino” Palacios incluido. Esa causa se cerró a días del su asunción como Presidente, pero queda pendiente las escuchas ilegales de la AFI de Macri a líderes políticos de su propio partido y ahora las de la causa de Dolores. Muchas coincidencias para un mismo tipo de delito que siempre lo tiene bajo sospecha.
El voyeurismo parece ser un vicio tan antiguo como heredado. O una forma de ejercer el poder. Pero mas allá y más acá de la grieta, los familiares del ARA San Juan merecen justicia.
Aunque Horacio Rodríguez Larreta haga todo lo posible por erigirse en el candidato natural del espacio opositor, falta mucho tempo y agua por correr. Está claro que Macri está lejos de jubilarse. Y aunque el acto de los radicales en Ferro pasó bastante desapercibido el partido de Alfonsín quiere llegar al 2023 con candidato expectable y propio.
Para el Gobierno, mientras tanto, pensar en la próxima rueda electoral es una subida al Everest. Las urgencias están mucho mas acá. Por lo pronto, aguantar la corrida cambiaria preelectoral, coincidir en la estrategia de negociación con el FMI y terminar de definir los cambios de gabinete del 15 de noviembre.
Algunas cosas empiezan a configurarse. Energía, por ejemplo, saldrá de la égida de Martín Guzmán para convertirse en ministerio. El cambio ya fue acordado por Alberto y Cristina. Hay que elegir ahora quién se pondrá el traje porque quien iba a ocupar ese lugar fue ungido con otro ministerio en la urgencia de los últimos cambios ministeriales post PASO.
En cuanto a la negociación con el FMI, y más allá de que en lo discursivo el Gobierno parece endurecerse, por lo bajo explican la estrategia de manera didáctica: “No existe negociación si no existiera la posibilidad de la ruptura. Esa es la diferencia entre negociar y obedecer”.
La relación con el fondo estaba macrizada. Era una relación de simple acatamiento. Por eso él se ufana de poder cerrar el acuerdo en cinco minutos (anoche en la Mesa de Mirtha con Juana Viale). “Porque no discutiría nada. Eso no es negociar. Eso es obedecer”. Quien habla está en el centro de la negociación con Kristalina Georgieva. Y no es de la Cámpora ni es K.
Aunque en el contexto de la renegociación de los casi 50 mil millones todo parece poco. Hay dos hechos que Guzmán y Fernández se traerán de regreso de Roma como una pequeña victoria. El hecho de que el G20 se sume al pedido argentino para que el FMI modere las sobre tasas a los países sobre endeudados. Y la certeza de que el próximo año se creará el Fideicomiso de Resiliencia y Sostenibilidad (RST) del FMI.
Algo así como una nueva línea de crédito a largo plazo para países de ingresos bajos o medianos (ahí entraríamos nosotros) para paliar, entre otras cosas, los efectos de la pandemia y hasta reformas estructurales relacionadas con el cambio climático.
Guzmán quiere convencer así a propios y extraños de conseguir un acuerdo lo mejor posible por la actual deuda con el FMI y pagar después parte de esa deuda con un nuevo crédito con plazos mas Largos y condiciones mucho mas flexibles.
Eso en el mundo ideal de Guzmán. En el mientras tanto cuando vuelva de Roma deberá enfrentar el nuevo índice de costo de vida que volverá a marcar por encima de los 3 puntos y la pérdida de reservas del banco central por la corrida cambiaria preelectoral.
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