Ante el rechazo unánime que le produce a la sociedad y la denostada imagen que ostenta el sindicalismo docente en nuestro país, producto de décadas de desmanejos y prácticas extorsivas que nada tienen que ver con la tarea que a diario desarrollamos los docentes en las escuelas, nos encontramos con un dilema: esta mala fama no ayuda a resolver los problemas de fondo que aquejan a la educación en nuestro país hace años, a la vez que resulta contraproducente para la legitimidad de los gremios.
Tras más de un año y medio en los cuales quedó en evidencia que cuando el Gobierno Nacional decía “la educación es prioridad” era tan solo un slogan que nada tenía que ver con la realidad, el pasado 28 de septiembre los argentinos nos desayunábamos la imagen del Presidente, reunido con un grupo de sindicalistas que hicieron, durante este tiempo, todo lo posible para que los chicos no tengan clases presenciales -incluso llegaron a estar en contra de dictar clases virtuales-, llegando al punto de amedrentar a los docentes que sí querían concurrir a las aulas tras 15 días de paro.
Lo primero que debemos tener presente es que nada de esto es bueno para la educación. Es por culpa de este modelo sindical absurdo y obsoleto que hace años se incumple el calendario escolar por los reiterados paros en la Provincia de Buenos Aires, mientras politiza e ideologiza todo tipo de reclamo docente negando la presencialidad de los chicos y docentes en las aulas durante 18 meses. A palabras del flamante ministro de Educación, Jaime Perczyk, “recuperar lo perdido va a llevar no menos de tres años”. Ahí están los resultados de esta (mala) praxis.
Es tanto el enfrentamiento con la educación que hacen de ella un juego político, haciendo y deshaciendo a la medida de los intereses personales de sus dirigentes, que buscan a toda costa su tajada personal para hacer política. Recordemos que el mismo espacio gremial que nos tildó a aquellos que defendíamos la presencialidad de “criminales”, afirmó días atrás -y tras el último resultado electoral- que “jamás se opusieron a la presencialidad” y, redoblando la apuesta -la de la incoherencia- afirmando que estaban a favor de ella.
Hecho el diagnóstico, y en base a la voz de los miles de docentes de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires con los que a diario nos reunimos y visitamos en sus escuelas para monitorear las condiciones laborales y hacerlos partícipes del espacio sindical que nos involucra, es que estoy firmemente convencido que hay una salida, y a hacia eso vamos. Desde nuestra forma de ver, tenemos un horizonte claro: la educación deberá ser esencial, no realizamos paros que interrumpen el dictado de clases y todos los reclamos que se hacen deben ser con los chicos en el aula.
Estos tres pilares son los que van a llevarnos a trabajar por la educación del futuro. Estamos convencidos que el daño de los últimos años en la educación -no solo de la pandemia- debemos revertirlos haciendo especial énfasis en el rol social que debemos ocupar los sindicatos docentes: lo hicimos en la Ciudad a través del diálogo con los funcionarios garantizando el ciclo lectivo, la presencialidad y las condiciones laborales y salariales de los docentes y estoy convencido de que, para 2023, debemos ponernos como objetivo replicarlo en todo el país.
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