La soleada tarde del día de la Lealtad, Aura Marina Ríos Flores intentó custodiar las piedras que rodeaban la Pirámide de Mayo simbolizando las más de 116 mil muertes por COVID-19. Denunció penalmente las agresiones que recibió en Plaza de Mayo por fanáticos del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, cansada de la lluvia de insultos y media docena de codazos que le pegaron mientras le mostraban una bandera de “amor y paz”. En ningún momento dejaban de recordar a la madre del ex presidente Mauricio Macri como hizo el flamante jefe de gabinete de la provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde.
Pablo Musse sintió una tristeza enorme cuando vio las imágenes en las redes sociales de un militante quitar la foto de su hija Solange que murió de cáncer en medio de la cuarentena eterna. Musse no pudo llegar a despedirla por los estrictos controles en las rutas del interior del país que no permitían la libre circulación de ciudadanos argentinos.
La Plaza de Mayo fue testigo de la intolerancia de los que se subieron al escenario kirchnerista en el día de la Lealtad. Vaya paradoja pues hablaron de Lealtad mientras extorsionaban al presidente Alberto Fernández con quitarle el apoyo si acuerda con el Fondo Monetario Internacional. Hebe de Bonafini, la procesada titular de las Madres de Plaza de Mayo, echó de esa Plaza a los “bolivianos de mierda” (sic) que se manifestaban a mediados del 2010 pidiendo justicia por un ciudadano asesinado por la inseguridad. A metros de Pirámide de Mayo, Bonafini también echó a los ex trabajadores estafados de Sueños Compartidos bajo el grito: “Anda a reclamarle a los Schoklender”. Bonafini considera que la Plaza es de las Madres y que nadie puede manifestar contra “los intereses de un gobierno nacional y popular”.
Si la bandera de los derechos humanos podía utilizarse (o ponerse en pausa) según la conveniencia de sus dueños, la casta kirchnerista, que se apoderó del Estado tras la muerte de Néstor Kirchner, cree tener derecho a todo, como una nueva aristocracia que llegó a basarse incluso en el linaje y la sangre. Juan Cabandié, hijo de desaparecidos devenido en funcionario público desde su discurso en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el 24 de marzo de 2004, expresó como nadie —y hasta el absurdo— la impunidad reinante en el segundo gobierno de Cristina Kirchner. “Yo me banqué la dictadura”, le espetó Cabandié a una agente de tránsito que cobraba por mes seguramente menos de lo que el funcionario ganaba en un día. Todo por evitar una multa de tránsito. Esa misma noche de octubre de 2013 en Lomas de Zamora, el referente de La Cámpora le pidió al intendente Martín Insaurralde un “correctivo” para la joven agente Belén Mosquera. Por esas casualidades del destino, el intendente fue otro de los protagonistas del Día de la Lealtad con su ingreso al estilo barra en la Plaza que debería ser de Todos.
Los profanadores de las piedras reprodujeron la lógica kirchnerista de monopolizar el dolor: “Los muertos que se recuerdan son los Nuestros”. Por medio de esta maniobra despojaron a sus víctimas incluso de su condición de víctimas: fuera de Ellos, solo hay culpa y desconsuelo.
El kirchnerismo no empatiza con víctimas que no sumen a su relato “nacional y popular”. Por eso, el fiscal Alberto Nisman fue un cadáver que “le tiraron al gobierno” como escribió en Facebook la mismísima presidenta Cristina Kirchner a horas de la aparición sin vida del denunciante o la bala que mató al militante Mariano Ferreyra “rozó el corazón de Néstor”. Tampoco permite que el dolor sea utilizado políticamente excepto que sea en beneficio propio. Cuando María Luján Rey, madre de Lucas Menghini, la víctima 52 de la Tragedia de Once, empezó a criticar públicamente al gobierno kirchnerista y la política de subsidios corruptos del ministerio de Planificación de Julio De Vido, se convirtió en un enemigo.
En las primeras horas de 2014, Alberto Lomuto —integrante del Frente Aduanero para la Victoria y conductor del programa de radio Frecuencia Pingüina en la Radio Signos— le escribió por Twitter tres mensajes a María Luján Rey. Demostrando su “coraje militante”, se dirigió a la mamá de Lucas para decirle que su hijo “fue la única víctima de un vagón en el que no murió nadie. Fue víctima, en parte, de su propia imprudencia o transgresión”. El provocador social continuó: “Educaste a tu hijo para transgredir las reglas, y eso le costó la vida. Bancátela”. Siguió: “Tu hijo fue el único que murió por estar donde no debía. ¿Y te ponés al frente de la protesta? Te debería dar vergüenza”. El “Algo habrán hecho” regresaba, así, de la mano de los fieles luchadores del relato, pero era un “Algo habrán hecho” bueno, porque estaba del lado correcto de la historia. Hay un dolor bueno y un dolor malo. Ni olvido ni perdón, pero solo cuando lo dicen los líderes.
Cristina no olvida. Tampoco perdona. Un grupo de familiares se había animado a enfrentarla, ¡a ella!, en el momento en que iba “por todo”. Por esa razón, el 21 de julio de 2014, con un sonriente Florencio Randazzo aplaudiendo detrás, Cristina ironizó al inaugurar una formación del tren Sarmiento: “¿Están todos ubicaditos? Miren que tenemos que hacer rápido, porque si no viene la próxima formación y nos lleva puestos”.
Para ese entonces, Cristina, la detective amateur más poderosa del país, ya tenía claro qué había sucedido en la tragedia de Once y lo contó mientras alababa los nuevos trenes con los que su gobierno se había dignado al fin a reemplazar a las viejas antiguallas en las que viajaban hacinados sus súbditos: “El frenado automático es de origen sueco… pero este es de origen alemán; el antiacaballamiento es de origen sueco y todo el sistema de transmisión es Mitsubishi, de origen japonés. Son trenes construidos en China en tiempo récord, además. Ya nadie va a poder viajar colgado del tren, porque el tren no arranca si las puertas no están herméticamente cerradas. Esto es un sistema de seguridad y de dignidad. Los que quieran hacerse los valientes vayan a hacerlo a otra parte”.
El kirchnerismo se apropia del dolor al igual que siempre tiene a quien culpar cuando algo no sale bien. Ante el escándalo de las Piedras y los carteles de muertos por Covid arrancados con odio de la Pirámide de Mayo, el ministro del Interior del gobierno de Alberto Fernández, Wado De Pedro, responsabilizó a Horacio Rodríguez Larreta por lo sucedido.
La culpa es del Otro.
La Patria Somos Nosotros, parecen creer los fanáticos de Cristina Kirchner. Los Otros, ni justicia ni tampoco respeto ante los muertos por COVID-19. Que no son de nadie sino de Todos.
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