Lo que los políticos callan respecto de la educación

Durante las últimas décadas se han llevado adelante reformas de forma, pero no de fondo en cuanto a estructura y contenidos

Escuela primaria en la Ciudad de Buenos Aires

Con el retorno de la democracia se organizó el Congreso Educativo Nacional de 1984, cuyo antecedente similar databa de un siglo atrás. Lamentablemente, desde entonces hasta aquí, la educación no estuvo en agenda de las gestiones como un plan estratégico de desarrollo y consolidación de un modelo de país para las décadas subsiguientes.

Se tomaron medidas, se discutieron asignaciones de presupuestos de PBI, se descentralizó el sistema, se debatieron paritarias anualmente, se dieron reformas de forma pero no de fondo en cuanto a estructura y contenidos. Sin embargo, no ha habido ningún plan centrado en cómo se instruye a los profesionales de la educación o cuánto necesita un país invertir en décadas -más allá de quien gobierne- en ciencia, tecnología, investigación. No se analizan ni contrastan resultados para sostener lo que está bien y modificar o potenciar aquello que lo necesita.

Con la pandemia la educación volvió a entrar en escena, pero desafortunadamente fue por los efectos catastróficos que iba a dejar y que hoy se comienzan a vislumbrar. Poner en agenda temas de desarrollo humano y que proyectan dos generaciones al menos, no debe ser por emergencia, sino por diseño y estrategia. La emergencia se surfea cuando hay un plan, cuando hay alternativas y, en última instancia, si la situación se desborda como sucedió en 2020, se diseña una estrategia con especialistas diversos, con un marco ya implementado. Es decir que la pandemia de COVID confirmó que, no solo estábamos endebles en aspectos de salud y educación, sino que la brecha de acceso a las mismas es escalofriante y todo lo que se hizo para que las consecuencias no fueran más graves se sustentaron en la emergencia y no en algo sólido que venga para quedarse.

En este sentido, detengámonos a mencionar dos casos de países que supieron salir o comenzar a entrever un posible camino para superar crisis profundas.

En el caso de Finlandia, desde hace una década se lo menciona como un paradigma de la calidad educativa, principalmente por sus resultados de evaluaciones internacionales y su estructuración del sistema. Reconozco muchísimos aspectos para aprender, pero de ninguna manera es un modelo replicable o importable, tanto por razones culturales, sociales, como geopolíticas. Sin embargo, sí es un dato a no perder de vista que esos “resultados” no fueron mágicos. Lo que es para imitar es el proceso de diagnóstico y detección de debilidades en la sociedad respecto de la educación desde hace más de 3 décadas: deserción creciente, alumnos sin terminar el nivel secundario, pauperización de perfiles de trabajo, accesibilidad a mejores condiciones a quienes podían acceder a escuelas exclusivas o al exterior.

Finlandia es un país que pensó a futuro y eligió planes de gobierno que sustentaran ese proyecto y no personas que individualmente prometieran todo para luego hacer poco.

Eso implicó una enorme reforma que incluyó a la educación y hubo que rediseñar el sistema, la formación de profesores y su revalidación profesional, la necesidad de crear instancias, solicitarles que articularan con las escuelas como contención y ampliación, como son las maravillosas bibliotecas que se asimilan a centros culturales y laboratorios de experimentación. Sumado a esto, una trazabilidad de niñas, niños y jóvenes del sistema en cuanto a su salud y desarrollo y un fuerte trabajo del estado con las familias.

En definitiva, Finlandia no es la meca que es por los resultados, si no que debería ser una inspiración por la sencilla razón de que un acuerdo explícito de dirigentes y tácito con la sociedad, proyectaron cambiar su realidad para la próxima generación.

Por otra parte, Portugal ha sido un país gravemente pauperizado y con pocos recursos para encaminar a su población. En las últimas décadas comenzó a trazarse un rumbo que impactó en dos sentidos muy representativos. En primer lugar, comenzó a reportar significativas mejoras en resultados de evaluaciones educativas y, a la vez, una generación que ronda los 30 años empezó a regresar a su país luego de haberse formado y haber experimentado trabajos en el exterior, con el firme propósito de aportar a su país.

Los grandes cambios y transformaciones de una sociedad suceden cuando los dirigentes políticos escuchan sensiblemente a sus representados y proyectan un futuro de mediano plazo, en donde el bien común prime. A la vez, las diferencias que existen se sostienen pero se subsumen en un futuro común y mejor para cada uno de los ciudadanos a través de leyes, programas y medidas sostenidas que combinen acciones vinculadas con la salud, la educación, la economía, la seguridad y el trabajo (tan simple y tan complejo a la vez).

Lo que los políticos callan respecto de la educación es grave porque no cuentan o diseñan a un futuro colectivo, porque no nos dicen qué van a hacer y qué no respecto de la educación como traccionador social.

¿Quienes callan lo hacen Porque no saben, no les interesa o porque es mejor seguir así? Ojalá que aquellos políticos y funcionarios que piensan y miran más allá de un periodo electoral y proponen un país para las próximas décadas, se reúnan, sumen a educadores, científicos, especialistas de distintas áreas, tecnólogos, empresas, ONGs. Y a su vez, se inspiren en otras regiones para crear un gran proyecto educativo articulado con un marco político, social, económico y cultural, que será simplemente diseñar el país que podemos y nos merecemos.

SEGUIR LEYENDO: