Una historia perfectamente infame

La historia de Coria y Maidana. Un ladrón de bicicleta que pasa de víctima a victimario. Un estallido de normas y sentimientos engendra hijos así. Hijos de La Mafia

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La historia de Coria y Maidana. Un ladrón de bicicleta que pasa de víctima a victimario. Un estallido de normas y sentimientos engendra hijos así. Hijos de La Mafia

El 19 de septiembre, en el barrio Trujui, del partido de Moreno, provincia de Buenos Aires, el ladrón Javier Coria, de 22 años, encontró una oportunidad. Había apoyada en una pared la bicicleta del repartidor de comida Eduardo Maidana, de 19, y escapó con ella. El episodio, frecuente, lo torna por eso más turbio: era una parte más de la cadena que forma la ruptura de la convivencia en cualquier comunidad humana. Y se produce de modo tan constante que se termina por suponer que es la manera... y adelante.

El miedo, la idea de que nada es de nadie y la inversión de una sociedad ya con claridad patas arriba confluyen en la naturalización de lo perverso cotidiano: ¿qué culpa tiene el ladronzuelo oportunista Coria, si el distraído y en consecuencia estúpido Maidana no sabe cuidar la bicicleta? ¿Qué culpa tiene el pajarito si cae en la trampera?

La culpa es de cualquier Coria que no haya despertado a una realidad que lo coloca fuera del juego. Y el juego es la transformación en declaraciones pomposas y solemnidades altisonantes -o avisos con palabras de alguna importancia, creo: lasciate ogni speranza voi ch´entrate- para entrar, derecho viejo, a la mafia reinante desde hace quién sabe qué cantidad de años.

No varias mafias. Las hay en la burocracia estatal, en el fútbol, en el mercado de la carne, en el robo de coches robados y usados o desarmados, es muy largo. No varias, o como si fueran islas de un archipiélago, sino La Mafia propiamente dicha, globalizada, multinacional. Lo abarca todo.

Mafias chiquitas -ladrones de bicicletas-, escuelas para el aprendizajes de buenos y profesionales punguistas, barras que juegan fuerte en la delincuencia del fútbol y la política y nadie jamás controlará nadie sino lo contrario porque son fichas grandes y papeles pesados: tribunos, pensadores camuflados, doctores de todo, por qué no jueces.

La Mafia. Sin la turbia fascinación de las obras de Scorsese o los Padrinos, una gozada para el cine pero espantosa si se trata de abrir y cerrar la noche cada día. Pueden ponérseles nombres diferentes como se tratara de legitimaciones de origen: Camorra, ‘Ndrangueta, Carteles, Cosa Nostra, maras, asociaciones organizadas de aspecto formal y respetuoso.

Hay de todo.

Es un modo de funcionamiento que cualquier persona con ojo despejado y en descomposición sabe la regla principal: sos vos o yo.

Puede suponerse con indicios constantes que el verdadero sistema, aún con adornos y escenografía, es La Mafia. No demos más vueltas.

La Argentina y Nápoles (me lo hizo ver un señor de inteligencia valiosa). Allá también hay belleza, sobra cultura histórica, grandes narradores y poetas, comida fantástica y, sobre todas las cosas, la ley mafiosa de la que brotan el desorden y la corrupción.

Claro que existen formas y modos democráticos y rigurosos, aunque más que nada para una escenografía donde los actores son en muchas ocasiones legítimos luchadores para reducir la pobreza, apaciguar la violencia, no arrojar a los chicos a un regreso al analfabetismo, y muchos ya infectados con La Mafia, real factor del gran poder.

El ladrón Coria es perseguido por su víctima.

La historia perfectamente infame cuenta el modo el modo mafioso en que hemos conseguido vivir en una sociedad muy averiada. El perjudicado con el robo, Maidana, pidió ayuda a Rodrigo Tejeda con su camioneta -no se conocían- y allí partieron.

Aunque no había nadie en las calles tenebrosas se habían puesto cámaras. Lo encontraron pronto. Coria pedaleaba con desesperación. La falta era seria, un delito. Aunque no hace falta aclararlo, robar bicicletas está penado por la ley. Puede ser, además, Coria veía perder el cambio por la dosis urgente del vendedor de paco que acepta lo que sea porque el vendedor llega a la transacción en situación desesperada.

Lo cierto es que un golpe de camioneta dio por tierra bicicleta y ladrón. Maidana saltó, golpeó en la espalda a Coria y empezó una serie de patadas en la cabeza a lo largo de unos diez minutos. El despojado era también un asesino. El ladrón de bicicletas murió después de varios días de una agonía -sin ningún instante de lucidez- en un hospital de San Miguel.

Hubo un tiempo en que Moreno era verde y bonito.

Grupos de clase media se procuraban quintas de fin de semana. Se dormía sin miedo. Hace poco, en realidad. Ahora ya es terreno minado. Todo puede pasar a cualquier hora en la Gomorra y en la Suburra (la serie) con algo de olor a pasto fresco y humo, con zanjas podridas, fiestas en las casas que han sido abandonadas por falta de mantenimiento y quebranto, y que se usan para fiestas con entrada por desconocidos que a menudo entran otros de pronto a degüello por el negocio.

Tierra de nadie, es la frase gastada. No: es uno de las empresas nauseabundas de La Mafia. Nada se le escapa. Está en cada posibilidad. Nápoles -¿vieron un poco arriba?- donde monopoliza desde la construcción con pocos materiales, basura y entierro de deshechos peligros que salen de los hospitales, pago al comercio para “cuidarlos”. Desde el gran chantaje, el soborno, la mozzarella de búfala. Igual. Todo.

Detalle esencial que ilustra el cuento de la bicicleta y el crimen es que Maidana no se limitó a matar a Coria: al irse le quitó las zapatillas y se las llevó en su mochila. Ladrón muerto a patadas, pero también a su vez botín de guerra de la historia perfectamente infame. Maidana y Tejeda, el de la camioneta, están detenidos sin otro remedio por lo grabado y por la imposibilidad absoluta de entender lo hecho como algo presunto.

Un estallido de normas y sentimientos engendra hijos así. Hijos de La Mafia.

Bien, es sola una teoría gaseosa, un pensamiento tenaz. Corro a decir –antes de que se me baje el souflée- que es probable y necesario cambiar lo que se ha contado y queda expuesto a la vista sin detenerse. Lo hago para ayudar un poquito a la ilusión radiante de que la Ley y la Justicia pueden salir triunfantes. Lo hago rápido. Como en el tema del soufflé, por si acaso.

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