Ni roba maridos, ni zorras, ni santas

A raíz de los comentarios por los posteos de Wanda Nara vuelve a utilizarse el término “zorra” y “roba maridos”. El machismo juzga a las mujeres si seducen o son deseantes. Y deja a los varones como objetos sin decisión

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Mauro Icardi postea sobre Wanda
Mauro Icardi postea sobre Wanda y las redes se convierten en una telenovela en donde las villanas son "roba maridos" y "zorras" y los varones arrepentidos que quieren volver al seno materno.

La roba maridos le quita a otra un objeto de su pertenencia. Es como una motochorra del amor que afila las garras, suma velocidad de gata a la moto mientras la esposa y madre va lenta con su cochecito y guarda los pechos para la lactancia.

La mechera de calzoncilos arrebata la cadenita con los dijes de las nenas, el reloj donde el tiempo de la vida ya marcaba llegar juntos del altar al final de la existencia y el celular en el que se encuentra la caja negra de la tragedia marital.

La roba maridos es una asaltante a la moral y las buenas costumbres de los varones que pueden tener esposa y amante. Pero (antes) la infidelidad ya tenía las cartas marcadas: las esposas sabían que podían exigir y en qué se tenían que hacer las distraídas. Las amantes también se comportaban y se conformaban con sus regalos y visitas a contraturno. Pero no pedían ni sacaban a relucir fotos, ni demandas.

Una historia de Wanda Nara
Una historia de Wanda Nara (autonombrada con el apellido de su marido) acusa de "zorra" y de "cargarse a una familia" a otra mujer.

Las roba maridos de la liquidez virtual no quieren un plan amoroso-sexual, quieren desplazar de su puesto de señora a las que ya llegaron al anillo. Y ser ellas las que custodien lo que se ganaron con el sudor (no solo de su frente): su propio gallinero con family plan para que no vengan las zorras a quitarle los huevos con los que empollan la jerarquía de esposas o el castillo de Disney para mostrar de postal de fondo en Instagram.

La zorra es más que una puta, más que una gata y más que una perra. Es una hembra sublimada por lo animal. No es una mujer en el sentido moldeado de las mujeres. No está adoctrinada, no es sumisa, no es fina, no tiene códigos, no va con los valores. Huele y ataca como si seducir fuera atacar y si el instinto femenino existiera (Simone de Beauvoir se revuelca en su tumba) pero no para ser madres, sino para ser zorras.

La zorra es la que no solo desea sexo. Lo busca. La que disfruta del cortejo, pero no lo espera, lo invita. La que no frena si el sexo no está a la mano o tiene alguna reticencia porque él objeto de seducción está casado. Las condenadas al cielo en el que las caniches toy no entran, no frenan, sino que se excita con la dificultad, incluso con el desafío no solo de seducirlo a él, sino a ella -tal vez principalmente a ella-. la señora.

La zorra no solo quiere, sino que quiere más. Es la que no se conforma con poco, sino que aúlla hasta que consigue lo que quiere sin importar los medios, la que está en el medio, ni las consecuencias. Las zorras no son buenas, ni quieren serlo. ¿Y por qué deberían? ¿Por qué las mujeres son buenas y los hombres malos? ¿Eso ya no está claro que no está bien, está mal?

Camila Sosa Villada, en twitter,
Camila Sosa Villada, en twitter, afilada sobre los comentarios contra la "rompe hogares", un tema que trata en su libro "La novia de Sandro", de Editorial Planeta.

¿Se puede condenar a una mujer por lo que hace un varón? No. Ser infiel o no serlo es una decisión de un hombre con la esposa o novia (y no con la tercera en discordia) y un pacto -si existe- que cumple el marido con su esposa, si es que el pacto es de fidelidad mutua.

Una mujer no roba a un marido, en principio, porque los hombres no son una pertenencia. No solo por respeto a las mujeres, sino por respeto a ellos, que no son objetos inanimados -como una caja fuerte- que se dejan saquear sin que su deseo o decisión pulse enter o de la clave para abrir su cuerpo o su corazón.

No es solo que si hay infidelidad o sexteo (buen debate si el sexting solo constituye infidelidad o si hay que poner el cuerpo para que la infidelidad se concrete) el varón tiene la culpa, si es que hay culpa, cuando la culpa es una palabra tan remanida para generar regaño. Y tan funcional a provocar la infidelidad. Porque así la infidelidad aparece como una travesura que los hombres quieren cometer para salirse del deber ser familiar, no importa si la censora es la madre o la esposa.

La historia de Mauro Icardi
La historia de Mauro Icardi con una Wanda de espaldas, que muestra los pechos y él por debajo, casi infantilizado, muestra la tendencia de los varones de usar la infidelidad como un modo de infantilizarse.

Por lo tanto, mejor sacar la culpa (también) de los varones para que existan decisiones, deseos y errores. Si un varón quiere estar con una mujer, aunque está casado, tiene derecho a llevar sus deseos. En relaciones abiertas, no monogámicas o poliamorosas puede decirlo -o no cortar sus impulsos- más allá de la esposa y generar pactos que no frenen su adrenalina, ni expulsen la silla en la mesa de los domingos. En una relación clásica puede no decirlo, pero cuidarse de que no lo descubran o de no herir innecesariamente. A veces, en cambio, parece que el deseo es mayor a la transgresión y el perdón, más que el sexo o la joda.

Por supuesto que, sí, los varones tienen derecho a desear más allá de las reglas. Pero, en general, las reglas hacen que deseen más romper las reglas que estar con otra mujer distinta a la que ya están, conviven o comparten una familia. Pero, ahí, el punto es que las reglas suelen generar más dolor que cuidado.

Por eso, un varón que es infiel no necesariamente tiene la culpa como si tener la culpa fuera ser culpable de un delito. Pero sí tiene la responsabilidad de su compromiso, de sus palabras, sus actos y sus descuidos o cuidados. Y no la tiene la mujer, incluso, si es la mujer la que lo busca.

El periodista Luis Corbacho y
El periodista Luis Corbacho y un tuit en donde señala la diferencia en los prejuicios si un varón es un playboy o si una mujer es una roba maridos según los sesgos de género.

También hay otra diferencia entre los varones que tienen un deseo que no pueden reprimir y los que buscan causar daño a una mujer, subestimarla o no importarle su dolor o su situación materna. Ahí no hay moral, buenas costumbres o represión, sino un narcisismo que se carga -sin importar y arengando que solo importa su irreprimible pulsión- con los cuidados, tiempo, amor y trabajo que ponen las mujeres en sus familias.

Es verdad, que es diferente que Wanda Nara sea la representante de Mauro Icardi y que se tomen un avión a Milán si está mal a que otra hunda sus penas en chocolinas y no sepa cómo pagar sus cuentas. El morbo de ver lo que le pasa a otras genera alivio en las que sufren o han sufrido porque el espejo de la tele o las redes muestra que todas podemos ser las desplantadas por otra que se lleva lo que hasta ayer parecía tan parte de la existencia como el propio ADN.

Las novelas televisivas (ahora de te sigo o no te sigo en Instagram) suelen mostrar traiciones con muchos ceros pero que reflejan las desgracias de quienes se quedan solas y con el cajero vacío pulseando por si el que se va deja para la leche o, además de su desenfreno, va a dejar la heladera sin un sachet que riegue la merienda.

La libertad masculina -que nadie viene a desestimar- no puede desentenderse de cuidar y de intentar que sus deseos hieran lo mínimo posible y no dejen desamparados (que es lo que sucede demasiadas veces) a los hijos e hijas que dicen no querer perjudicar pero que también pueden terminar desamparando por sentir que si la familia es un freno a su vida, ellos son condenados a muertes paseándose por la guillotina. Y que la libertad es sinónimo de vivir sin culpa lo que les pinte hacer sin ningún bozal que les desafile los colmillos.

