Muchos científicos se han desautorizado a un punto tal que no aceptamos sus principios como solución y, a la postre, ha significado el alargamiento de la pandemia.
Durante una crisis la credibilidad es central ya que los liderazgos nacionales e internacionales deben ofrecer recomendaciones confiables para que cada uno pueda protegerse del coronavirus. Sin embargo, en dos ocasiones los científicos se despegaron de los principios objetivos de sus disciplinas y jugaron a la política. El resultado es que ahora estamos mucho peor.
En abril de 2020, la Organización Mundial de la Salud recomendó restringir el uso de barbijos o mascarillas a pacientes sintomáticos o profesionales de la salud. Eligió olvidar que al transmitirse el coronavirus por medio de las gotas que se exhalan naturalmente como resultado de la respiración, cualquier paciente asintomático podía ser foco de infección, y eso se frenaría si todos usaban su protección.
En aquel tiempo escaseaban los barbijos y, ante la posibilidad que por una cuestión logística los trabajadores de la salud se quedaran sin protección, la ciencia dictaminó que no era necesario cubrirse boca y nariz. Algunos científicos tomaron una decisión no científica, estaba basada en cuestiones de mercado y de política.
Al tiempo que la OMS seguía demoliendo su credibilidad, no hubo voces mediáticas de científicos que aclaren públicamente el deliberado error, al menos, en nombre del rigor de pensamiento.
El error quedó consumado cuando dos meses después el mencionado organismo mundial de salud, con la responsabilidad de proteger a la humanidad, invirtió su sugerencia de uso.
Hubo un segundo error de buena parte de muchos comunicadores científicos que se sostiene hasta el día de hoy. Desde el principio quienes fabricaron las vacunas contra el coronavirus sostuvieron que el primer objetivo era evitar hospitalizaciones y muertes, sin embargo, un inoculado puede contraer o contagiar el virus.
Las vacunas son la única manera de terminar con la pandemia, y vacunar al 100% de la población del mundo es parte de la salida.
Sin embargo, cuando políticos y figuras invitan a vacunarse para evitar contagios ante nuevas variantes en realidad están mintiendo. El mismo Papa Francisco hizo un llamado reciente de este tipo. La realidad es que la vacunación previene los casos serios de coronavirus y pocas voces científicas aclaran esto con la asertividad con la que se explica a terraplanistas que la tierra es redonda.
El problema es que ante este escenario de falta de claridad de los científicos de divulgación en medios masivos desde casi el inicio de la pandemia, ahora gente que durante su vida se vacunó contra todo, se convirtió en antivacunas. La improvisación y oportunismo que el público mundial pudo ver hizo que haya muchos países donde entre un tercio y la mitad de las poblaciones elijan no inocularse.
La pandemia ahora continúa gracias a que muchos de los científicos eligieron ser políticos delante de cámaras y micrófonos. Esa no es una función que les corresponda y ahora, como resultado, la pandemia de los no vacunados es la reencarnación de un drama que parece no tener fin.
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