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El año pasado, en pleno comienzo de la pandemia y full cuarentena, le regalamos a una amiga un dildo. Hace rato que venía siendo tema de conversación entre mis amigues y yo los sex toys, pero siempre con la palabra “consolador” o, con mucha suerte, vibrador. Cuando se lo dimos, lo primero que la interpeló fue la forma para nada falocéntrica y perfectamente pensada para un placer vaginal-clitoreano. “Por fin, por fin un consolador”, nos dijo. Y entonces nos abrazamos y le dijimos que eso era un dildo, no un consolador, porque en nuestra sexualidad no se trata de consolar, no hay NADA que consolar, más bien se trata del goce personal y lo que a cada une le gusta. Joseph Mortimer Granville, un doctor británico, fue quien inventó el primer vibrador en 1870. Luego de un tiempo de usar sus manos para los masajes pélvicos, decidió crear este artefacto para estimular a sus pacientes. Este vibrador también se podía colocar sobre las espaldas para aliviar el dolor muscular, en la garganta, en la nariz o sobre el estómago de los bebés para aliviar los cólicos. Los médicos lo recomendaban para todo tipo de dolor, pero la realidad es que no hay ninguna evidencia científica que demuestre que el aparato tuviese un efecto terapéutico real.
Dos décadas después, Hamilton Beach, una compañía estadounidense, lanzó el primer vibrador para la venta comercial. El vibrador se vendía en catálogos de revistas en la sección electrodomésticos y se lo definía como un accesorio “muy útil y satisfactorio para el uso casero”. Era un aparato para todas las edades y géneros, con el fin de solucionar sus “problemas”. Al poco tiempo se volvió un elemento más de las casas de las personas.
¿Y el sexo? No hay una prueba exacta de cuándo los vibradores cambiaron tan radicalmente de uso, pero, más adelante, se dejaron de pensar a les médiques como potenciales clientes y se comenzó a posicionar al vibrador de manera marketinera y así los anuncios se volvieron cada vez más sutilmente sexuales. Sí sabemos que, tiempo después, comenzaron a venderse a rolete y sin tabúes con una suerte de promesa: “solucionar los nervios atascados”.
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Mi amiga no tenía ningún nervio atascado, ni ella ni nosotras. Justamente todo lo contrario, el uso de los juguetes sexuales no tiene nada que ver con algo atascado o reprimido o insatisfecho, más bien se trata es de la liberación sexual en su máxima expresión. Nos han enseñado a las mujeres que masturbarse estaba mal, que era algo “sucio”, “atrevido” e inapropiado. Mientras que a los varones les han festejado hasta las pajas colectivas. ¿Cuántas de nosotras hemos empezado a masturbarnos de chicas sintiéndo que estábamos cometiendo alguna suerte de pecado? Culpables de sentir ese placer, pero con ganas de volver a hacerlo. Y lo más triste es que muchas siguen creyéndolo así.
En 1952, La Asociación Americana de Psiquiatría declaró que la histeria femenina era un mito anticuado y no una enfermedad. En paralelo, comenzaron las apariciones de la pornografía en el cine y se empezaron a mostrar los vibradores como objetos sexuales. Así, se evaporaron los anuncios en catálogos femeninos y la palabra pasó a ser un tabú porque se la empezó a asociar a la perversión y a prácticas prohibidas.
Gracias a los movimientos feministas y a las nuevas generaciones, los juguetes sexuales han regresado al mercado de una manera sana, divertida y libre. Incluso los diseños han ido mejorando de maneras notables y cada vez son más “gender free” y menos estereotipados. Bye bye al juguete falocéntrico como única posibilidad en la masturbación femenina. Bye bye a las manos de doctores, a la presencia masculina como único modo de sentir placer. Creo que los juguetes sexuales vienen a empoderar nuestra sexualidad de tal modo que incluso resignifican el encuentro con un otre porque son cosas absolutamente diferentes. Y entonces, hacerse la paja no es un “consuelo” por estar sola, soltera o coger mal con tu pareja sino por una decisión de un encuentro personal con une misme, un momento íntimo y sagrado, casi tan singular como mirarse al espejo. Hoy en día hay miles de lugares que venden juguetes sexuales y es tal la variedad que difícilmente alguien no encuentre algo para su propio gusto. ¡Hasta los hay de piedra! Si no sabés dónde conseguir uno, es tan fácil como buscarlo en internet y elegir alguna opción entre el mar vibrante de posibilidades. Es muy aliviador sentirse un poco más contenide, sobre todo para quienes no hemos contado con la suerte de tener Educación Sexual Integral (ESI) en nuestras escuelas. Es alentador saber que las nuevas generaciones crecerán con menos tabúes que nosotres, con más opciones y con menos reglas normativas y culturales. La mayor felicidad es sabernos libres sexualmente, ya no pecadoras, ya no sucias, ya no insolentes, sino libres, libres, libres.
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