A principios de los 80, siendo estudiante de Derecho, tuve la suerte de compartir varios encuentros con Arturo Illia, quien gobernara la Argentina entre 1963 y 1966. En uno de ellos, relató con lujo de detalles cómo se convirtió en el primer presidente de Occidente en comerciar con China.
En 1964, ante las dificultades para colocar en los mercados internacionales una cosecha excepcional de trigo, Illia tomó la decisión de vender varios millones de toneladas a China Popular, gobernada por Mao Tse Tung, y cuando ese país ni siquiera formaba parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La Argentina, se convertía así en el primer país en abrir un mercado que hoy es codiciado por el mundo entero. Recién seis años más tarde, el presidente norteamericano Richard Nixon viajaba a China con el mismo fin.
Sin tener relaciones diplomáticas con China, la operación de venta la realizó desde la Casa de Gobierno sin grandilocuentes comitivas ni misiones comerciales
Con visión de estadista, Illia consideraba que el futuro estaba en Asia. Sin tener relaciones diplomáticas con China, la operación de venta la realizó desde la Casa de Gobierno sin grandilocuentes comitivas ni misiones comerciales. Para ello, el presidente argentino contó con la ayuda de Josué de Castro, uno de los asesores de la Reforma Agraria de Mao, y elegido en 1952 presidente del Consejo Ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
–¿Cómo se animó en aquél tiempo a quebrar los prejuicios de comercializar con un país comunista? – le pregunté. Y con la serenidad que lo caracterizaba respondió con otra pregunta: “¿Cómo no habría de hacerlo si nos pagaron al contado en libras esterlinas convertibles a oro a través del Banco de Londres de Hong Kong que actuó como agente financiero chino?”.
Pocos saben que vivió en Europa entre 1933 y 1934, que presenció el naciente fascismo al asistir a los actos públicos de Hitler y Mussolini y que pasó un par de días en un calabozo berlinés por negarse a saludar con el brazo en alto a una patrulla de las SS
Este hecho poco conocido se suma al nebuloso desconocimiento que hasta hoy envuelve la figura de Illia. Pocos saben que vivió en Europa entre 1933 y 1934, que presenció el naciente fascismo al asistir a los actos públicos de Hitler y Mussolini y que pasó un par de días en un calabozo berlinés por negarse a saludar con el brazo en alto a una patrulla de las SS. Casi nadie conoce que unos años más tarde, fue enviado al norte argentino a negociar con oscuros traficantes la compra de armas de rezago de la guerra chaco-paraguaya para defender al gobernador cordobés Amadeo Sabatini. Se lo conoce como médico rural cuando en realidad fue un investigador de primer orden que junto a Salvador Mazza cambió la teoría vigente hasta los años 30 respecto de la lucha contra el mal de Chagas.
Gran jugador de póker, amante del yoga, del budismo, y del pacifismo ghandiano, Illia también era un ávido lector, con sólidos conocimientos en filosofía, artes, historia universal y cultura general.
A quienes fueron a derrocarlo les dijo que no representaban a las Fuerzas Armadas, y que sus hijos se avergonzarían de lo que estaban haciendo
Dos años y ocho meses duró la gestión de quien alguna vez recibió el mote de “tortuga”. A pesar del corto período, los resultados económicos fueron sorprendentes. El aumento de la producción, según los datos del Banco Central en los años 1964 y 1965, fue del 10,3% y de 9,2% respectivamente. La industria creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965; el sector agropecuario lo hizo a 7% y 5,9%.
Se registró una disminución del gasto público con relación al PBI, y una reducción en el déficit del Presupuesto (de 4.054,1 millones en 1963, a 2.778,9 millones en 1965). Esto es remarcable porque al mismo tiempo hubo un importante aumento de las partidas destinadas a educación (24% del presupuesto nacional) y salud.
Por primera vez en muchos años se redujo el endeudamiento externo, de 3.390 a 2.650 millones de dólares. Luego, habría de crecer sin interrupción hasta la fecha.
A quienes fueron a derrocarlo les dijo que no representaban a las Fuerzas Armadas, y que sus hijos se avergonzarían de lo que estaban haciendo. Años más tarde, la mayoría de los que participaron en el golpe expresaron públicamente su arrepentimiento.
Al día siguiente de su destitución, los asaltantes del poder encontraron $240 millones en efectivo en la caja fuerte del despacho presidencial. Era la totalidad de los fondos reservados que Arturo Illia pudo haber usado sin rendir cuenta a nadie. El coronel Horacio Ballester, a cargo del operativo, solo atinó a decir: “Para qué lo habremos sacado a este tipo”.
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