La ciencia ha vivido equivocada. No es que las vacunas no derroten a los virus. Por siempre jamás, son las vacunas las que vencen a las plagas que han castigado a esta tierra desde siempre. Y un ser humano vacunado vale por dos. Pero hay un método tanto o más eficaz para combatir, en concreto, al coronavirus. O al menos muy eficaz si es que está combinado con una buena campaña de vacunación. Y a veces ni así.
El método para hacer huir al coronavirus es perder una elección. De cualquier tipo. Primarias o Generales, el nubarrón de la derrota parece que destruye virus, variantes, cepas nuevas, viejas y por nacer. Desde que el gobierno perdió las PASO del pasado domingo 12, las cifras de muertos por la pandemia, también demos gracias al Señor, descendieron de modo abrupto.
De un promedio de ciento cincuenta a doscientos muertos diarios (cuarenta y seis el día de la elección) pasó en los últimos días a ochenta y dos, el 18, sesenta y uno el 19, noventa el 20 y sesenta y uno el 21. Los contagios también parecen haber descendido, de los 5.328 del 1 de septiembre, 4.106 el 7; 3.661 el 9 y 2.493 el 16; el 19 los contagios fueron 622, la cifra más baja desde junio de 2020.
En vistas del retroceso del virus, tal vez una retirada angustiosa de la pandemia, quién sabe, aquella barrera segura y eficaz que fue el barbijo ya no parece imprescindible después de las PASO: el Gobierno derrotado decidió que ya no era necesario usarlo al aire libre desde el 1 de octubre y a criterio de las autoridades de cada distrito.
Es probable que la pandemia, después de año y medio entre nosotros, se haya compenetrado de nuestra pasión futbolera porque, después del domingo 12 y su resultado adverso al Gobierno, los estadios se abren a los hinchas.
Junto con los estadios también se abrieron las fronteras, “de forma gradual y cuidada”, según el anuncio oficial. Tampoco es necesario ya aislar a los argentinos que regresan al país. Desde el 1 de octubre asimismo termina el aislamiento para los extranjeros de países limítrofes y, desde el 1 de noviembre, trece días antes de las elecciones generales, fronteras abiertas para todos los extranjeros en general.
Es evidente que el virus está aplacado después de la derrota del oficialismo. De otra forma no se explica cómo medidas tan atinadas no se tomaron antes y condenaron a los viajeros argentinos a quedar varados en el exterior como apátridas.
El gobernador de Buenos Aires, un verdadero titán en la defensa de las clases virtuales, que abogó por que los chicos de la provincia no pisaran un aula durante casi un año, comprendió de pronto, después de su derrota del domingo, la importancia de las clases presenciales; supo de golpe que no hay nada mejor que la relación directa maestro alumno y, en especial, el intercambio social entre los chicos. Impuso no sólo el retorno a las aulas, sino que haya clases los sábados en un intento de recuperar el tiempo perdido, que no se recupera jamás.
Después de la derrota electoral del oficialismo el coronavirus tiene que haber titubeado, debe haberse apichonado tanto que su variante Delta, que al parecer causa estragos en otras latitudes, no se atreve ni a asomar el morro por estas playas. De allí que el Gobierno haya decidido un aforo del cien por ciento en lugares cerrados, aun con medidas de prevención, distancia, tapaboca y ventilación, en todas las actividades económicas, comerciales, de servicios, religiosas, culturales, deportivas, recreativas y sociales; vamos, un viva la Pepa, que ya era hora.
Acorde con la huida de la pandemia, o al menos con su aparente retirada, después de las PASO, vuelven los viajes de jubilados y de egresados, abren sus puertas las discotecas, con aforo del cincuenta por ciento y esquema completo de vacunas; lo mismo rige para salones de fiesta, bailes o actividades similares.
No quedó claro quiénes y cómo van a fiscalizar el cumplimiento de esta norma, cuando en realidad las autoridades fueron un poco lerdas para impedir en más un año y medio las fiestas clandestinas, o las reuniones de diez o más personas en sitios cerrados, incluida una fiesta muy famosa que se dio en Olivos. Pero bueno, en el caso de discotecas y salones de baile la apertura post electoral se combina con la vacunación, que parece un remedio infalible contra el virus.
Pandemia y elecciones parecen estar muy ligadas. Ante la duda, hay que preguntarle a Donald Trump que, si no está al borde de un ring como comentarista de box, va a responder con premura porque es un tipo muy atento.
La ciencia, que creyó con cierta omnipotencia, que sus investigaciones y logros podían enfrentar pestes y pandemias, debe darse cuento de que ha vivido equivocada y debe sumar a sus conocimientos objetivos y verificables el factor electoral.
Persistir en el error, suele provocar tragedias irreparables.
SEGUIR LEYENDO: