¿En qué consiste la antipolítica?

Reflexiones en torno al éxito electoral de Javier Milei, el candidato de perfil provocador que se expresa contra “la casta”

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Milei quedó tercero en las PASO en la Ciudad de Buenos Aires (Matías Arbotto)
Milei quedó tercero en las PASO en la Ciudad de Buenos Aires (Matías Arbotto)

La emergencia de fenómenos novedosos en el universo político obliga a analistas y observadores a recurrir a categorías poco usuales o de reciente creación. En la medida que ese fenómeno desborda las expectativas que se le asignan o desafían sus afinidades ideológicas, los analistas y observadores apelan a categorías más valorativas y eventualmente, a la descalificación.

Es el caso del ascenso electoral de Javier Milei, al que se ha denominado el “candidato de la antipolítica”. También se lo ha calificado de ultraderechista, de fascista y demás piropos. Me interesa concentrarme en este concepto poco recurrido en nuestro país, la antipolítica. ¿Qué significa? Como primera aproximación deberíamos ponernos de acuerdo respecto del concepto del que se deriva: la política. Contra lo que pudiera parecer no es un concepto autoevidente. Hay varias maneras de definirla. Voy a enunciar las tres que me parecen más relevantes.

Se la puede entender como la instancia social constituida por el conflicto. Según esta definición, propuesta por Carl Schmitt, la ausencia o cese de la distinción amigo-enemigo supondría la remisión de la política. No parece ser el caso de Milei, cuyo posicionamiento es claramente confrontativo.

También existe una concepción de la política que tiende a identificarla con la democracia. Hannah Arendt explica que la política comparece cuando una pluralidad de hombres entablan un diálogo sobre cómo deben organizarse. Según esta definición, formas no participativas de organización quedarían fuera de la política. Interpelado desde esta definición, Milei se encuentra de lleno en el campo democrático: no plantea otras vías de acción por fuera de las instituciones.

El problema con estas definiciones es que suponen visiones reductivas de la política, que ni se circunscribe al puro conflicto ni se identifica con la democracia. Para entender el punto es preciso recurrir a la noción clásica: política es el conjunto de asuntos relacionados con el gobierno y la organización de una comunidad. Esta definición comprende a las otras dos: el gobierno de una comunidad puede generar enfrentamiento, llevar al conflicto (lo hace frecuentemente); una de las formas de organización posible es la democracia, no la única (ni siquiera ahora, en plena época de la democracia de masas, es el régimen político más difundido en el mundo). Desde esta perspectiva podemos entender mejor en qué podría consistir un posicionamiento antipolítico.

La acción política puede realizarse dentro de las formas jurídicas, los canales institucionales establecidos. Pero también puede recurrir a formas y procedimientos alternativos, externos o incluso contrarios a la institucionalidad vigente: es el caso de las revoluciones, que buscan sustituir el orden establecido por otro. Esto también está dentro de la política. Un ejemplo cercano es lo que sucedió en nuestro país durante la década del 70: tanto las organizaciones armadas revolucionarias como las Fuerzas Armadas que dieron el golpe estaban haciendo política. Puede que esta constatación sea irritante para nuestra sensibilidad democrática, pero es así. Esto sirve para mostrar hasta dónde llegan los confines de la política, y qué cabe encontrar más allá de ella.

¿Que es la antipolítica entonces? Toda actitud o posicionamiento hostil o contraria a la política. No es la mera ausencia de la política. Aquí encontramos una gama de fenómenos diferentes. Desde la total indiferencia del individuo hacia la política o la apatía ante las responsabilidades cívicas (conocida como qualunquismo) hasta los procesos de disolución de una comunidad política, pasando por el ejercicio del poder (o el control del Estado) al servicio de intereses particulares: lo que según algunos autores define a los gobiernos tiránicos.

Más allá de nuestras simpatías y preferencias ideológicas, ¿podemos afirmar que Javier Milei representa la antipolitica? El análisis anterior nos revela que su proyecto está claramente instalado dentro de los márgenes tanto de la política como de la institucionalidad vigente. Pero podríamos afirmar algo más. Supone una politización radical contra el establishment sostenido por las elites dirigentes, entre las que destaca con una mayor cuota de responsabilidad el kirchnerismo: el fenómeno más despolitizador de la historia argentina reciente, cuidadosamente ocultado por nuestros principales referentes de la ciencia política.

Las solemnes invectivas de ese establishment pretenden impugnar un discurso específicamente dirigido contra una visión hipertrófica de las competencias del Estado y contra las élites políticas, sociales, intelectuales y empresariales cómplices de tal concepción: probablemente los puntos más sensibles de la discusión política en la Argentina de hoy. Un discurso rigurosamente politizador.

En ese contexto de abroquelamiento de intereses creados, posiciones dominantes y polarización, resulta difícil insertar una propuesta política disruptiva. Milei ha recurrido a un método que rara vez tiene éxito, pero a él le ha resultado: la provocación. Al trasponer el umbral de una masa crítica de simpatía, la provocación se alimenta tanto de las adhesiones como de las impugnaciones. Toda réplica o condena al provocador opera como una confirmación de su posición: “¿Ven? reaccionan porque son parte del problema, se dan por aludidos, se sienten amenazados”. El tiempo de la confrontación con el provocador ha pasado.

El fenómeno es similar a lo que se conoce como zugzwang, una posición de ajedrez en la que cualquier movimiento permitido supone para el jugador empeorar su situación. Quienes se desfogan con impugnaciones y anatemas contra Milei parecen no comprender que son los más funcionales a su campaña fundada en el escándalo y las salidas de tono, mucho más que sus simpatizantes y apologistas.

Existen muchos argumentos para dudar de la solidez del proyecto político de Milei. De momento se trata de una propuesta centrada en su personalidad, sin un volumen de dirigentes que permita una continuidad con crecimiento; es un partido de causa única, le falta desarrollar propuestas e incorporar expertise en otras áreas del Estado; opera como fragmentador del frente opositor, cuya cohesión es necesaria para frenar el proyecto hegemónico del kirchnerismo; aún tiene que pasar por la exigente prueba del poder; en algún momento deberá dejar de lado la provocación para asumir una posición de responsabilidad.

Por otro lado, su creciente popularidad ha ampliado saludablemente el espectro de discusión sobre el rol del Estado en la economía; también está rompiendo la dura dinámica de la contraprestación electoral que el asistencialismo estatal exige a los sectores más débiles sobre los que se aplica.

De lo que no puede acusarse a Milei es de ser el candidato de la antipolítica. Otra cosa es que los periodistas, observadores y analistas entiendan bien en qué consiste esa cosa a la que llamamos política.

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