La caída de la coalición de gobierno es real. Como sabemos, en muchísimas mesas del conurbano profundo, donde el peronismo tradicional demolía a la oposición cosechando el 75% de los votos o más, en esta elección sacó en esas mismas mesas 40% o 45%. Perdió en lugares que fueron alguna vez bastiones peronistas, como en Quilmes, o sacó mucha menor diferencia en otros distritos: Lomas de Zamora y La Matanza. En el interior también mermó su poder: en el NEA y el NOA perdió entre el 10% y el 20% de su caudal, aunque en muchos de esos lugares alcanzaron para ganar. En total, del 48% de las PASO 2019, el Frente de Todos cayó al 31% en estas, lo que representa casi 4 millones de votos menos.
Las explicaciones tradicionales para esta debacle son las penurias económicas, la pandemia, la “foto de Olivos”, el vacunatorio VIP, las escuelas cerradas, etc. Sin duda estos factores han contribuido, pero una caída de un tercio de su caudal electoral nos interpela a buscar respuestas más estructurales.
Lanzo conjeturas, hipótesis que solo el tiempo podrá verificar. A mi juicio estamos en un proceso de transformación del tejido social que impacta en lo electoral. La vieja coalición peronista está herida y una fuerte coalición de centro derecha está alcanzando consistentemente un piso de 40% de los votos, lo que la convierte en un actor formidable de la política nacional, si se mantiene unida. Desde 2013 y quizás antes, existe un pausado goteo de votos peronistas hacia otras fuerzas políticas, mientras que nuevas generaciones de su tradicional base se van alejando. Paralelamente, una decepcionada clase media va sumando sectores de empleados y trabajadores sindicalizados van virando hacia un espacio de centro-derecha que le permite forjar esa base de 40% (recuérdese que Macri, en su peor momento, sacó 41% de los votos).
La tradicional hegemonía peronista está siendo desafiada porque la vieja estructura social de la Argentina, sobre la cual se anclaba, también se está transformando. La coalición peronista, cuyo poder de fuego era la clase obrera sindicalizada más los sectores medios-bajos del interior y de áreas suburbanas, ya no suma las grandes mayorías de antaño. ¿Por qué? Porque la Argentina está cambiando. Los trabajadores sindicalizados son cada vez menos, muchos nuevos empleados públicos y de servicios van tomando otras preferencias cosmopolitas que los representan, y que el peronismo tal vez ya no logra interpelar. También hay fugas, especialmente hacia la izquierda, de los sectores informales que mayormente dependen de las transferencias del Estado y los planes.
Es un error considerar al voto peronista como el de un grupo monolítico. Históricamente convivían allí muchos sectores. Es probable que algunos trabajadores sindicalizados o votantes de esa clase media baja se fuguen hacia otras alternativas, porque en el fondo rechazan las políticas asistencialistas dirigidas hacia sectores informales marginados. Es decir, la transformación social de la Argentina, que vive un proceso de desindustrialización, de informalización y de creciente pobreza estructural, está explicando porque el peronismo, a excepción de 2019, ve declinar su poder en las urnas desde hace una década.
De verificarse esta hipótesis, estamos frente a cambios importantes en el mapa electoral. Aún si en las generales de noviembre el Frente de Todos logra atraer a una porción de votantes que se ausentaron en las PASO, la tendencia declinante de este frente seguirá siendo notoria. Tal vez obligará al peronismo, al igual que al radicalismo de antaño, a “re-calibrar”. Podrá acompañar a sus líderes hasta el cementerio, pero seguidamente deberá repensar nuevas estrategias que lo ayude a recuperar la hegemonía que por muchas décadas supo tener.
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