Durante la pandemia al Gobierno no le importaron las libertades individuales. Las despreciaron. Les pasaron por encima con decretos que avasallaban las garantías y acusaron de anti vida a quienes quisieran defenderlas. No era una defensa caprichosa la de aquella desobediencia civil. Estaba sostenida por el Imperio de la ley y por la Constitución. Pero el Gobierno prefirió estigmatizarlos.
A tal punto llegó la cruzada anti libertades que en el mismísimo Día de la Independencia en la Tucumán, que además de Manzur fue alguna vez de Alberdi, el Presidente llegó a ensayar una teoría que barría directamente con ese derecho inalienable. En una afirmación que hubiera generado el regodeo de un talibán afirmó que “la libertad no es un acto individual porque así entendida es un tremendo acto de egoísmo”. De un plumazo Fernandez se cargó desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos a todas las declaraciones de Independencia que anticiparon las repúblicas modernas.
Era entonces, cuando la urgencia sanitaria imponía restricciones, que había que demostrar al menos respeto por las libertades que se lesionaban. Pero se ignoró sin pudores los derechos a estudiar y aprender, a comerciar, a transitar y salir de territorio argentino, y se coqueteó con la suma del poder gobernando por decreto y pidiendo superpoderes.
Ahora que perdieron, ahora que vuelven a necesitar disfrazarse de lo que no son, ahora creen que pueden repartir libertades como si fueran dádivas. Porque antes se arrogaron la facultad de actuar como si fueran los dueños de nuestra Libertad. Y la verdad no están otorgando nada. Están capitulando por conveniencia de una conducta autoritaria que nadie indica que no vuelvan a tener.
La liberación de las restricciones llega luego de la derrota y luego de la desnudez de los privilegios. Ahora comparten la normalidad que ellos nunca perdieron. Como decían en los memes, parece que la inmunidad de rebaño se alcanzaba con las PASO.
En la vida real la gente atravesó un aprendizaje muy concreto de la libertad cuando se vio impedida de salir de su casa a trabajar. Sobre todo el que vivía de changas o un trabajo en negro y le estallaron la base de sustento por la cuarentena eterna.
Aquellos que debieron acudir por primera vez con un recipiente a un comedor, caídos del abismo cada vez más latente de la clase media. “Alberto se enamoró de la cuarentena porque le daba imagen positiva”, dice una fuente del gobierno lamentando aquel fanatismo que devino en la destrucción de los sectores medios bajos.
Quedó claro que la dicotomía entre vida y economía era falsa. Que la economía también es parte de la vida. Que ellos lo sabían como admitió Fernanda Vallejos pero que mintieron para defender las guerras de la jefa con la ciudad de Larreta y para cubrir el desastre sanitario de la provincia de Buenos Aires. Ya se ve, el sol no se tapa con la mano. Rompieron la economía.
Otra de las consecuencias de la cuarentena eterna fue la tragedia educativa que movilizó a miles de padres generando un movimiento sin precedentes por la educación. Además de los efectos devastadores en la psique de los chicos y en su formación, el cierre de escuelas fue también una bomba que cayó en el núcleo de la organización familiar.
Los adalides de la vida que queremos, buscan, como si nada, desandar su vocación de Torquemadas de la pandemia. Aquellos días en que el Presidente tuiteaba desde París que allá no había ni un alma al caer el día y aquí los herejes osaban pedir aperturas. Como si tuviéramos la economía francesa y no la miseria del conurbano donde la gente salió a vender en ferias hasta los juguetes de los chicos para tener un peso con que comprar el pan.
Creyeron que todo se arreglaba con planes. Y esa gente a quien le quitaron la autonomía para salir a ganarse el mango sabe que la encerraron. Muchos no votaron al Gobierno porque los encerró y porque saben que pueden volver a hacerlo. Porque demonizaron las libertades como berrinche de los pudientes y no entendieron que laceraban más a los que peor la pasan, atandoles las manos y la dignidad. Y ahora saben que aquellos a quienes subestimaron les dijeron que no o, directamente, no fueron a votar.
En una nueva voltereta, intentan simular que de pronto les importa que vuelva todo. Que vuele el barbijo. Que refuercen las clases que ellos militaron cerrar. Que abran los boliches y que la fiesta tape la desgracia.
Si antes les hubiera importado realmente la situación que se padecía, mínimamente hubieran escuchado a quienes opinaban diferente. Y hubieran dejado en claro que lamentaban afectar derechos. Sólo por recuperar votos cambian la receta y el menú para que la gente crea que entendieron, que escucharon.
El tema es que eso ya lo hicieron. Al truco lo gastaron cuando Cristina eligió a Alberto y se decían moderados. Este tiempo de penurias los reveló como eran. Impúdicos e ineficientes. Aunque quieran engrupirla, la gente, ya sabe que aunque se vistan de la abuelita no son otra cosa que el temido Lobo Feroz.
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