El que llega a Argentina se encuentra con un país apasionante en el que el aburrimiento parece imposible. Y también se encuentra con asombrosos dilemas. Por ejemplo: ¿por qué un país prefiere no vender al mundo sus bienes más apreciados si eso generaría prosperidad? El Gobierno aduce -en un ejemplo muy actual- que si permite exportar la carne sube el precio local y le genera problemas en la mesa de los argentinos. Es decir, Argentina decide perder las divisas que ingresan por exportaciones y que tanto necesita porque no puede contener la inflación que a su vez también está relacionada con la falta de dólares, una moneda débil o inexistente y una emisión descontrolada. Ahí la pregunta inmediata es por qué no se busca una economía sana con crecimiento en la que baje la inflación y que permita que el poder adquisitivo no se pulverice al compás de los precios internacionales. El cepo termina siendo como un tratamiento mal indicado que empeora el mal de fondo y ya no alivia ni sus síntomas.
La única verdad detrás de las distorsiones que entrampan a la economía es el empobrecimiento continuo y en espiral y lo que parece una inquietante decisión velada, de no crecer para evitar los dolores que el crecimiento implica. El economista Guillermo Calvo que predijo la crisis del Tequila, lo explica así: “Salir del pantano requiere crecimiento. Crecimiento requiere inversión”. Crecer presenta un dilema fundamental para los políticos, dado que el crecimiento (que les da votos) puede generar crisis (que les quita votos). Afrontar las medidas que permitirían retomar la vía de un crecimiento virtuoso requiere no sólo un buen diagnóstico y un plan eficiente para salir y poner a la economía a la altura de las oportunidades del mundo actual, sino la voluntad política de asumir los costos de esa transformación que va más allá de los dos años entre elección y elección.
La política argentina prefiere achicar la cancha a buscar con grandeza el futuro y nadie quiere ni siquiera asumir explicarle a la ciudadanía el costo de enfrentar los problemas reales que en una síntesis muy apretada se reducen a vivir por sobre nuestras posibilidades sin dejar de gastar lo que no tenemos ni producir lo que necesitamos. Es la receta de la bancarrota perfecta. Y en forma de default ocurrió nueve veces.
En cualquier negocio uno sabría que tiene que atravesar un tiempo de disciplina hasta tomar las ganancias de la caja y que debe priorizar reinvertir y hacer próspero el negocio. Acá, antes de que el producto se venda se gasta el dinero que entra o se pide más plata prestada en vez de hacer viable la ecuación. Y vemos cómo en este contexto dramático de crisis, el Gobierno ofrece sin pudor un show escandaloso de despilfarro. Luego se hacen los duros congelando precios después de haber echado nafta al fuego de la emisión. Controlar precios sabiendo que no funciona evidencia el fracaso económico del peronismo. Argentina como está, no es viable. Y la administración actual no lo enfrenta, no lo explica, y lo empeora. La consecuencia es que llegamos al tope de agotamiento de la eterna postergación de las soluciones porque ya no hay margen de dónde agarrarse.
Emitir es destruir más aún el valor del peso y ya tomamos deuda hasta el cuello. Suele decir el politólogo Luis Tonelli que “cuando en crisis no se toman decisiones, a las decisiones termina tomándolas la crisis”. Y cuando llega ese momento los que sufren son los más débiles. Esos a quienes la inflación que provoca la ineptitud los hace pobres o nuevos pobres. La inflación es pobreza. Los que dicen cuidarlos, se lavan las manos, culpan a otros y aquí no ha pasado nada.
Hacer política debería significar de una vez por todas decir la verdad y proponer un camino no exento de esfuerzos que valga la pena recorrer. Ahora que estamos en plena campaña es bueno recordar que todo lo que prometen no lo pagan ellos, siempre lo pagás vos.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
SEGUIR LEYENDO: