La gran deuda: la escuela secundaria

Se podría dar un gran salto si el ministerio de Educación cambiara su estructura, es decir, si la escuela media dejara de lado el formato disciplinar, atomizado y rígido

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La pandemia nos dejó, de un día para el otro, a la intemperie, con lo puesto. Es un buen momento para repensar el modelo de la escuela media (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)
La pandemia nos dejó, de un día para el otro, a la intemperie, con lo puesto. Es un buen momento para repensar el modelo de la escuela media (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)

A comienzos del año pasado la vida cotidiana fue interrumpida de manera abrupta y la pandemia nos dejó, de un día para el otro, a la intemperie, con lo puesto. La escuela no quedó afuera de esa lógica. Aunque suene a contrasentido, la política pública fue, a partir de marzo 2020, no ir a la escuela. Y rápidamente la virtualidad reemplazó a la presencialidad, pero sólo fue un “como si”, ya que, al decir de las autoridades, un bajo porcentaje de los estudiantes acceden a la tecnología y/o a conexión de Internet. Sumado a esto, un alto porcentaje de estudiantes se ha desgranado del sistema educativo y han abandonado la escuela media.

Desde hace algunos años, sostenemos que se podría dar un gran salto si el ministerio de Educación cambiara la estructura del secundario, es decir, si la escuela dejara de lado el formato disciplinar, atomizado y rígido. Sin embargo, los cambios nunca son buenos si vienen unilateralmente de arriba hacia abajo, ya que correrían el riesgo de ser pensados por especialistas o por burócratas que tienen poco recorridos por las escuelas. Y de esto hubo bastante en la historia del sistema educativo.

Si bien es necesario de políticas públicas, no sólo educativas, que acompañen a la escuela, es fundamental reflexionar sobre algunas cuestiones tales como: cómo es el régimen académico actual, qué sujetos tenemos en las escuelas, qué discontinuidades se manifiestan en la enseñanza y en las instituciones que entorpecen los aprendizajes y, entre otros, cómo reformular los contenidos escolares que históricamente tienen límites disciplinares.

Asimismo, existe un malestar docente, así como un malestar de los alumnos, que no encuentran en la escuela un espacio significativo. En este sentido, hay una gran distancia entre la “cultura escolar” y la “cultura de los jóvenes”, lo que la escuela enseña y lo que los jóvenes necesitan aprender. Algunos autores contraponen como irreconciliables ambas culturas, argumentando que es la propia institución escolar la que construye y naturaliza esta oposición.

¿Cómo volvemos?

La cuestión está en no volver iguales. Se podría aprovechar este tiempo histórico para dar el gran cambio cualitativo. Dejar de enseñar por disciplinas es el primer paso. Pero tarea difícil será porque quienes hoy enseñamos, aprendimos en el marco de esa lógica. Entonces, la capacitación docente deberá ser la condición base. Y como aún nos quedan ganas y hay algunos hilos para empezar a destejer en este sistema educativo rígido, fragmentado y anudado, es el momento oportuno.

Y si bien en este año y medio pudimos poner en tensión la hegemonía de la didáctica clásica: explicación, aplicación, ejercitación y control que seguía siendo preponderante en la enseñanza, el riesgo que corremos es volver a las aulas y que nos paremos en el frente narrando un saber que no es significativo para quién escucha. Por eso es importante seguir formándonos y prestar atención a otras voces. En este sentido, la formación en el profesorado y capacitación docente en servicio es fundamental, tarea que le corresponde al Ministerio de educación. Y, a partir de allí, podrá surgir una nueva didáctica -pospandémica- que pondrá en juego los nuevos saberes, las trayectorias de los estudiantes, la capacidad de cambio de los docentes y las nuevas maneras de habitar la escuela. Una educación ondulante, entre los sincrónico y lo asincrónico, entre la presencia y la virtualidad, pero sabiendo que trabajamos con jóvenes que atraviesan situaciones difíciles y con problemáticas diversas.

La enseñanza por proyectos, el aprendizaje por resolución de problemas y el modelo de la clase invertida son algunas de las formas que ya trabajamos al interior de nuestras clases, aunque el formato disciplinar y fragmentado de la escuela lo entorpece. Por ello, si se cambiara la estructura del secundario, se optimizaría el tiempo y se podría trabajar asincrónicamente con o sin Internet. El uso de los contenidos digitales podría ser también una salida. Sin embargo, tampoco será fácil. Emilia Ferreiro, especialista en lectoescritura, señalaba hace más de una década, en una visita a la ciudad de Rosario, que las prácticas escolares cambiarían y la digitalización se implementaría cuando los nativos digitales estuvieran dando clases. No obstante, eso no ocurrió. Si bien los docentes nóveles se formaron en un pensamiento digital, la inequidad en la universalización de la tecnología hace que muy pocos estudiantes estén conectados.

No podemos hacer como que enseñamos y los alumnos como que aprenden, como muchas veces hicimos hasta ahora. Las adolescencias con sus particularidades necesitan adultos referentes que los acompañen en este mundo incierto y complejo y la escuela es el lugar del encuentro.

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