Durante las últimas décadas, afortunadamente, los reclamos por los derechos de las mujeres se han hecho oír con gran resonancia. Sin embargo, en muchas ocasiones, la fuerza del reclamo no se ha traducido en cambios significativos ni mejoras concretas. Recientemente, ha costado mucho el paso de la protesta a la propuesta.
En general, las organizaciones más visibles del movimiento feminista (aunque desde luego hay excepciones) suelen limitarse a denunciar un “sistema” machista o patriarcal en abstracto y a reclamar subsidios a ser administrados por ellas mismas (en claro conflicto de interés). Su discurso carece de propuestas concretas, y se vuelve cada vez más virulento para transmitir una sensación de desesperación que les permita presionar por más y más subsidios.
Así, se echa mano a corrientes extremistas del feminismo, generalmente inspiradas en el marxismo, que consideran que lo único que se debe hacer para mejorar la condición de la mujer es luchar contra el sistema capitalista. Mientras eso no se logre, se debe priorizar la obtención de recursos para paliar sus efectos y, de paso, generar redes clientelares que aumenten la capacidad de movilización y destrucción.
Otro tipo de propuestas no solo podrían desviar energía del objetivo final, sino que, incluso, implicarían dar a entender que se pueden lograr progresos estructurales en el marco del sistema capitalista. Eso amenazaría la metodología y la existencia misma de muchas organizaciones del feminismo radical. Pero ¿cómo incentivar y movilizar sin propuestas? Ahí entra a jugar la violencia: es más redituable y conveniente, en este esquema, ir a quemar una iglesia que sentarse a leer, investigar y pensar.
En países como Argentina, con democracias por lo menos formales en vías de consolidación, y mucho más en las democracias liberales consolidadas, no hay un “sistema machista”, si bien hay machismo, de la misma manera en que no hay un “sistema racista”, aunque sí hay casos de racismo. Puede haber resabios o herencias de una cultura machista en proceso de desaparición, pero no hay un sistema que la consagre o promueva. Más bien lo contrario. Existe, por ejemplo, un cupo femenino que es una discriminación inversa (teóricamente transitoria) para lograr visibilidad de la mujer en el ámbito de la política.
Para que haya un sistema machista o “patriarcal” debe haber instituciones y leyes deliberadamente diseñadas para consagrar una discriminación generalizada y permanente. El Aphartheid, la Alemania nazi o, hasta hace poco tiempo atrás, algunos Estados segregados del Sur de Estados Unidos son ejemplos genuinos de sistemas racistas. Decir que en un país como Argentina hay un “sistema machista”, sin evidencia empírica al respecto, tiene que ver con la idea subyacente de que el sistema capitalista es intrínsecamente machista y no se necesita ninguna prueba al respecto. Quienes así lo afirman se basan en solo dos datos: el machismo existe y el sistema económico vigente es el capitalismo. No hay nada que nos permita tejer una relación causal entre ambos fenómenos. Al contrario, la evidencia empírica dice lo opuesto.
El feminismo extremo nada puede responder ante la comprobación de que, en las democracias liberales capitalistas, las mujeres tienen más derechos, más igualdad de oportunidades y mayor independencia y calidad de vida que en los países autoritarios o anticapitalistas. A mayor libertad, el entorno sistémico favorece en mayor medida la igualdad entre el hombre y la mujer. En las democracias liberales más consolidadas y avanzadas, como Suiza, Dinamarca, Suecia, Bélgica, Holanda, Noruega y Finlandia, el Índice de Desigualdad de Género 2020 del PNUD, medido de 0 a 1, es menor a 0,05. Es decir, ya casi no hay desigualdades estructurales entre hombres y mujeres en esos países, que encabezan el ranking de igualdad. Es que no puede haber progresos profundos y sostenibles en materia de igualdad de género sin democracia y libertad, si bien ello no es una causa única ni una garantía absoluta.
¿Cómo han logrado el éxito dichos países? Básicamente, con una agenda feminista liberal. Una agenda que sea compatible y complementaria con la democracia, el Estado de Derecho, la calidad institucional, el capitalismo y las libertades individuales. Han optado por potenciar el poder de decisión de las mujeres y la igualdad de oportunidades con el hombre de manera práctica y concreta, en el marco de un capitalismo competitivo y productivo que multiplique las oportunidades para ambos. Han renunciado a discursos incendiarios y puramente abstractos que solo sirven para justificar la violencia, destruir instituciones, avivar el autoritarismo y desviar recursos públicos a organizaciones políticas.
Una organización feminista auténticamente liberal no pedirá subsidios para sí misma. En todo caso, si detectara alguna situación en la que la intervención del Estado sea necesaria, bregará porque dicha acción pública se lleve a cabo de la manera más directa, transparente y responsable que sea posible, sin intermediarios innecesarios y de forma institucionalizada (para que tenga efecto a largo plazo). Luchará por ideas en vez de por dinero.
Hay muchas cosas para hacer en Argentina a favor de los derechos de las mujeres. Por ejemplo, que los delitos de violencia, en especial de violencia doméstica (en los que la víctima suele estar sometida y oculta), sean de denuncia pública. Que cualquier ciudadano que detecte una situación de violencia doméstica pueda denunciarla, y el Estado intervenir para proteger a la víctima, inclusive contra su voluntad, y hacer justicia. Algo se ha avanzado en este punto en nuestro país, aunque se podría hacer más. Solo se ha habilitado la instancia pública cuando mediaren razones de seguridad o interés público. Debería haber una disposición clara y sin lugar a duda sobre que la violencia doméstica es de acción pública, con canales seguros para denuncias anónimas.
Otro rasgo de un feminismo liberal sería su oposición al garantismo o abolicionismo penal. El liberalismo está a favor de las garantías jurídicas y en contra de la impunidad. El garantismo o abolicionismo dice querer respetar las garantías pero, en los hechos, presiona con toda la fuerza que puede a favor de la minimización de las penas y de la maximización de la impunidad. Así como el feminismo extremo concibe a las mujeres como “víctimas” del capitalismo, el garantismo interpreta a los delincuentes de esa misma forma. La incoherencia es patente: la extrema izquierda protesta por la violencia contra las mujeres mientras, en paralelo, presiona a favor de la impunidad de sus victimarios y agresores.
Una agenda feminista liberal atacaría la ideología del garanto-abolicionismo penal y reclamaría por un Estado de Derecho eficaz, que tenga la capacidad de hacer justicia ante cada hecho de violencia. Pediría juicios breves, transparentes y justos con penas efectivas y contundentes. Los liberales suelen inspirarse en estos temas en la teoría de las ventanas rotas: no hay que dejar impune ninguna violencia, ni siquiera las menores, ya que los procesos de violencia suelen ascender en espiral, pasando de agresiones menores a mayores cuando hay un entorno de impunidad.
Cada violencia menor es una alarma que debe llevar a aplicar una sanción efectiva y proporcional, con penas cada vez más duras en caso de reincidencia. Abundan las situaciones en nuestro país en las que leyes y jueces garantistas se confabulan para liberar prematuramente a criminales violentos y reincidentes, causando nuevas víctimas que pagan el costo del dogmatismo y la inoperancia.
Otra idea de espíritu liberal, que ha resultado sumamente exitosa en otras partes, es la igualdad de licencia por maternidad y paternidad. Un liberal buscará que esa licencia sea la menor posible, para minimizar la intervención del Estado en la economía y maximizar la libertad. Podemos discutir si debe ser un poco más corta o larga. Será una decisión de cada pueblo por medio de la democracia, según su idiosincrasia y nivel de riqueza (pues un país más rico puede, en ocasiones, darse lujos que a uno más pobre le serían demasiado costosos). Pero no cabe duda de que, si la licencia por maternidad es más extensa que la de paternidad, entonces la mujer estará en inferioridad de condiciones para competir en el mercado laboral. Ante una mujer y un hombre con los mismos antecedentes, se preferirá al hombre a sabiendas de que la mujer podría ausentarse por más largo tiempo que el hombre en caso de tener un hijo. Eso va en contra de la igualdad de trato ante la ley, principio fundamental del liberalismo.
Asimismo, los liberales defienden una democracia con efectiva distribución del poder, rendición de cuentas, transparencia e independencia judicial, lo que comúnmente se denomina “democracia liberal”. Esta no se limita a la mera organización de elecciones libres, sino que busca maximizar la libertad política y la capacidad de influencia, presión y decisión del pueblo sobre sus gobernantes. Esto redunda en instituciones más eficientes, que potencian los efectos positivos de todas las demás ideas y políticas públicas. Así, los deseos de mejorar la condición de la mujer quedan menos en la letra de las leyes y se impregnan más en la realidad concreta.
Finalmente, un liberal pretende que el Estado se concentre en aquello que debe hacer indispensablemente, debido a que no es rentable para las empresas o no está al alcance de la sociedad civil. Así, el Estado se focaliza en sus funciones esenciales (que, dicho sea de paso, las hace mejor) y los impuestos tienden a ser más bajos. Esto aumenta la capacidad de ahorro, emprendimiento e independencia económica de todos los ciudadanos, incluidas las mujeres. Y todos sabemos que los microsistemas machistas y la violencia doméstica son mucho más difíciles de romper cuando las mujeres carecen de una suficiente independencia económica. La pobreza masiva y estructural que hay en los países autoritarios y estatistas atenta contra los derechos de las mujeres.
Las ideas anteriores son meramente ejemplificativas. Seguramente una agenda feminista liberal deberá completarse, complejizarse y evolucionar a través del tiempo, adaptándose a las circunstancias. Y no se focalizará exclusivamente en las sociedades demo-capitalistas, sino que buscará establecer una escala de prioridades a nivel internacional que no mire para otro lado frente al sometimiento de las mujeres en muchas sociedades no capitalistas o no occidentales (como sí lo hacen las organizaciones del feminismo de extrema izquierda).
El feminismo liberal no caducó con la conquista del derecho al voto de las mujeres. No solo porque es necesario para refutar y contrarrestar al feminismo marxista o radical, que es destructivo tanto para la sociedad como para la causa de las mujeres, sino también porque el feminismo liberal sigue siendo necesario para mejorar la condición de la mujer y defender sus derechos en el tiempo actual.
En Argentina, por lo pronto, los movimientos feministas le harían un gran bien al país, y en especial a las mujeres en situación de vulnerabilidad, si desecharan la inconducente agenda del feminismo extremo y anticapitalista, abrazando la del feminismo liberal. Es decir, si dejaran de incendiar iglesias y golpear policías para extorsionar al Estado y sacarle dinero al efecto de destruir las instituciones democráticas y el sistema capitalista.
Por el contrario, debieran poner toda su energía en pensar, investigar, promover y consensuar ideas audaces y prácticas que consoliden y afiancen la igualdad ante la ley, las oportunidades y la libertad, que la democracia liberal promete a todos los ciudadanos sin distinción de raza, ideología, religión ni género. Pues todo problema social es, en el fondo y en última instancia, un problema de libertad.
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