El Juego del Calamar o el joystick libertario

La serie nos presenta una cruel pero precisa radiografía de la sociedad en la que vivimos y, de alguna manera, nos enfrenta a la peor versión de nosotros mismos

La serie surcoreana es la más vista en la historia de Netflix (foto: ElPlural.com)

El éxito de “El juego del Calamar” (EJC) radica, entre otras virtudes de producción, en que nos presenta una cruel pero precisa radiografía de la sociedad en la que vivimos y, de alguna manera, nos enfrenta a la peor versión de nosotros mismos. Esta cuestión se hace más evidente, si analizamos lo ocurrido durante la pandemia de COVID-19 y el ascenso de posturas extremadamente liberales, surgidas como rechazo a las medidas restrictivas impulsadas por la mayoría de los Estados.

En esta oportunidad, voy a realizar un análisis sobre algunas cuestiones jurídicas para darle continuidad a esta columna sobre “Derecho y series”, haciendo eje en los procesos de desigualdad ocultos detrás de las bases fundantes de sociedades meritocráticas como la graficada en EJC y de las difundidas propuestas libertarias.

La serie simboliza una sociedad ordenada a través de un juego o un enfrentamiento a partir del cual se dirime quién vive y quién muere, quién forma parte y quién no. Como en la sociología de Bourdieu, los participantes tienen intereses particulares para ingresar en el partido y quienes prevalecen en él obtienen beneficios de la partida. Si bien el campo de juego tiene reglas propias o autónomas, es innegable que las diferencias sociales entre los jugadores, son arrastradas desde afuera hacia adentro de la partida y brindarán distintas posiciones de largada a cada uno de ellos.

En el juego hay diferentes roles: quienes participan activamente son numerados del 1 al 456 y resultan ser hombres y mujeres de las clases bajas, asediados por deudas financieras, que deben competir para hacerse de un pozo de dinero que les permitiría pagar a sus acreedores y convertirse en millonarios.

Junto a ellos/as, están los cuidadores, también numerados, quienes tienen el rol fundamental de hacer cumplir las reglas de juego mediante la utilización de la violencia. Estos sujetos son identificados con formas geométricas que recuerdan a tres de las teclas del joystick de la más popular consola de videojuegos, dando cuenta de que solo están ahí para cumplir la voluntad del “host”, verdadero dueño del certamen, quien permanece “oculto” durante casi toda la serie. También hay un gerente que administra los deseos del anfitrión y, finalmente, hay un grupo de VIPs, que son hombres, blancos y ricos que obtienen goce de la observación del enfrentamiento en tiempo real al mejor estilo Gran Hermano o Twitch, que recuerda a las sociedades de control digital que describe el surcoreano Byung-Chul Han.

La partida se organiza de forma sencilla, los participantes enfrentan desafíos infantiles y son eliminados cuando no logran cumplirlos. Pero al igual que en la vida real, las reglas del juego no son neutrales aunque se presenten de esa manera. Aquí es donde el derecho asume un vital protagonismo debido a su capacidad para presentar reglas parciales y tendenciosas como simples y objetivas, a partir de un complejo entramado de símbolos, mitos y violencia. En EJC, el sistema normativo es claro y presenta tres artículos básicos que bien pueden ser, también, un claro mapa de los presupuestos filosóficos de las nuevas derechas libertarias:

Art. 1: El participante que no cumple el objetivo queda eliminado

Este es el presupuesto básico de las sociedades liberales que, al igual que en la serie, atan la permanencia en la sociedad a capacidades personales de los participantes bajo la cobertura ideológica de la sociedad meritocrática. La idea de igualdad en el punto de partida queda simbolizada en la serie por la utilización de los mamelucos neutros de los participantes y la idea de la numeración que genera una falsa sensación de igualdad. A poco tiempo de comenzar la serie, se comienzan a ver las diferencias que existen entre los sujetos, sobre todo al tiempo de armar equipos, momento en el que los mayores de edad y las mujeres son dejadas de lado en base a prejuicios propios de los participantes. De todas formas, los concursantes aceptan esta regla en la falsa creencia de que por sus propias capacidades podrán salir adelante en el juego.

Art. 2: Quienes voluntariamente deciden jugar están obligados a continuar jugando

Una idea fundante de nuestras sociedades es la de la voluntariedad para contratar, ya sea para realizar transacciones o para vender la fuerza de trabajo. Para cualquier actividad humana se parte de la idea de la voluntad, salvo para condiciones extremas como la esclavitud o la trata de personas. Para el resto de las situaciones se presume esta libertad y aquí se dispara una pregunta muy interesante que propone la trama de la serie: ¿los participantes son libres de participar? Para graficarlo, la producción muestra una interrupción momentánea del evento, en la cual se muestra como la libertad para participar es relativa, ya que la vida de los participantes fuera del certamen es realmente difícil: un criminal perseguido por una deuda con sus superiores dentro de la mafia coreana, un inmigrante que cometió un delito, una supuesta desertora norcoreana y un jugador compulsivo con acreedores violentos; son algunos ejemplos de la mencionada relatividad de la libertad de participación en el certamen.

