Casi todos los sabihondos se esmeran en traducir la palabra “mapuche” y deletrean “mapu” (tierra) y “che” (gente) por lo tanto “gente de la tierra”. Muy interesante pero: ¿De cuál tierra están hablando?
La traducción literal sería “paisano”. No es una nacionalidad, ni los araucanos fueron jamás una nación. Se trata de los habitantes de la región del río Arauco, en Chile. Grupo humano aguerrido, de temperamento militar, que resistió valientemente al imperio incaico y luego al español, obligándole a reconocer una frontera, que era el río Bío-Bío, en Chile.
Los primeros europeos que llegaron a la Costa Atlántica de América (es decir acá, en nuestro Sur) encontraron a un nativo que era casi un gigante. Lo llamaron “patagón” por el tamaño descomunal de sus pies. Conviene recordar que el porte corporal de los europeos, en aquel entonces, era más bien chico. Como puede verificar el que visite el museo de la Lidia en la Plaza de Toros de Ronda, Andalucía, donde se exhiben las minúsculas chaquetillas de los toreros de otros siglos. El caso es que estos tehuelches grandotes eran pacíficos y tal vez bohemios: al parecer las mujeres eran a veces más altas que los varones. Con el tiempo se supo que su verdadero nombre era “guenaken” y que los araucanos pertenecían al tipo “ándido” en términos antropológicos, de estatura mediana y cuerpo compacto. Los apacibles tehuelches recibieron muy bien a los cristianos, incluyendo a los galeses que hace siglos desembarcaron cerca de Madryn. Incluso algunos paisanos hablaban algo de galés.
Mientras tanto, la Cordillera de los Andes no era un paso infranqueable. Muchos indios, en el siglo XV, la cruzaban con el propósito de cazar, comerciar o explorar la pampa infinita. Algunas comunidades de origen araucano se instalaron (es difícil precisar la fecha) como los ranquilches o ranqueles, los vorogas de Vorohué (chile) y otros grupos que comerciaban con los tehuelches. Tal vez estuvieron en guerra, tal vez se mestizaron: estamos hablando de Sudamérica antes de la instalación del caballo español, que cambió totalmente las costumbres y las posibilidades físicas de unos y otros.
Siguiendo el preciso estudio de Estanislao Zeballos en “Callvucurá y la dinastía de los Piedra”, (1928) el gran lonco (jefe militar) Piedra Azul cruzó la Cordillera en 1833, con un batallón montado, y anunció mediante mensajeros su visita para intercambiar tejidos, Pullcu (licor) y artesanías con sus lejanos parientes vorogas. Esto era en Chilihué (Pequeño Chile) cerca de Salinas Grandes. El jefe Rondeau le dijo que sí, y Callvucurá avanzó. Pero en el camino los forasteros, a traición, mudaron caballos y montaron los potros de pelea (los mejores) y entraron a la toldería de Rondeau, pasando a degüello a todos los loncos y capitanejos. Así se estableció don Juan, que al poco tiempo era llamado el Napoleón de las Pampas. Una vez dijo: ”Soy chileno pero estoy hace 30 años en esta tierra porque me mandó llamar Rosas, el gobernador”.
¿Qué autoridad podía tener Rosas en 1833 y en Chile?
El caso es que durante siglos se desarrolló la industria del malón. Asaktar las estancias, degollar hombres y raptar mujeres jóvenes, arreando miles de cabezas de ganado en un campo sin alambrados. Frecuentemente era vendido en Chile. Pero también en localidades argentinas.
En tiempos de Callvucurá, existió la Confederación de Salinas Grandes, con su papelería y su sello que funcionaba como una frontera bélica y una tortura para el paisano argentino. Los tehuelches y otras etnias argentinas como los querandíes (tal vez parientes de los charrúas, chanáes o guaraníes del litoral) habían sido absorbidos entre guerras y malones.
El remedio argentino fue cruel: dos conquistas del desierto, una de Rosas y otra de Roca, completada en 1879, pero allí nació un gran país, abierto a la inmigración, la agricultura y el progreso.
En ese país, los araucanos son ciudadanos argentinos. En toda la Patagonia se saluda con el “mari-marí” y se habla el mapudungún. El último argentino que habló “tehuelche” (lengua de esta tierra) fue don Rodolfo Casamiquela. Los paisanos tienen sus campos, sus vecinos, sus propias creencias, y no quieren saber nada de formar una Nación Mapuche independiente. Son argentinos y muy patriotas. En la expulsión de Callvucurá intervinieron los loncos argentinos Catriel y Coliqueo.
Esa es la historia. Perdón si la simplifico: hay que “agarrar los libros”, como decía el Ñato Desiderio.
En el futuro , si le choca la palabra “indio” piense que la tierra en que vivimos se conocía como “las Indias” y nosotros sus habitantes como “los indianos”... y a mucha honra.
Pd: a mi juicio, don Juan Calfucurá, su hijo don Manuel Namuncurá y otros grandes como Cipriano Catriel e Ignacio Coliqueo deben ser estudiados en la Enseñanza Argentina. Ellos, sus creencias y sus fechas sagradas pertenecen a nuestro país.
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