Mi mamá, la que me enseñó casi todo

Susana Leonor Trilles es un compendio de vida. ¡Feliz día!

Susana Leonor Trilles

Susana Leonor Trilles es mi mamá hace 55 años. Pertenece a la segunda generación de argentinos, cuyos abuelos eran de nacionalidad española: los maternos de Santiago de Compostela y los paternos, catalanes. Es hija de una ama de casa y de un “hago de todo un poco”, que vendía automóviles, tenía flota de taxis o atendía en el mostrador de un banco.

Es la hermana del medio, la segunda de tres mujeres y de una última (la cuarta) que aterrizó en sus vidas fruto del amor de la empleada que trabajaba en la casa y el guardabarrera italiano de la esquina. Mi abuela Esther y mi abuelo Américo la adoptaron, agrandando así la familia.

Vivieron en el barrio de San Telmo y tuvieron un perro, el Tony. Tiempo después se mudaron a Boedo y después volvieron a San Telmo. A los 7 años estuvo pupila, junto con su hermana menor, en el Instituto Santa María. Mamá tiene un vago recuerdo (amargo) de esa etapa, pero no cuenta mucho. Finalmente termina la primaria en el Colegio Divina Providencia, de la congregación de las hermanas de San Vicente de Paul (las del sombrero raro blanco).

A los 13 años empezó la secundaria en la Escuela Comercial Nro 4 donde sólo cursó el primer año. En esa época conoció a mi Papá, Eduardo Guillermo, dos años mayor que ella. Al final, sus estudios secundarios los terminó en el Liceo de Señoritas, Nro. 1, José Figueroa Alcorta, creado en 1907.

En 1959 entra a trabajar en el Banco de la Provincia de Buenos Aires como empleada administrativa. Y ese fue su trabajo y su ingreso durante 20 años. Tres años después se casaba con Papá (el año próximo cumplen 60 años de casados) con el que tuvo siete hijos. El primero fue varón y lo llamaron Ricardo. Falleció a los pocos días de nacer. La primera tragedia. Y su primer gran duelo. Pero como si esa muerte hubiera activado un misterioso boomerang de la vida, llegaron seis hijos más: Eduardo (1964), Susana (1966), Mariana (1969), Martín (1972), Bárbara (1974) y Samanta (1981).

Susana Leonor Trilles, en su casamiento

Ya casada, mientras criaba hijos y trabajaba como empleada en el banco, se mudaron más de una decena de veces: cada hijo una mudanza, dice. Primero vivieron en el barrio de Congreso, y después de ahí no pararon de mudarse hasta llegar a Adrogué, en el año 1977.

En el año 1982 mi hermano mayor se gana una beca de estudio y se va a Italia. Al año siguiente mi papá se enferma, pierde su trabajo y quedamos en banca rota. Como único ingreso estaba el retiro voluntario del Banco Provincia de Mamá, la ayuda de mis tíos, el magro sueldo que yo traía de un empleo en una inmobiliaria y algunos ahorros. Mi hermano mayor, con algunos problemas de salud, decide quedarse a vivir en Europa, lo que sería el segundo gran duelo de Mamá y todavía no había llegado lo peor.

La enfermedad de Papá cambió la historia de toda la familia y le demandó a Mamá una fortaleza titánica y un temple de acero para llevar adelante, sola, y sin un peso, una familia numerosa. Pero lo hizo. Así como también pudo avanzar sobre el dolor de la pérdida de su primogénito, la enfermedad de su esposo, la falta de recursos, y la partida inexorable de su hijo mayor a otro continente, del cual no regresó.

Mamá nunca fue demostrativa ni cariñosa. Nunca la vi llorar ni quejarse de nada. Se puede venir el mundo abajo y dice: “Susy, no te vas a ahogar en un vaso de agua, ¿no?”. Siempre laburando, criando hijos, y saliendo a la cancha porque: ¡al mal tiempo, buena cara! Nosotros, sus hijos, somos su victoria. Logró, con mi padre, que aún en el medio de un vendaval, todos fuéramos a la universidad y tuviéramos nuestro título. Somos la primera generación de universitarios de su familia.

Susana junto a sus hijos

El año pasado, con 81 años y en medio de la crisis sanitaria global por coronavirus, entró, de urgencia, dos veces al quirófano: la primera para colocarle tres stent y la segunda para reemplazarle la válvula de la aorta. Salió de terapia intensiva caminando. Siempre se está riendo. A veces no entendemos de qué, pero se ríe. Conversa mucho y tiene memoria prodigiosa. Hace casi 60 años que cuida a mi papá, todavía le cocina. Creo que ya no lo aguanta mucho pero igual lo atiende como lo hizo desde el primer día.

El 7 de junio de este año, falleció Martín, el hijo varón más chico, mi hermano adorado, la luz de los ojos de muchos. El bicho infame y la falta de vacunas se lo arrancaron para siempre. No sabíamos cómo decirle a Mamá. Tragedia espantosa. Enterrar otro hijo. Pero esta vez era uno que había vivido una hermosa vida durante 48 años, que le había dado dos nietos y tantísimas alegrías. Un hombre de bien, sano, laburador, deportista, genial. Y una vez más, Mamá se levantó y se fue a enterrar a su hijo. De pie, junto al féretro, y sin decir ni mu, le dio la mano a Papá que lloraba en silencio.

Esta es mi mamá. La que me dio la vida. La que me enseñó casi todo. Susana Leonor. La hermana del medio, la que estuvo pupila. La empleada del banco. La esposa en la salud y en la enfermedad. La madre de siete. La que enterró dos hijos. La que invita a los nietos a comer lentejas. La risueña. La de roble. La que salió caminando de terapia intensiva. La eterna.

La Nona, un compendio de vida. ¡Feliz día Ma! Te quiero…

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