Nadie puede dejar de lado que cientos de miles de mujeres y hombres tomen la ciudad para correr 42 kilómetros o intentarlo – ahí están la poesía y el sentido- pueden levantar una que otra protesta. Burbujas coléricas dentro de la sociedad del auto ,que no detienen la determinación de correr más lejos todos los días. La Maratón es la ceremonia mayor.
Al principio, corredores solitarios de calle o atletas de club, en cierto modo la Cenicienta de los deportes febriles y embriagantes con centro en el fútbol. Pero en una décadas se transformaron en cientos de miles los que se desafiaron a ponerse las zapatillas , y a la calle. Empezó a notarse que no sólo podía responder al reto contra sí mismo que contiene , sino también abarcar otras zonas: correr además también como fuente de placer y la desintoxicación o la angustia que cura la libertad. No es ningún hallazgo que el que corre lo hace en libertad radiante y que empuja a una introspección ineludible: el corredor habla consigo. Corre, piensa, no para, tap, tap, tap, cambia, se vuelve otro, mejora en otros aspectos de la vida. Es lo que me cuentan amigos corredores. Una decisión que no es pavada y que se vuelve necesidad con lluvia o con sol, con frío o calor: “Prefiero separarme a dejar de correr, si se presentara como un inconveniente”.
Es muy útil y divertido “de qué hablo cuando hablo de correr”. El libro de Aruki Murakami tiene fórmulas y recomendaciones muy prácticas. Se puede leer sin aburrirse quienes, como uno, están entrenados en el sedentarismo. El escritor japonés ha participado en veinte maratones, cada una de ellas la distancia entre Maratón y Atenas cuando un soldado murió al llegar y dio información contra los persas. La que se fijó para los juegos olímpicos modernos
Me cayó en las manos hacia los once, doce años , La soledad del corredor de fondo, la novela de Alan Sillitoe . Me produjo emoción y el irremplazable diálogo entre un lector y lo que lee como pocas veces. Viene la suerte a rodarse como película con la dirección de Tony Richardson, el gran Tom Courtney como el chico working class internado en un colegio reformatorio cuyo director es Michael Redgrave, severo pero capaz de entender de qué manera pelea para correr , solo, frente a los que le han ofrecido los dados. Sí: el tap, tap, tap sobre las hojas de otoño mientras caen los títulos de inicio. No lo he olvidado.
Es que el cine y la literatura llaman a la idea de correr y poner a un lado el spoileado asunto de nuestras existencias. Nada que discutir: correr es poético. A callar la bronca si la ciudad es copada por el factor humano, por los mortales corredores que no sobrevivirán a los edificios y a las avenidas.
Tal vez hayan visto Marathon Man, con Lawrence Oliver y Dustin Hoffman, pero siempre se está a tiempo. Un thriller político donde el corredor (Hoffman) se ve torturado por un dentista nazi que le perfora los dientes sin anestesia. El director Schlesinger hizo las cosas muy bien.
Forrest Gump está en lo alto. El personaje central (Tom Hanks), sentado en un banco de colectivo cuenta a un chico su vida. Parece tener algún retraso hoy se diría cognitivo, pero no: lo contado es de maravilla y el film chorrea arte y entretenimiento arte. Correr, correr mucho, lleva a la aventura de pisar la Tierra y tal vez sea el protagonista de la trama. Verdadero taquillazo , algunas frases ingenuas y veloces pasaron al lenguaje común. Lo mismo que la idea rectora, no rendirse.
Mientras se corría la Maratón pensaba ayer en Carrozas de fuego, los competidores de dos mundos en el mismo mundo y la misma meta: correr y ganar. La música de Vangelis todavía suena a menudo. Pensaba en Hussein Bolt en su prueba admirable que pasa en un suspiro y es vedette del atletismo. El de Jamaica corría y jugaba. Se jura que por algún gen como mensajero de los jamaiquinos corren como nadie puede: huyeron a la carrera de las barracas donde se hacinaban como esclavos. Tienta creerle. No es solo Bolt,: mujeres y hombres de la isla lo consiguen a gran velocidad como con cierta gracia que los hacen reconocibles al verlos.
Pensaba en Jesse Owens y las Olimpiadas de Berlin 1936. Cuatro medallas de para el furor y el odio de Hitler al retirarse sin saludar al fabuloso deportista negro. Y en Abebe Bikila, el ganador de Maratón en Roma 60, descalzo, primer campeonazo africano y vindicador de la brutalidad de Mussolini allá, en Etiopía. Abebe Bikila repitió Tokio en el 64. Pensaba en el criollo Delfo Cabrera, ganador de maratón con su medalla en Londres 1948.
Mientras Buenos Aires corría, me llegaba Emil Zátopek, la locomotora checa. Aquel hombre que empleaba todas y cada una de sus células al correr, fue honrado y convertido en héroe durante el dominio soviético . Al adherir a la Primavera de Praga, el conmovedor levantamiento popular frente a los tanques rusos, fue humillado, forzado a un arrepentimiento vergonzoso se lo obligó a trabajar como barrendero. Dejo como añadido que hay un libro muy recomendable , “Correr, la vida de Emil Zátopek”- no es del todo una biografía- cortito, irónico, emotivo firmado por Jean Echenoz.
No debe ser por casualidad que cuando se decretó la cuarentena larga fueron los runners los primeros en salir. No porque la pandemia no existía ni porque se la negara sino porque señalaron que nada bueno podía salir de una gran jaula. No hace falta mucho para correr. “Zapas”, entrenamiento , esfuerzo gradual. No es necesario ser admirable. Que cada uno viaje a su propio centro. A zancadas potentísimas o despacito para recuperarse y exprimir las días al notar que se respira y se avanza.
Es mucho.
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