Art. 3: El juego se suspende cuando la mayoría decide terminarlo

Esta regla, y la forma en la que se utiliza en la entrega de Netflix, implica una crítica directa a la forma de democracia representativa, propia de nuestras sociedades. La idea de soberanía del pueblo es cuestionada, no tanto en su esencia, sino en la forma en que es ejercida y cómo los valores sociales son ordenados de forma individual y no colectiva cuando se trata de un conjunto de personas que intenta sobrevivir. Quizás aquí se evidencia un cuestionamiento anti estado o antipolítica un tanto elitista, debido a que muestra a sujetos pertenecientes a las clases bajas incapaces de desarrollar lazos de solidaridad y empatía cuando se trata de la propia subsistencia, o al menos, sujetos incapaces de percibir que el desarrollo del juego va disminuyendo las probabilidades de éxito de cada participante. Esta regla da cuenta de la compleja vinculación entre democracia y libertarismo que en muchos casos emerge con expresiones neo fascistas o anti democráticas.

¿Quién maneja el joystick? (Spoiler)

Analizado el pequeño marco normativo de la serie y habiendo advertido que las reglas no son ni neutrales ni objetivas, queda preguntarnos quién pone esas reglas y por qué. Frente a este dispositivo de juego, el jugador número 1 resulta ser el símbolo de la construcción del sentido normativo de la serie y, tal vez, de las ideas libertarias que plantean la ausencia de reglas frente al mercado. Por un lado encontramos la meritocracia como gran ordenador social, representada en la serie por el jugador 218, un joven humilde pero inteligente que había podido ir a la universidad y, por otro lado, el último jugador en ingresar, el 456, el solidario, el que participó en una huelga para defender a sus compañeros de una fábrica que finalmente cerró sus puertas. Ambos se encuentran en el “mismo lodo”. ¿Gracias a quien? Al jugador número 1 que expresa el poder de la usura y especulación financiera, que aparece oculto, sobre el proteccionismo que llevó a Corea a ser uno de los tigres asiáticos. A ambos les va mal en la vida por ese gran juego organizado por la usura financiera que, sin embargo, presenta una sociedad en la que alguien puede salvarse si es lo suficientemente astuto y falto de escrúpulos como para avanzar.

¿Y el Estado?

Creo que la estatalidad es representada en la serie por una ineficiente policía coreana. Un agente infiltrado que busca desesperadamente a su hermano desaparecido pensando que era una víctima más del violento juego social pero en verdad su hermano era el organizador del juego. No el anfitrión ni los VIPs, sino apenas una especie de gerente encargado de mantener el orden en el desarrollo del juego. El policía y su hermano, provenientes de clases populares, ambos cumplen roles que le permiten a los organizadores del capital mantener en funcionamiento el juego. El intento de abuso por parte de uno de los VIPs al agente estatal, es una metáfora del lugar que ocupa el Estado en el relato de EJC y su posición de debilidad frente al poder económico concentrado.

El poder de juzgar

En la serie hay dos secuencias en las que funciona un sistema de juzgamiento por fuera del juego. Recordemos que en el establecimiento en el que se juega, no se reprime ningún delito, ya que las únicas reglas son las tres mencionadas anteriormente. El asesinato es fomentado, ya que reduce la cantidad de participantes, los empleados que manejan el evento aprovechan estas muertes para vender órganos y los organizadores hacen vista gorda sobre ese negocio clandestino. Sin embargo, como decía, hay dos tipos de infracción que no son perdonadas: mostrar la cara y favorecer a un participante por sobre otro. ¿Qué significa esto? ¿Por qué es tan severamente condenado? Mostrar la cara no pareciera tan grave, considerando que la mayoría de los participantes van a morir antes de que termine el torneo y sin embargo… Creo que lo que ocurre es que se ejerce una violencia extrema en pos de la defensa del mito fundante del juego, que es la meritocracia y la neutralidad de las reglas. Cuando se le adelanta a un participante cuál va a ser el próximo juego o cuando un rostro se muestra por sobre una figura geométrica, es cuando se pone en crisis la idea misma del juego y de la norma.

Para concluir, vuelvo sobre la simbología de la serie y la idea de juego como ordenador social: el hecho de que las jerarquías sociales estén identificadas con las figuras del joystick de la consola de juegos “Playstation” es claramente una muestra de ello y la ausencia de la “x” hace suponer que son los participantes los que tienen ese “no lugar” en la partida y quienes esperan ascender hacia las otras figuras geométricas las cuales, a pesar de estar mejor posicionadas, nunca dejan de ser un botón en un joystick de un juego que juega otro.

Primera pregunta final: ¿se convertirá 456 en un botón más del juego o enfrentará a la organización, con su pelo rojo y sin nada que perder? Segunda pregunta final: ¿Quedará esperanza en la humanidad o reinará el individualismo liberal? Seguramente lo descubriremos en una próxima temporada de una gran serie.

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