El septuagésimo sexto periodo de sesiones de la ONU pareciera atestiguar la presencia de una crisis terminal en la organización creada para desarrollar un orden internacional que evitara el flagelo de la guerra al tiempo que promoviese la observancia de los derechos humanos y el desarrollo de la democracia. Existían en el momento de la creación 76 estados en el mundo que sin chistar se adhirieron a su carta constitutiva.
Hoy existen 195 estados soberanos, la mayoría creados por la propia ONU. Según The Economist Intelligence Unit de esos estados solo 26 son democracias estables. 56 son democracias defectuosas (SIC). 35 regímenes híbridos (democrático-autoritarios) y 57 regímenes autoritarios. En síntesis, 92 estados no son democráticos y de los 82 que son democráticos solo 26 son estables.
Esta composición de la ONU son pésimas noticias para el orden internacional porque este requiere para su cabal funcionamiento el imperio de la ley, la separación de poderes y el ejercicio frecuente del derecho a la autodeterminación. Sin estas condiciones el mundo es una suerte de selva en la que existen algunos núcleos urbanos que constituyen islotes de civilización, pero fuera de ellos predomina la ley del mas fuerte sin cortapisas ni aliviaderos.
Esto explica la ausencia de cumplimiento de las resoluciones de la ONU en materias de interés vital para la sobrevivencia de nuestra civilización como es el caso de la observancia de los derechos humanos; el respeto a las restricciones de uso de los océanos; la protección del medio ambiente; la transparencia de las organizaciones financieras y el combate al crimen organizado.
Y si bien es cierto que la ONU ha logrado éxito en las áreas de movilización y atención de los desastres naturales y el cuidado de los refugiados cuyos volúmenes no dejan de crecer en todas las latitudes, es bien poco de lo que puede presumir en materia de prevención de conflictos y mantenimiento de a paz.
Y la razón de este fracaso en las áreas vitales de su funcionamiento tiene que ver con el hecho que existen 92 estados sin estado de derecho. Y en el orden mundial se repite lo que ocurre en el orden nacional. Los países donde no hay estado de derecho solo logran la gobernabilidad vía el terror y la represión. Porque la ciudadanía, al saber que solo mediante la fuerza, las influencias o el soborno se pueden acceder los servicios públicos todos están dispuestos a tomar estos atajos para alcanzar lo que Pareto denominaría su máxima satisfacción a un nivel de ingresos predeterminado. Y por ello el estado debe reprimir estos instintos mediante la fuerza tomando para si el rol de distribuidor de ultima instancia de los servicios. De manera que en 92 países del mundo hay masas poblacionales dispuestas a luchar por su supervivencia fuera de cualquier normativa.
Ello lleva al desarrollo de relaciones conflictivas internas que luego se trasladan a países vecinos surgiendo fricciones que terminan en enfrentamientos y muchos de ellos en guerras. Si estos enfrentamientos fueran la excepción, el departamento de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas podría intervenir con éxito, pero lo cierto es que existen cientos de estos conflictos cada año. Por tanto, como es el caso en la dimensión nacional, la ONU puede hacer poco o nada. En el orden domestico cuando solo una minoría no mayor del 20% desacata la Ley, los órganos de mantenimiento del orden son efectivos. Pero si solo el 20% de la población acata la ley, no hay posibilidad alguna de combatir con eficiencia el crimen.
A este problema de índole estructural se añade la dimensión geopolítica en la que algunos de los estados híbridos o autoritarios satisfacen sus ansias de poder perturbando a las naciones lideres que son todas democracias estables. Estos estados no tienen reparo alguno en realizar operaciones en llave con el crimen organizado transnacional; en usar los refugiados como a armas para crear descontento interno y en sellar alianzas con el terrorismo internacional. Su noción del poder es asimétrica y por tanto cualquier objeto, ser humano, producto o servicio puede ser usado para desestabilizar al competidor o enemigo.
Este panorama ha llevado a muchos analistas a proponer la sustitución de las Naciones Unidas por una red de organismos regionales que se ocupen de desarrollar programas de robustecimiento del estado de derecho, la creación de aperturas comerciales, el desarrollo de infraestructura y desde luego el mantenimiento de la paz. Quienes así opinan creen que es mucho mas fácil mantener un vecindario en orden que una megalópolis. Si prosperase esta tesis la ONU no llegaría su centenario.
SEGUIR LEYENDO: