Prejuicios de la discapacidad que necesitamos desterrar

Cinco aspectos fuertemente arraigados en el imaginario de la sociedad que dificultan una verdadera inclusión

Entre los derechos que hoy en día no se garantizan a las personas con discapacidad se encuentra el trabajo (EFE/Archivo)

Que somos infelices, asexuadas, “angelitos”, que no podemos trabajar. Todavía existen muchas creencias erróneas fuertemente arraigadas en el imaginario de la sociedad respecto a las personas con discapacidad que dificultan una verdadera inclusión en todos los ámbitos. Desmontar estos prejuicios es fundamental para naturalizar a la discapacidad como parte de la diversidad.

1) Tener una discapacidad es una desgracia

¿Por qué se tiende a suponer que la discapacidad es una tragedia? Si bien es cierto que la discapacidad trae un mundo de desafíos que no son fáciles (dependiendo del entorno, de la condición y las circunstancias), existe una idea generalizada alrededor de una visión trágica de la discapacidad y que genera lástima, pena y compasión. Esta concepción se puede ver plasmada en expresiones como “pobrecito/a”, “padece” que tienen que ver con una lógica tendiente al asistencialismo lejos de creer en las posibilidades y capacidades de esa persona. Pensar a la discapacidad como una tragedia invita a pensar a las personas que la afrontan, y sus familias, como infelices, incapaces y dependientes. Actualmente, se sigue concibiendo que alguien feliz y pleno es aquel que cumple con ciertos parámetros de normalidad establecidos. Sin embargo, no solamente muchas personas con discapacidad vivimos una vida plena sino que la mayoría de las veces el padecimiento tiene más que ver con las barreras y obstáculos de la sociedad que con la condición en sí misma.

2) La discapacidad es una enfermedad

Enmarcar a la discapacidad en la diversidad implica desprenderse de la idea errónea de que las personas con discapacidad están enfermas y necesitan una cura. La discapacidad no se cura, se acepta porque, aunque nuestra situación viene en ocasiones de un diagnóstico médico (yo tengo tal condición, el otro tiene otra), las personas con discapacidad no estamos enfermas. Esto habilita una lógica del cuidado que no permite considerar a la persona con discapacidad como independiente. Aunque la condición médica puede existir, la discapacidad no es una enfermedad en la medida en que, lejos de ser algo inherente a la persona y tal como lo afirma la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, “resulta de la interacción entre las personas y las barreras debidas a la actitud y al entorno que evitan la participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con los demás”. Esto quiere decir que la discapacidad es un asunto social que necesita ser atendido por toda la sociedad.

3) Las personas con discapacidad son asexuadas y son niños/as eternos

Uno de los mayores tabúes de la discapacidad tiene que ver con la sexualidad y la perspectiva errónea de creer que las personas con discapacidad no tenemos, o no podemos tener, una vida sexual. Aún hoy persiste en el imaginario una concepción asistencialista que no considera a la persona con discapacidad como sujeto de deseo o capaz de experimentar placer sino como pasivo, “incapacitado” de amar y ser amado (o de tener relaciones casuales), infantil y asexuado.

Lo cierto es que este pensamiento invalida pensarnos como personas deseadas, el acceso a derechos de salud sexual y reproductivos, especialmente en las mujeres y genera falta de información. Un paradigma de belleza todavía muy instalado que descree de la persona con discapacidad como atractiva o sensual junto a la falta de visibilidad y representación tiende a colaborar para que no podamos acceder libremente a la adultez y todo lo que eso implica (pareja, independencia económica, vivienda), ya que somos niños/as para toda la vida y personas anuladas socialmente.

En ocasiones solemos escuchar “es un angelito” cuando se refieren a un niño o una niña con discapacidad, una noción que reproduce ese mito sobre la niñez eterna y alguien que necesitará siempre el cuidado de otra persona.

4) Las personas con discapacidad no pueden trabajar

Entre los derechos que hoy en día no se garantizan a las personas con discapacidad se encuentra el trabajo. De hecho, el gran desafío es que las empresas y organizaciones abandonen una visión de la discapacidad centralizada en la incapacidad para pensar en la diversidad y los beneficios que una persona con discapacidad puede traerles. Con avances lentos pero aún muy lejos de esto, las personas con discapacidad seguimos siendo una carga en la medida en que no se naturalizan los apoyos y adaptaciones ni se contemplan las fortalezas y capacidades de la persona sino que se consideran principalmente las falencias.

5) Las personas con discapacidad no pueden ser independientes

Se suele contemplar a las personas con discapacidad dentro del paradigma de la falla y la falencia y esto habilita considerarlas como incapaces, no productivas, poniendo el acento en la persona en lugar de las políticas e iniciativas necesarias para brindar apoyos y accesibilidad. Que las personas con discapacidad puedan, más allá de su diagnóstico y su condición, alcanzar la autonomía es una responsabilidad del entorno que debe establecer los mecanismos para que eso sea posible.

Estos mitos y prejuicios sientan cotidianamente las bases de múltiples derechos vulnerados hacia las personas con discapacidad. De esta manera, resulta necesario derribarlos para comenzar a naturalizar la discapacidad y contemplar a las personas con discapacidad como parte de la diversidad y como sujetos de derechos. Actualmente, las barreras y obstáculos que nacen de esos prejuicios obedecen a una sociedad que todavía está muy lejos de una inclusión real y verdadera.

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