El tema "Fuego y pasión" interpretado por Juan Ingaramo pone en juego la pasión que transita una pareja a la que no la frenan ni sus esposos, ni sus hijos

Recapitulando: las roba marido no existen. Los maridos no son una casa con una escritura de titularidad. Las mujeres no son las culpables si un esposo comete una infidelidad. Si hay código el amor puede dejar la idea de la propiedad y generar nuevos pactos. Si la posibilidad de estar con otras personas no está en el pacto el responsable es el varón y no la mujer. Tampoco si ella lo seduce o busca.

Si el varón genera una separación tiene que intentar lastimar lo menos posible y contener y cuidar a sus hijos e hijas. Los varones tienen derecho a desear. Pero el deseo no es una carta de impunidad para cortar con cuchillos y dejar a la madre de sus hijos en un callejón del que cuesta encontrar la salida.

Otro punto del Wandagate (¿quién duda que ella es la gran protagonista?) es qué pasa con los varones en la era de ser buscados. Mauro Icardi convirtió la lengua castellana (sin que la RAE saque comunicados de indignación por la malversación de la pureza idiomática ) por la “icardiada” de haberle sacado la esposa a Maxi López. Así se dice, pero no es así: los maridos no se roban y las mujeres no se sacan.

La palabra "icardiada" se referencía
La palabra "icardiada" se referencía en que Mauro Icardi le habría sacado la mujer a Maxi López. Pero ni Wanda Nara, ni ninguna otra, son objetos de un varón REUTERS/Gonzalo Fuentes

Sin embargo, el código no escrito del machismo dice que no se mira a la mujer del amigo. Esa biblia muestra a las mujeres como una costilla que no se puede quitar de su dueño, como un hueso que no se arranca de la boca del otro mientras lo mastica, como una carne que no elige, sino que solo sirve para un dueño que decide si desearla o despreciarla, pero que no puede ser quitada de la correa imaginaria en el que todavía se piensa a las mujeres en el paseo amoroso.

Icardi -aún si le perdonamos su look gauchesco en el Museo del Louvre- queriendo reinventar una masculinidad folclórica y, si son ciertos los dichos en donde se dice que él cae en el conflicto conyugal (mundial, a esta altura) por revisarle el celular a Wanda (primer bandera roja del machismo que necesita controlar a su mujer y exigirle la llave de su red social) y por tener que dejarse revisar después de ser él quien revisa, es un hombre que intenta salirse del machismo futbolístico y que termina casi torpemente señalado por querer ser dueño de las conversaciones de su esposa y por no poder decir que no si una chica (que, en todo caso, le habla pero no le roba nada) lo invita a salir de joda.

¿Por qué un hombre no puede decir que no?

¿Por qué no pueden aprender a decir que no?

¿Por qué no pueden soportar ser invitados y no aceptar?

¿Por qué tienen que controlar aún con el afán de transgredir para ser controlados?

La icardiada se queda en el primer gesto de no mirar a Wanda como un objeto de otro, pero no soporta no verla como un objeto suyo. Incluso, su transgresión, aunque sea apenas una conversación, es entregada en bandeja para ser retado en la penitencia que sube la temperatura conyugal y -termine como termine- vuelve la llama de la pasión (por algo la infidelidad es tan funcional a la institución matrimonial) y a la reconfirmación de los votos.

La infidelidad es como la travesura en la infancia. Reconfirma que hay padres y madres que están dispuestos a cuidar y, porque el límite y el reto existen, es que existe el amor. Y se dejan rastros sin borrar, perfume sin lavar y gastos de lencería en las cuentas de las tarjetas de créditos, porque se busca ser retado. Si hay travesura todavía hay una vieja masculinidad que pide ser expulsado con tarjeta roja para volver a hacer puntos para lograr entrar a la cancha como titular.

El look gauchesco moderno de
El look gauchesco moderno de Mauro Icardi en una vísita al Museo del Louvre con Wanda Nara muestra una búsqueda entre la tradición y la modernidad de una masculinidad desorientada.

Ahora, otra pregunta que surge, sobre las amantes -una vez aclarado que lo de roba maridos es mucho- es si son sororas o no o, si no se puede ser amante, por hermandad con otras mujeres o tener bronca con una amante porque entre mujeres no hay que competir: una cosa es no fomentar el odio femenino y otra es autoflagelarse si te hacen mal o no poder desear a un hombre, un trabajo o un lugar porque hay otra mujer que aspira al mismo cargo o al mismo amor que vos.

Las amantes no son malas (ni buenas) porque no se debe lealtad a cada mujer sobre la tierra, y a veces el amor tiene vaivenes que no tienen que ver con las formas en que la sociedad estipuló los códigos normativos de como es quererse, la exclusividad de amarse solo dos (y para toda la vida) y qué lugar ocupa cada una en la vida y la atracción de otra persona.

Pero si las amantes no son malas, tampoco se trata de ser jodida con la esposa o (mucho menos) con la ex o con la que termina dolida, engañada o destrozada porque se rompe un amor o su familia. No es necesario juzgar a una mujer que tiene sexo con un señor que está casado para no juzgar a una mujer que está dolida porque ese señor se va de su casa, de su día, de su vida, de su economía y de su cama.

No me gusta que la China Suárez -ni ninguna otra- sean juzgadas por su sexualidad, su deseo o sus impulsos. Pero me repugna que Pampita haya sido juzgada por llorar, gritar o postear si el papá de sus hijos (y con el dolor terrible de la pérdida de una hija) había gritado, escrito o se había enojado.

La sociedad no juzga a las que, todavía, considera libertinas. Las juzga a todas. También a las que están dolidas. No es una sociedad conservadora: es una sociedad machista. Todo amor y todo deseo femenino, todo impulso y todo grito, es reprimido y malversado. Por zorra o por resentida.

Pampita se reinventa y hace
Pampita se reinventa y hace un reality con el nacimiento de su hija. Pero en su momento fue juzgada por su dolor, su enojo y su sufrimiento. Eso también es prejuicio machista.

Porque no está permitido el deseo ni el dolor. No está permitido ir más allá de lo permitido y tampoco defender lo establecido. Pampita, la que fue juzgada por infiel por la justicia, también fue juzgada por sufrir una infidelidad, como si la sangre no le tuviera que correr por las venas. Y como si, además, las mujeres no pudieran equivocarse, si se equivocan cuando reaccionan, más allá de lo que se espera de ellas: que sufran y que no hagan lío.

Los hombres se equivocan. Las mujeres son desquiciadas.

Y otras son sinceras, tanto, que aunque critiquemos el mote de roba maridos, hay quienes se atreven a doblar en la esquina en donde el feminismo viene a decirnos que no está mal aquello que siempre fue señalado como maldad. Y ahí, en donde doblamos para poder mirar con más profundidad, que los dedos que señalan y las manos que levantan sus puños, está lo más interesante: la desnudez en la que nos deja ese lugar en donde no buscamos y damos amor con una pulsión de hambre que no es ingenua.

La escritora colombiana Carolina Sanín no concede a nada, ni nadie, ni siquiera a ella misma y escribe en el libro “Tu cruz en el cielo desierto”, editado por Blatt y Ríos en Argentina, una confesión: “He tratado de robar maridos”.

Y a confesión de parte, mejor que juzgar o que vitorearla, leerla: “Me vuelvo a ver de dónde viene la voz y veo a varias muchachas que hablan con la pierna cruzada. Saben que por mi intervención se han separado algunos matrimonios. ‘Esos señores tenían dueña’, dicen. Les respondo que sí y que se vieron en la tesitura de cambiar de dueña”, escribe.

Y se confiesa -en la confesión que tal vez necesitamos para terminar de armar las piezas sin machismo pero tampoco con hipocresía-: “Admito que de cuanto me atraía de cada uno de ellos, quizá lo determinante era la ilusión del escándalo. Quería escandalizarme con mi osadía y mi poder de arrancar el fruto de su árbol y que terminara de madurar en mi plato”.

En "Tu cruz en el
En "Tu cruz en el cielo desierto", editado en Argentina, la escritora colombiana Carolina Sanin profundiza sobre lo que le pasa a una mujer que es señalada por roba maridos.

“O quería imaginar que una mujer a quien yo no conocía, y a quien ni siquiera el marido ‘robado’ o su esposa conocían, le dijera a otra mujer borrosa: ‘¿Sí sabes?’, y a continuación contara de mí una trama escueta, la misma que en últimas subyace tras todas nuestras novelas: el triángulo, el adulterio. Y quería que su amiga dijera, después de oír la noticia: ‘No’ y la primera replicara: ‘Sí, imagínate’”.

Y remata: “Esa libertad era el escándalo”.

Sanín desafía: “Llegué a predecir el repetido escándalo de hacer que un hombre cambiara de vida por mi deseo”. Sanín justifica: “Cuando he querido que el marido de otra mujer la deje para estar conmigo, quizás he querido decirme que es justo que mi deseo, que es más que yo, se atraiga algo que le es propio”. Sanín interpela: “El robo a una institución que desdeño -el matrimonio, la familia- no es robo a nadie”. Sanín apunta: “El robo de maridos solo desacertando puede llamarse robo”.

Y, lo más interesante, para quitar los velos del machismo, es también correr la fragilidad propia, como lo hace Carolina Sanín cuando asume: “Cada vez que me he enamorado de un casado, consciente de que su situación es esencial para mi atracción, he estado bajo el gobierno de la envidia: de la visión codiciosa de aquella cotidianeidad de dos, fértil y cautiva, solidaria, solitaria, impenetrable; de ese secreto compartido y sustraído a lo público”.

La escritora Carolina Sanín profundiza
La escritora Carolina Sanín profundiza sobre las fragilidades, historias, deseos y expectativas cuando se quiere estar con un hombre casado.

Puede ser que al enamorarme de un hombre casado yo haya querido ser parte de la pareja que él y su esposa integran. He querido que ellos me rapten: ser yo la robada. Cada vez que me ha sucedido, me he dicho que quiero ser de él sin afectar a su esposa. Luego la he abominado a ella. Podría hablar de mi pasado para justificarme; decir que no crecí bajo la protección de un matrimonio, sino a la intemperie de una guerra de divorcio, y que estoy repitiendo mi papel de sacrificada en medio de esa circunstancia, o bien, reclamando una reparación”, escribe Sanín en “Tu cruz en el cielo desierto”.

Y subraya “Podría hablar de mi exclusión de la segunda familia de mi padre y reconocer en mí la aspiración a que un hombre me quiera por encima de otras”. Para no antes desafiar la flecha por elevación que desarma completamente la roba maridos por la seductora de esposas despechadas.

Y puede ser que me exciten los hombres casados porque el deseo que pongo en ellos es realmente deseo por su mujer, sea quien sea; porque quiero a la mujer abstracta a través del hombre concreto, como cualquier otro romántico de otro siglo”, compara. Y finalmente pregunta: “¿No me he enajenado de ansía de placer al sobreponer a mi cuerpo el fantasma de la que se ha dejado más atrás?”.

Desarmar el machismo es no juzgar. Pero es mucho más que salir de los prejuicios, las condenas y los ataques que cambian el barro por los posteos. Es también animarnos a preguntar qué dolores impulsan los deseos y qué deseos, finalmente, son los que hacen aullar a una sociedad embobada por los triángulos en las que las damas -sin guantes blancos- no se roban, se apuestan a ver quién gana.

Y en ese juego, en el que los caballeros siempre se creyeron protagonistas, en verdad, están ellas pidiendo acomodar las cartas.

Ni zorras. Ni roba maridos. Ni santas.

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