Pasan los años, pasan los gobiernos, los radicales y los peronistas, pasan veranos, pasan inviernos, quedan las escuelas… Pasan las pestes, pasa la salud, quedan las escuelas.
Con un par de cambios, me atrevo a citar a la tan conocida y popular obra “Salsa Criolla” del genial Enrique Pinti, cuyas frases aún reportan la sensación de muchos docentes y familias que hoy se encuentran esperando respuestas básicas sobre la educación de sus hijos.
Los anuncios de los últimos días sobre los cambios en el gabinete nacional y los múltiples conflictos político-sociales que atravesamos, no nos dan respiro. La pandemia y las malas decisiones solo profundizaron la desigualdad en el sistema y ahora un nuevo ministro de Educación en medio de la peor crisis educativa que tuvimos en nuestro país.
Con casi siete de cada diez chicos pobres en el conurbano bonaerense y con muy poca información certera sobre el abandono escolar en el último año y medio, los datos indican que más de un millón de chicos y chicas se encuentran fuera del sistema educativo. Por supuesto, esto es sin contar a la educación de adultos, cuyos alumnos se alejaron del proceso educativo por el cierre de ofertas como FiNes o Secundaria con Oficios, entre otras.
Nos encontramos, además, sin datos sobre evaluación de saberes de los alumnos y sin información relativa al tipo de aprendizaje que tuvieron aquellos que sí mantuvieron un vínculo con sus escuelas. Así, es imposible hablar de derechos y futuro.
Desde distintos espacios y desde hace mucho tiempo vengo planteando la necesidad de hacer realidad una frase muchas veces enunciada: “La política educativa, como política de Estado”. Sin embargo, frente a este contexto y ante la falta de voluntad política por parte del Poder ejecutivo de buscar soluciones reales, esta frase solo se convierte en una expresión de deseos.
Muchos comparan el momento que estamos viviendo con los distintos indicadores de la crisis del año 2001, donde la pobreza y la desocupación alcanzaban récords históricos. Si bien es cierto que en muchas cosas se parecen, hay una diferencia fundamental: las escuelas y los comedores se mantuvieron abiertos. No hay posibilidad de reconstrucción del tejido social, con las escuelas cerradas.
Más allá de todo esto, quisiera hacer mención a las primeras declaraciones del nuevo ministro de Educación de la Nación, el Licenciado Jaime Perczyk, toda vez que señaló la necesidad “de ir a buscar uno a uno a los estudiantes que se quedaron fuera del sistema”. Acompaño y celebro compartir el mismo objetivo; pero me permito hacer algunas sugerencias:
Comencemos por abrir realmente todas las escuelas, en todo el país y con la jornada completa. Se ha demostrado firmemente que la escuela no resulta un lugar de propagación del virus Covid-19. Porque a pesar de los anuncios hoy hay establecimientos educativos que no funcionan regularmente. Dejemos de jugar con los chicos.
Convoquen a la oposición para fijar metas pedagógicas de mediano y largo plazo. Necesitamos planificar de verdad y sobre la base de una ley de Emergencia Educativa. Si el gobierno nacional sigue trabajando de manera aislada, inconsulta y con la rivalidad política como bandera, resultará imposible sacar adelante a este país.
Escuchen a los padres y madres organizadas y fundamentalmente a los docentes de aquellas escuelas con mayores necesidades, para brindarles las mejores herramientas. Ellos y ellas son los que saben mejor que nadie y desde el territorio, cuál es la mejor estrategia para recuperar todo lo perdido.
Señor Ministro, desde mi lugar y estoy seguro que la sociedad argentina en su conjunto le deseamos el mayor de los éxitos en su nueva gestión. Esperamos mucho de usted y lo vamos a estar observando desde cada una de las aulas de nuestro país.
Y no se olvide nunca que los ministros pasan… “pasan los mecenas, pasan los censores, pasan hipócritas y moralistas, tiempos peores, tiempos mejores…”
Quedan las escuelas.
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