La carta de Fernanda Vallejos dejó al desnudo el sistema para-institucional con el que Cristina le hace un bypass al orden jerárquico constitucional, donde el Presidente debería ser la principal autoridad. En ese sistema paralelo, que es el vigente para la facción radicalizada que representa la Vicepresidenta, el poder y la legitimidad no se corresponden con el mandato del voto. Esa fue una formalidad necesaria para hacerse del poder. Como Vladimir Putin con Dmitry Medvedev, que fue su presidente delegado y luego oportuna pieza como Primer Ministro para lograr las profundas reformas constitucionales que incluyeron vía libre para dos períodos más de seis años para el ex hombre de la otrora KGB. Vladimir Putin nunca puso en cuarentena su proyecto hegemónico. Como Cristina Kirchner. Aunque a ella algo le falló. Por un lado, que los argentinos tienen apego a la tradición democrática y, por otro, que a diferencia de Putin, que delegó el poder con una base de sustento propia muy amplia, Cristina sólo contaba con su núcleo duro. La transfusión oportunista de sectores moderados, aliándose con sus antiguos funcionarios Alberto Fernández y Sergio Massa, les daría vida a todos en la sinergia. Pero el vampirismo político también pierde efectos cuando se hace la luz. Y su gran simulacro fue quedando en evidencia al paso del agravamiento de la crisis. Quedó en evidencia el desgobierno, por lo que según definió Vallejos es sólo una “ocupación” del sillón de Rivadavia. El Presidente es un “ocupa” que sólo custodia la silla de la Jefa y tiene el tupé de no hacer caso. Si la hidráulica de funcionamiento del Frente de Todos planteaba un intento de gobierno a control remoto de Cristina pero con loteos y tensión entre las facciones, lejos de una administración del poder ejecutivo lo que había era un gobierno real en las sombras mientras el acting del proyecto votado se volvía holograma con un presidente que aceptó despojarse de los atributos de su investidura para someterse a ese sistema paralelo. Será una discusión futura la responsabilidad que le cabe por esta suerte de abdicación sui generis en los hechos.
De la misma manera que Cristina degradó el rol presidencial en ese génesis volvió a hacerlo ahora. Como afirmó el periodista Martin Rodríguez Yebra en La Nación, “Juan Manzur asumió como virtual interventor presidencial entre los escombros del Frente de Todos”. Cristina, en su orden unipersonal paralelo, cree que puede bendecir sucesiones aún fuera de las elecciones naturales de la democracia, en dedazos contra natura, por la debacle de un Presidente vaciado de poder por ella misma desde el principio. No importa si Manzur coincide con el neo relato progre y feminista con el que se habían maquillado. Si no les gusta este pañuelo tengo este otro. No es la primera vez que Cristina hace un salto del celeste al verde y del verde al celeste. Lo curioso es que haya cándidas almas que le crean. Basta recordar cómo fue ella quien le puso un cerrojo al tratamiento del aborto durante los tres primeros mandatos K para cambiar cuando los tiempos le requerían un baño de popularidad e interpretar al colectivo feminista que ahora ve con espanto las sonrisas de Manzur. ¿De qué se reirá Manzur? En estos días hiperkinéticos ha intentado dar la sensación de Gobierno recién asumido. Asumido por él. Mientras el Presidente queda en un borroso segundo plano. Como en esa película de Woody Allen, donde un personaje que hace del actor Mel padece un curioso mal por el cual los otros lo ven fuera de foco. Los camarógrafos le piden que se vaya del set, que descanse, porque está fuera de foco. No es una falla del lente, es él. Él, a quien cuando llega a su casa su mujer también le dice que se lo ve borroso. El Presidente quedó borroso por culpas propias y por el rayo pulverizador de Cristina. Y Manzur ocupó la escena con su imagen nítida y su ambición sonriente.
El kirchnerismo se camufla y se disfraza en tiempos de elecciones. Ya saben que grandes sectores sociales no los votan. Entonces son creativos en la mímesis. Pero esta vez debieron mezclar piel con quien más se las eriza: el peronismo tradicional. Si había una guerra sórdida con el albertismo no nato, ni hablar con los jefes más rancios del partido de Perón que no titubearán incluso en intentar jubilar a la jefa. Pero hay un interés superior, que hace pasable cualquier sapo. Cristina sabe que su destino puede ser el de Carlos Menem. Necesitar fueros eternos y protección judicial para evitar la cárcel. Por eso, el último simulacro es recordar que a fin de cuentas para un peronista no hay nada mejor que otro u otra peronista.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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