A la histeria ni cabida

En la antigüedad, la histeria era vista como una enfermedad que se le diagnosticaba solo a las mujeres a quienes se les indicaba un tratamiento de “lavaje vaginal”. Pero, no importa de qué sexo seas, a la hora de la seducción en muchos casos todes son histeriques

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Que me gustas, que no.
Que me gustas, que no. Que te llamo, que no llama. En el juego de la seducción todos a veces somos histeriques (Getty Images)

Hace varios días que veo a una de mis más grandes amigas bajoneada. Venía charlando a full con un pibe, estaban re in y por in me refiero a ganas de buena onda y buen sexo, nada más.

Se encontraron algunas veces sin que pasara nada, hasta que de pronto… ¡Mambos! Él se volvió más distante y entonces ya no se vieron más. Mi amiga le decía de salir y él siempre respondía un “estoy a mil” o cosas por el estilo. Sin embargo no le decía que no quería verla, tan solo posponía el encuentro para otro momento.

Este formato de situación confusa se repite en miles y miles de vínculos, no importa de qué sexo seas. Este miedo a la continuidad de un vínculo nos hace comportarnos raro, nos hace comportarnos como lo que comúnmente llamamos “histeriques”.

En la antigüedad, la histeria era vista como una enfermedad que se le diagnosticaba solo a las mujeres. A las que tenían marido, se les indicaba que tuvieran relaciones sexuales hasta conseguir el orgasmo. Si no lo conseguían, debían recibir el tratamiento que le hacían también a las solteras. A este tratamiento se lo conocía como “masaje pélvico” y consistía en la estimulación de los genitales de la mujer hecha por las manos del doctor hasta llegar al orgasmo que, en el contexto de esa misma época, se lo llamaba “paroxismo histérico”.

Y, como a la histeria y al deseo sexual reprimido de las mujeres se los consideraba enfermedades, en muchas otras ocasiones también les realizaban una ducha o lavaje vaginal... Ya me puedo imaginar sus caras mientras leen porque deben ser iguales a la mía cuando empecé a investigar sobre esta bonita historia de la histeria.

El tiempo pasó y sin embargo seguimos utilizando la palabra histeria de manera errónea.

En algunas culturas, por lo menos en la nuestra, se entiende como histérique a aquella persona que seduce sin ningún tipo de interés romántico o sexual. También usamos el concepto “histeriqueo” para denominar a la instancia de chamullo (seducción) entre dos personas que se están conociendo.

Es decir que a veces la palabra histeria tiene connotaciones positivas y otras veces negativas. Por algún motivo (para nada sorprendente) se sigue asociando a la “histeria negativa” mucho más con las mujeres que con los hombres; y se sigue considerando a la mujer insatisfecha, una histérica. Esto hace que entonces la duda o el arrepentimiento sean factores casi que invisibilizados a la hora de vincularse sexo afectivamente.

En la antigüedad, la histeria
En la antigüedad, la histeria era vista como una enfermedad que se le diagnosticaba solo a las mujeres. Algunas recibir un tratamiento que se lo conocía como “masaje pélvico”

A veces conocemos a alguien que nos gusta, pero no estamos del todo segures de qué queremos con ese alguien y eso no tiene nada de malo o de raro. Deconstruirnos es también entender que hay muchas formas de gustar y de ser gustade. Entender que a veces queremos solo chapar, a veces chapar y acariciarnos, a veces coger, a veces nada o a veces todo y después nada. Y que también esa frase cliché de “querer es poder” no es tan cierta cuando une se convierte en adulte, no siempre podemos hacer lo que queremos.

Esos cambios de decisiones y sentimientos nada tienen que ver con la histeria. Todes tenemos el derecho de pensar una cosa y luego otra, todes tenemos el derecho a cambiar de parecer. El problema llega cuando ese cambio le afecta a un otre y entonces ahí aparece la responsabilidad afectiva; decirle al otro la verdad, ya sea me gustás o ya no me gustás o me gustás, pero ni idea qué quiero, ¡lo que sea!

Ojo, tampoco me voy a hacer la boluda con que muchas veces la seducción esa que llamamos histeriqueo, nada tiene que ver con gustar del otro sino, más bien, con que nos gusta que gusten de nosotres. Esa forma de vincularnos es realmente confusa y tóxica.

Todo bien con el jueguito, ¿a quién no le divierte jugar un rato?, pero siempre debe ser teniendo en cuenta al otre. El juego deja de ser divertido cuando vemos que estamos lastimando, confundiendo o ilusionando a la otra persona, entonces, deja de ser un juego y pasa a ser (lo que llamamos histeria, pero que no lo es) una articulación vincular ególatra y narcisista.

Ojo, tampoco me voy a
Ojo, tampoco me voy a hacer la boluda con que muchas veces la seducción esa que llamamos histeriqueo, nada tiene que ver con gustar del otro sino, más bien, con que nos gusta que gusten de nosotres. Esa forma de vincularnos es realmente confusa y tóxica.(Getty Images)

Hubiera sido mucho menos confuso y lastimoso que el chico le hubiera dicho a mi amiga “che, no quiero verte más”, por hache o por be, que el dominó de excusas inverosímiles del tiempo y los bla, bla, bla. Sé que es fácil decirlo así nomás, plasmarlo en este texto como si fuera pan comido. No digo que no cueste, para nada, a veces muchísimo. Pero no decirnos la verdad no nos lleva más que a seguir dándole de comer al concepto de histeria y repetir patrones como el ghosteo que solo empastan y confunden más algo que, en verdad, debería ser mucho más sencillo.

Cuando investigué sobre la histeria descubrí que la etimología de la palabra remite al término griego hysteron que significa... oh sorpresa: útero. ¡Qué curioso!, ¿no?, que este comportamiento tenga como origen la palabra útero.

Me parece que deberíamos dejar de asociar el comportamiento histérico al universo femenino, porque en todo caso, histeriques podemos ser todes.

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