Otro 17 de Octubre y un mismo objetivo: recuperar la Nación

Desde 1945, mucha agua ha pasado bajo el puente, no obstante, nuestra tarea continúa siendo la misma: consumar la obra inconclusa de Perón

17 de octubre de 1945

“Traigo la voz del pueblo en mi boca de octubre,/ en mi sangre de octubre parecida a una mora. (…) Quiero mirar la patria en el humo que sube/ azul desde las fábricas, azul desde mis venas,/ nombrarla en un tobillo que no tiene cadenas,/ mirarla como el hombre cuando mira a la nube./ Quiero decir obrero, decir descamisado./ 17 de octubre, laurel en la tormenta”

“Octubre entero”, de Fermín Chávez

Es difícil decir algo nuevo sobre el significado y la trascendencia de un acontecimiento que para millones de argentinos define un momento bisagra de nuestra historia. Vengo insistiendo hace años en que fue la gigantesca voluntad política de los trabajadores movilizada en adhesión a un jefe que, desde la modesta Secretaria de Trabajo y Previsión, había percibido su rol medular como únicos generadores de la riqueza nacional a la par de que impulsaba la legislación que dignificaba su trabajo y las condiciones de vida de sus familias, la que dio nacimiento al peronismo.

Esto es, la lealtad esencial al Coronel Perón gestada en el seno del pueblo puso de manifiesto la decisión de millones de trabajadores argentinos de profundizar el proceso iniciado en 1943 para construir la nueva Argentina industrial, soberana y justa que abandonase de cuajo el modelo de desarrollo neocolonial agropecuario atado a los intereses anglo norteamericanos.

La revolución en paz iniciada en nuestro suelo demandaba la reforma social, la recuperación de la economía enajenada al extranjero y la elevación material y espiritual del hombre argentino históricamente postergado, en una síntesis indisoluble entre conductor y pueblo que expresa al día de hoy la mayor toma de conciencia nacional en la historia de nuestro país. Evita, el 17 de octubre de 1949, rememorando la épica de octubre y en este mismo sentido afirmaría: “Nació en los surcos, en las fábricas y en los talleres. Surge de lo más noble de la actividad nacional. Fue concebido por los trabajadores en el trabajo y su desarrollo contempla sus aspiraciones también en el trabajo”.

Y más adelante, con resonancias que aún nos llegan al corazón, aseveraría: “Yo invito al pueblo a meditar sobre el significado, sobre la honda proyección del 17 de octubre. Es la única, la auténtica, la definitiva revolución popular que se opera en nuestro pueblo. Una revolución histórica se justifica cuando sus causas sociales, políticas y económicas las determinan. Y ahí está la justificación de la revolución histórica del 17 de octubre. Fue determinada por causas sociales, políticas y económicas. En lo social, el abandono total de la justicia, con el enquistamiento de los privilegiados y la explotación del trabajador”, que venía del fondo de la historia con una dura carga de injusticias y frustraciones, “en lo político, con la sistematización del fraude en favor de los partidos que se turnaban en el gobierno o se quitaban mutuamente según el menor o mayor apoyo de los intereses en juego y en lo económico, el entreguismo y la venta del país, surgidos de sus reyertas”, en consecuencia: “Contra ello, y para destruir este estado de cosas, el pueblo rescató a su Líder y lo ubicó en este balcón el 17 de octubre de 1945″.

El encuentro con “la capacidad realizadora de su Jefe, el General Perón” reintegró a los trabajadores “el renacimiento de sus valores espirituales”. Por eso, a contrapelo de un “peronismo” que niega su propia naturaleza doctrinal, el del disciplinamiento y la subordinación a la única lógica, la de la acumulación electoral con mediciones de encuestadoras y “estados de opinión” volátiles por naturaleza, negocios con el extranjero y timba financiera, Evita sintetiza de manera magistral: “Esta es la definición de un peronismo auténtico, que tiene su raíz en la mística revolucionaria. Esta es la definición del peronismo del 17 de octubre de 1945, sin otro interés, sin otro cálculo, sin otra proyección que el bienestar de la Patria traducido en el bienestar de los trabajadores en sus múltiples actividades”.

Tanto es así que todo el acontecer político de la Argentina desde esa fecha hasta la actualidad está signado a fuego por esta irrupción consciente de los trabajadores en la historia nacional que logró sacudir el tablero geopolítico poniendo a la Argentina como epicentro del nacionalismo anticolonial de los pueblos del Tercer Mundo, venciendo al bloque opositor de la oligarquía, el poder económico concentrado, los partidos de la oposición, los medios de comunicación y el imperialismo internacional.

La proyección de la fecha simboliza la incorporación del movimiento obrero organizado a la vida política, social y cultural argentina en una participación antes desconocida configurando una experiencia política que no ha tenido repetición en ninguna otra parte del mundo. Los pilares doctrinarios de la independencia económica, la soberanía política y la justicia social, falsamente utilizados como meros slogans de campaña porque siguen despertando el sentimiento y la esperanza de nuestro pueblo, expresan la síntesis más brillante y perfecta de un modelo civilizatorio alternativo al materialismo liberal que se ofrece como respuesta filosófica y política universal a la resolución de los problemas de una humanidad que parece estar sumida en una atroz carrera por su propia destrucción.

Puertas adentro de nuestra Patria hace décadas priman los intereses minoritarios que se aliaron con Braden en 1945, basta con revisar las cifras de pobreza junto a las de extranjerización económica y a las agendas culturales impuestas por un sentido utilitarista del consumo, la muerte y el sálvese quien pueda. La crisis espiritual que vivimos los argentinos no tiene parangón en la historia de la Patria. Basta además con corroborar cómo la dirigencia sin distinción partidaria se ha ocupado todos estos años de marginar al movimiento obrero organizado y ha intentado destruir el modelo sindical argentino, único legado de la revolución justicialista que, con luces y sombras, aún se mantiene en pie a pesar de los embates para seguir expresando que el único ordenador comunitario es el trabajo digno y que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, sin dudas, principio filosófico que condensa el mayor valor de la solidaridad humana presente hoy en la prédica de Francisco y de varios líderes mundiales.

Los que aún minimizan el sentido medular del movimiento obrero organizado el 17 de octubre parecen olvidar que sólo es posible alcanzar los objetivos que hacen a la grandeza de la Nación y al bienestar del pueblo recuperando la responsabilidad de los trabajadores en ser artífices del legado justicialista cifrado en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, testamento póstumo que Perón nos dejara. Allí está sintetizada la propuesta del destino independiente que buscó con desesperación antes de partir a la inmortalidad, cuando aseveró: “La Nación no se simula. Existe o no existe. (…) El problema actual es eminentemente político, y sin solución política no hay ninguna solución para otros sectores en particular.” Por eso, advirtió que si “seguimos deseando fervorosamente una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. (…) Una Argentina íntegra, cabalmente dueña de su insobornable identidad nacional”, debía emprenderse la tarea de reconstrucción del movimiento nacional: “O profundizamos las coincidencias para emprender la formidable empresa de clarificar y edificar una gran Nación, o continuamos paralizados en una absurda intolerancia que nos conducirá a una definitiva frustración.”

En el plano económico, Perón postuló que había que industrializar el país y aseveró que “hay que tener siempre presente que aquella Nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía.” La planificación era imprescindible y con esa finalidad el gobierno debía organizar un sistema económico mixto, en el cual el Estado cumpliría una función empresarial estratégica. Las políticas públicas no eran meramente un “vehículo para alimentar una desocupación disfrazada”, debía apostarse al ahorro y al trabajo nacional, con el objetivo de ampliar los márgenes de poder de decisión sobre la “explotación, uso y comercialización de sus recursos”. Perón sostuvo además que el capital extranjero tenía que “tomarse como un complemento y no como un factor determinante e irremplazable.”

Ratificó en tal sentido que el pueblo debía organizarse en una comunidad organizada y fortificada por vínculos de solidaridad y conciencia social donde los trabajadores cumplían un rol indiscutible, que implicaba que los objetivos de sus organizaciones “consisten en la participación plena, la colaboración institucionalizada en la elaboración del Proyecto Nacional y su instrumentación en la tarea del desarrollo del país.”

Mucha agua ha pasado bajo el puente, no obstante, nuestra tarea continúa siendo la misma: consumar la obra inconclusa de Perón para la recuperación definitiva de la Nación. Para que podamos, al decir del poeta “nombrarla en un tobillo que no tiene cadenas”. Los dirigentes sindicales tenemos la responsabilidad de concretar la unidad en una única CGT, que además de ser un reclamo de los trabajadores es el único reaseguro de poder impulsar un Proyecto Nacional que nos devuelva protagonismo efectivo. Sobre esa unidad podremos reconstruir la unidad de todos los argentinos, como lo pidió Perón aquel glorioso 17 de Octubre de 1945, que seguirá vertebrando los desafíos actuales para el país y para las organizaciones libres del pueblo.

Por eso, el próximo 18 de octubre estaremos en la calle con las banderas bien altas bregando por un país con “desarrollo, producción y trabajo”.

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