Operativo Kintsugi presidencial

El objetivo principal del Frente de Todos hoy no es revertir la elección sino recuperar el poder presidencial. Carta blanca por ahora a Manzur y la llegada de una nueva vocera al gobierno

El Kintsugi es una técnica centenaria japonesa que consiste en reparar piezas de cerámica rotas y que es también una filosofía de vida: ningún sentido tendrá ignorar las lastimaduras, lavarlas o disimularlas

Cuenta la leyenda que Shogun Yoshimasa, emperador del Japón en el siglo XIV envió a reparar a China sus tazones de té favoritos. Al regresar los habían pegado con burdas grapas. Fueron entonces unos artesanos japoneses los que encontraron una solución atractiva y duradera. Unieron los fragmentos con pegamento mezclado con polvo de oro, logrando devolverle a las tazas la funcionalidad original pero dejando bien visibles, casi agrandadas, las cicatrices.

Esta técnica de reparación, el kintsugi (carpintería de oro) se transformó con el tiempo en un objeto de culto. Al reparar la cerámica de esta manera, el objeto queda mucho más fuerte que antes, es improbable que se vuelva a romper y encima transforma cada pieza en algo único y deseable.

Hoy en Japón el kintsugi no es sólo una técnica artística, es una filosofía de vida. Es la real aceptación del daño, de las heridas que no se deben ocultar ni deben avergonzar, es algo así como la práctica de la resiliencia para encontrar lo bello y perdurable en las cicatrices de la vida.

Podríamos decir que el Frente de Todos está en pleno operativo de kintsugi presidencial. El objetivo es mucho más realista que intentar ganar una elección o achicar la diferencia. Se trata de reunificar las piezas en las que estalló la coalición gobernante después de la elección y en vez de maquillar las cicatrices exponerlas como muestra de superación y transformación.

Si lo logran, resurgirán -especulan y se esperanzan- más fuertes. Si fallan, los dos años de mandato que quedan se escribirán en la historia como la lápida del peronismo. Al menos, en el formato y la dinámica, en que lo conocimos hasta hoy.

Ya pasaron 21 días desde la derrota de las PASO. Ya empezó a correr la campaña para la elección del 14 de noviembre. Juntos por el Cambio ya tiene sus flamantes afiches en la calle y al mejor estilo napoleónico practica el lema de “mientras tu enemigo se equivoca mejor no lo interrumpas”.

El oficialismo recién se está acostumbrando al reacomodamiento interno. El Presidente está herido emocional y políticamente. La vicepresidenta también. Él todavía está anotando frases de autocrítica ayudado por la gente en sus recorridas por el conurbano. Ella ya dio vuelta la página y camina firme con un objetivo único: que, más allá del próximo resultado en las urnas, no se diluya el poder.

Está claro que Juan Manzur le inyecta hiperactividad y agenda diaria a la administración del gobierno. No es poca cosa. Se tomó a pecho el rol de pseudo primer ministro y anda, por ahora, sin pedir demasiados permisos. En lo formal, Manzur vino a ocupar la Jefatura de Gabinete. Pero está claro que Cristina no sugirió su nombre sólo por ese hueco. En lo estratégico, Juancito viene a completar las tareas pendientes del propio Alberto Fernández: un acercamiento con el establishment local e internacional, que haga posible y perdurable un gobierno con el kirchnerismo adentro.

Algo así como volver a las fuentes. A ese pacto inicial que por falta de funcionalidad o de sabiduría no se pudo cumplir. En ese contexto, las aspiraciones sobre la futura elección están acotadas hoy al arte de lo posible.

Le dieron libertad a las provincias para que decidan sus propias estrategias locales y eviten o moderen la nacionalización, y particularmente el kirchnerismo y la Cámpora volvieron a sus fuentes. Recorridas territoriales, bajadas permanentes e inyección de endorfinas a la militancia para que vaya a buscar voto a voto en la provincia de Buenos Aires.

Julián Domínguez, Cristina Kirchner, Juan Manzur y Alberto Fernández, en la primera vez que el presidente y la vicepresidenta se mostraron juntos luego de la crisis política en el seno del Frente de Todos

Máximo Kirchner ordenó sus prioridades. Pasó toda la semana en larguísimas reuniones de bloque dividido por distritos y escuchó una por una las lecturas, sugerencias, críticas y reclamos que tenían para hacerle. Empezó el lunes con los diputados de ciudad y provincia de Buenos Aires y terminó el jueves con los norteños. Fueron sesiones maratónicas. La primera duró más de seis horas.

Mientras iba nutriéndose de esas miradas diversas para hacerse un mapa mental de la realidad del país según sus dirigidos, dejó al cierre de cada charla un mensaje sin dobleces. “Que les quede claro que nosotros vamos a trabajar para que en 2023 Alberto pueda reelegir o decida quién quiere que lo suceda. El Presidente tiene que llegar al final de su mandato con aptitud electoral. No hay otra salida”.

Está claro que Máximo Kirchner no habla por casualidad. Lo primero que hay que reconstituir es la autoridad presidencial. Cascoteada no sólo por los errores propios de Alberto sino por una (¿falla de?) dinámica de decisiones del Frente en estos primeros dos años fue más dañina que la oposición. Y ahí nace la primera incógnita. ¿Qué pasará con Manzur cuando se encuentre conque papá piensa blanco y mamá negro? ¿Hay espacio para los grises o para las posturas superadoras?

Los cambios son muy recientes para poder sacar conclusiones. Sí está claro que no todos los sectores hacen lecturas coincidentes. El gobierno a simple vista se peronizó. ¿Era eso lo que le pedía el electorado o era lo que necesitaba el Frente de Todos para mantener la unidad?

Fernández sobrevivió después de las PASO a un tironeo que, en rigor, lo acompaña desde su primer día en el sillón de Rivadavia: camina diariamente en una cornisa en la que puede caer de un lado en la traición y del otro en la sumisión. La posibilidad de erigirse como una alternativa superadora, esa que lo mostraba cerrando el acuerdo con los bonistas privados, unificando criterios y fuerza con la oposición para enfrentar la pandemia y dándole el 60% de popularidad, feneció al ritmo de la debacle económica y de la pandemia.

¿Fue -como dice el kirchnerismo- la falta de ejecutividad del Presidente (en esta columna hemos destacado en más de una oportunidad los problemas de Alberto a la hora de tomar decisiones), los ministros que no funcionaban y la falta de claridad en el rumbo los que llevaron a la derrota? ¿O fue la falta de paciencia de Cristina que obligó a Alberto a radicalizarse en cuotas (Vicentín, declarar servicio esencial a las telecomunicaciones, dilatar del acuerdo con el FMI, etc.) haciéndolo perder su esencia o su funcionalidad dentro del Frente?

Por lo pronto, para todos está claro que el gobierno no pudo ser la excepción a un mundo donde en plena pandemia todos los oficialismos fracasaron. Hasta el de Angela Merkel después de 30 años en el poder. Y que salvo intentar achicar la diferencia en la provincia de Buenos Aires apelando a que vayan a votar los que no fueron y aspirando a que los votos de Manes no se sumen automáticamente a los de Santilli, el aspiracional para noviembre del oficialismo es hoy más que sensato. No terminar perdiendo por más diferencia aún.

En el mientras tanto, los cambios no terminaron. Está claro que la comunicación sigue siendo uno de los temas más sensibles. Tan claro como que son varios los que están buscando cubrir un rol que hasta ahora el gobierno no tuvo: el de vocero oficial. Quizás porque el ejemplo al que todos aspiran es el de Jen Psaki, la vocera de Joe Biden, a la hora de buscar quien puede ocupar ese rol todos pensaron en una mujer. La elegida y consensuada desde Juan Manuel Olmos hasta Sergio Massa pasando por Alberto y desde ya Cristina es Gabriela Cerruti, la diputada que en diciembre deja la Cámara.

Gabriela Cerruti es la elegida para ser la vocera de la presidencia

La idea que se pergeña es que Cerruti sea quien comunique cotidianamente la agenda del gobierno, ofrezca ruedas de prensa matinales y sea la voz oficial en los casos más conflictivos. Alguien que por su profesión conoce el periodismo, los medios y sus mañas desde adentro.

Todo un cambio para Alberto, quien en este kintsugi personal, debió dejar de ser su propio Jefe de Gabinete para ungir a alguien que no se anda con medias tintas como Manzur y ahora parece encaminarse a dejar de ser su propio vocero para dejarse traducir nada más ni nada menos que por Cerruti.

Como bien reclama el arte milenario japonés las heridas no solo se cierran, sino que se muestran y pintadas al oro para que se noten bien. Las cicatrices de la reconstrucción deben ser exhibidas con orgullo. Son el recordatorio de que la vida, si sabes aprovecharla y aprender, te da una segunda oportunidad.

Bonus Track 1

El debate internacional por el tema energético parece un deja vù de la historia argentina. El costo del gas y de la energía eléctrica se disparó en los países centrales por el aumento de las materias primas, la reactivación económica post pandemia y la alta demanda por la cuestiones climáticas, por eso en Europa los consumidores no saben cuánto les van a subir las boletas de luz y de gas el próximo mes. El tema viene siendo tapa de los diarios a nivel mundial. En China, el gobierno tuvo que racionalizar el consumo industrial (Apple y Tesla son dos de las empresas más afectadas), los ingleses están por ver subir un 14% sus facturas de gas, los turcos un 15% y en Alemania aumentaron ya un 11,5% convirtiendo a esa tarifa en la más alta de Europa. En Holanda, unos 550 mil jefes de hogares cayeron en la “pobreza eléctrica” según los diarios locales. En todos lados ya se habla de subsidios y de poner un tope a los aumentos.

Obvio que el tema sigue siendo debate central dentro del gobierno, pero por estos días hay quienes le reconocen mérito al “Plan Gas.Ar” lanzado en diciembre del 2020 por el cual se les aseguró a las petroleras contratos firmes por 4 años. En ocho meses la producción creció de 115 a 133 MMm3/d. En términos eléctricos es posible que Argentina pueda empezar a exportar a Brasil en poco tiempo.

Bonus Track 2

Volvió el público a las canchas, los jóvenes a los boliches y esta semana los diputados y senadores a la presencialidad en el Congreso. Sergio Massa se prepara para dar finalmente tratamiento y sanción definitiva a la Ley de Etiquetado Frontal de Alimentos que podía perder estado parlamentario en dos meses y mientras tanto prepara las valijas para viajar a Italia. El jueves y viernes estará en Roma con los líderes de los parlamentos del G-20, el llamado P-20.

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