Trataré de explicar en forma resumida por qué entiendo que Argentina ha preparado su propio caldo para entrar en una nueva y auténtica Revolución, la tercera de su historia, entendiendo a las mismas, desde la definición primera de Aristóteles. Estoy convencido de que el país ha tenido solo dos, y no más que dos revoluciones de pura cepa. Demasiadas pocas, para un país sin duda con una historia tan corta.
Las dos grandes revoluciones fueron la de 1810 y la de 1945. La primera, cuando una serie de mercaderes, personas influyentes, clérigos y algo que recién empezaba a llamarse tímidamente pueblo (o esclavos hartos) decidieron dar el basta y se le plantaron al Virrey, que ya ni jefe tenía. Fue un 25 de Mayo y, aunque hubiera llovido o no, el país comenzaba a delinear un formato sin España, su colonizador. La segunda fue el 17 de Octubre de 1945, momento en que los silenciosos, los cabecitas negras, los laburantes de a pie, sin necesidad de choripanes ni de micros ni de venales planes, simplemente marcharon a una Plaza. Nacía a la realidad para convertirse luego en mito, el General Perón ante la mirada azorada de un conservadorismo timorato. Metieron sus “patas” en la fuente y dieron vuelta la historia para siempre, en lo que significa la relación con el Trabajador. Brotaba otra nueva era. Ojalá el lector tenga la capacidad de abstracción para darse cuenta que, por fuera de que se critique al peronismo y la nada que quedó de él, ese hito del 45 marcó para siempre jamás una relación de fuerza distinta entre Trabajo y Poder.
Usted podrá compartir o no esta teoría de las dos únicas revoluciones que de cuajo impusieron (traumáticamente) un nuevo orden. Vengo a escribir esto, ya que estoy convencido de que la Tercera Revolución se está gestando. Hay demasiados signos en la sociedad, que ya no solo muestra su hartazgo sino que es acompañada con índices estrafalarios de pauperización en su economía. Estamos en una mezcolanza de indigencia, ausencia de esperanzas, cansancio y sobre todo viendo la obscenidad de los mandatarios, quienes no solo se muestran aislados del pueblo, sino que presumen de sus conchabos asegurados. Allí vamos frente a un abismo no lejano. Vengo escribiendo sobre estos temas desde hace exactamente un año, cuando zampé que el país iba derecho a una crisis. Y pucha que acerté. Durante un año entero, desde diversos ángulos, traté de ir contando la noche que se venía. Hoy, ya dando la vuelta al codo, lo que tenemos enfrente no es una crisis más. A mi entender, estamos ante la tercera Revolución de la Historia Argentina.
A lo largo de la historia, en todos los países del mundo siempre han existido hechos puntuales, a veces brutales, que desencadenaron procesos de cambios profundos. El latín, que todos nos enseña, indica que la palabra “Revolución” deviene de “revoltum” que básicamente significa “dar vuelta algo” o en términos criollos, “poner patas para arriba alguna cuestión”. Los siglos y la sabia historia han asimilado la palabra “Revolución” a cambios violentos y radicales que provocan alteraciones inmediatas en cualquier tipo de orden o institución. Prima hermana de “Revolución”, es la palabra “Rebelión”, si bien los estudiosos de estos temas la catalogan como algo menor frente al cisma que provoca una gran revuelta. Las rebeliones bien pueden ser actos de resistencia a autoridades, desobediencias varias, marchas, ocupaciones de espacios. Por tomar el caso de los mapuches, estamos ante una “rebelión” frente a un orden determinado, pero no estamos ante una “revolución”. Esa rebelión bien podría acallarse con fuerzas públicas y justicia. Una verdadera revolución no se podría contener con algunos gendarmes y diversos poderes del Estado actuando.
Le sugiero al lector que simplemente vaya a Wikipedia, si quiere evitar libros más densos, y lea un poco sobre Historia de las Revoluciones y no solo encontrará la francesa, la mexicana, los movimientos sangrientos de la independencia de India, de China, de Cuba y cientos, y cientos de revulsiones profundas a lo largo de, por lo menos, tres mil años. Podríamos afirmar que no ha habido cambio de rumbo profundo sin alteración del orden. Aristóteles describía tres tipo de revoluciones políticas:
-Cambio completo desde una constitución o pacto social a otra/o.
-Modificación radical desde una constitución o pacto social ya existente.
-Cambio de sistema, mandatario o régimen a otro.
Me dediqué estos días a tratar de estudiar y entender cuales son los factores que derivan en un cataclismo social, político y económico y llegué a la conclusión que prácticamente todas las Revoluciones de la Historia tienen algunos puntos en común:
-La sociedad en conjunto atravesaba largos períodos de inmovilidad y acatamiento, por fuera que podía manifestarse alguna que otra revuelta.
-Esas sociedades no leían el cambio de los tiempos que se venían dando, básicamente, fuera de sus límites. Eran sociedades que empezaron a aislarse y entender que el resto del mundo “era el equivocado”, sin percibir que el desbarranco estaba en la casa propia.
-Los gobernantes no percibían el desgaste de sus gobernados y no tenían la sensibilidad de entender que el hastío estaba mellando de tal manera al pueblo, que él mismo estaba por desbordarse.
-Los mandamases no encontraban forma (o no querían) dar respuestas concretas a los planteos de la gente y solo hacían políticas para los amigos del poder, acompañadas de cuestiones menores para el resto de la gente.
Por ende, una auténtica revolución es aquella que logra un cambio social fundamental en las estructuras de los poderes y que usualmente es provocada en un plazo medianamente corto. Es un latigazo, con fecha y hora, sin embargo, la mayoría de las Revoluciones luego son sucedidas por años o décadas de luchas y acomodamientos hacia un nuevo status quo. No es cuestión de voltear a un muñeco, sino que es cuestión de generar las pautas en la sociedad para un nuevo orden. En este punto me planto ante el lector, y vuelvo a afirmar que nuestro país solo tuvo dos revoluciones, 1810 y 1945. Entre ambas y luego de la del 45, decenas de batallas, guerras, enfrentamientos, marchas, desgraciados gobiernos militares, tiranías autoproclamadas como “Revolucionarias”, pero que solo fueron meros atropellos a los derechos humanos y una forma más de despojo. Mal haría el lector si entendiera que estoy minimizando 1816 (Tucumán), 1852 (Caseros), 1853 (Constitución Argentina), Conquista del Desierto (1878-1885), Década Infame (1930-1943), la Libertadora (1955) y, luego, un devenir acompasado de dictaduras con democracias variopintas, las cuales, ni unas ni otras, nos permitieron salir del pozo en el que estamos metidos.
La tercera revolución podrá tener un comienzo nimio o secundario, y hasta quizás pueda pasar desapercibida en sus comienzos por muchos de nosotros. Quizás las elecciones próximas ahonden más la grieta; quizás la vicepresidente en ejercicio de la presidencia se sienta acorralada y exhausta de tanto inventar relato; quizás emerjan un par de jueces que se animen a hacer lo que sus colegas no han hecho; quizás pueda ser el próximo descalabro económico; quizás una muerte más fruto de la inseguridad o de algún tumulto. Pueden ser todos estos factores.
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