[artículo publicado originalmente en Seúl]
La inesperada catástrofe electoral en las PASO del Frente de Todos desató esta semana una profunda crisis política dentro del oficialismo. A nadie debiera sorprenderle el pico de tensión en el seno de la coalición gobernante. Dos años atrás, cuando Cristina Fernández de Kirchner anunció que competiría por la vicepresidencia postulando a Alberto Fernández como candidato a presidente, Jaime Durán Barba definió muy acertadamente a la fórmula como una bomba de tiempo.
Las tensiones que sucedieron al desastroso resultado del oficialismo en las primarias y que derivaron en el recambio ministerial anunciado en la noche del viernes eran previsibles. El Frente de Todos fue una muy exitosa fórmula electoral en 2019, pero probó ser menos eficaz –para decirlo de manera suave– a la hora de gestionar. Finalmente, el Presidente se avino a hacer cambios en el gabinete mostrando que carece de autonomía respecto de Cristina Kirchner. Pese al pico de tensión, cuyo clímax fue la carta pública difundida por la Vicepresidenta, no se produjo la ruptura del Frente de Todos. Alberto recapacitó y optó por honrar su promesa de campaña de no volver a pelearse con Cristina. No hubo ni habrá ruptura porque nadie gana nada con ello. El Presidente y la Vicepresidenta deberán resignarse a la cohabitación, como una de esas parejas en la que se han extinguido el amor y la pasión pero que por razones de fuerza mayor se ven impedidas de separarse.
Es evidente que la Vicepresidenta está preocupada por las elecciones de noviembre. No sólo porque de repetirse en las elecciones generales el resultado de las primarias el oficialismo perderá bancas en ambas cámaras del Congreso, resignando la condición de primera minoría en Diputados y el quórum propio en el Senado. Sino también porque la propia Cristina quedará en una situación extremadamente frágil dentro del peronismo.
Ya meses atrás sostuve que la fuente de poder de Cristina Fernández de Kirchner residía en su predominio en el conurbano bonaerense. La hegemonía que el kirchnerismo ha mantenido en el peronismo desde que en 2005 la actual vicepresidenta derrotó a Hilda González de Duhalde en las elecciones para senador por la provincia de Buenos Aires reposa sobre el núcleo duro de votantes del que dispone el kirchnerismo en el conurbano bonaerense. La primera y tercera sección electoral bonaerense representan un 70 % del electorado de la provincia de Buenos Aires. Ésta da cuenta de casi un 40 % de los votos a nivel nacional. Habiendo, como hay desde 2015, una alternativa no peronista competitiva no sólo a nivel nacional sino también en provincia de Buenos Aires, ningún proyecto peronista alternativo al kirchnerismo resulta electoralmente viable. El presidente Alberto Fernández señaló con acierto en 2019 que con Cristina sola no alcanzaba para ganar, pero que tampoco era factible hacerlo prescindiendo de ella. La razón es simple: es posible ganar la presidencia no siendo la fuerza más votada en la provincia de Buenos Aires –como lo mostró el triunfo a nivel nacional de Mauricio Macri en 2015–, pero es imposible hacerlo siendo tercero distante en el distrito de mayor peso electoral. La conclusión también es simple: cualquier proyecto político peronista que pretenda llegar a la presidencia pasa por el kirchnerismo, que controla el ‘heartland’ de la política argentina. O al menos esa era la certeza hasta el domingo pasado.
EL FIN DE LA HEGEMONÍA
Es difícil predecir qué ocurrirá en noviembre por una variedad de razones. La participación electoral fue significativamente baja en la provincia de Buenos Aires. Sólo concurrió a votar algo más del 66 % del electorado, casi 12 puntos menos que en las primarias de 2017. A ello debemos agregar a los votantes de aquellas fuerzas que no superaron el 1,5 % de los votos mínimos y quedaron excluidas de competir en las elecciones del 14 de noviembre. Entre los votantes de los partidos que no superaron el umbral y quienes optaron por no ir a votar hay dos millones de votos. Si el oficialismo apuesta a recuperarse en noviembre, los hechos de esta semana no parecieran ser para nada auspiciosos. Más que enamorar al votante, el Frente de Todos pareciera estar empeñado en espantarlo.
Hecha esta salvedad, si los resultados de las elecciones de noviembre, tanto a nivel nacional pero especialmente en la provincia de Buenos Aires y particularmente en el conurbano bonaerense, reprodujeran el resultado de las primarias, la Vicepresidenta y el kirchnerismo en general estarían ante un serio problema. En las PASO, el Frente de Todos obtuvo un 39 % y casi un 34 % de los votos en la tercera y la primera sección electoral bonaerenses. En ambas, la declinación electoral fue de alrededor de 19 puntos respecto de 2019. Todo ello a pesar de que el peronismo concurrió unificado a la elección. Si comparamos con las primarias de 2017, se observa que Unidad Ciudadana y 1País –la fuerza con la que concurrió el hoy oficialista Sergio Massa a aquella elección– sumados representaron un 53 % de los votos. Estas cifras dan cuenta de la verdadera debacle electoral sufrida por el oficialismo en territorio bonaerense.
Si el oficialismo no mejora sustancialmente su performance electoral en el conurbano, alguien bien podría inferir que la hegemonía kirchnerista sobre un área que concentra casi 9 millones de votantes –esto es casi un 26% del electorado a nivel nacional– ha entrado en fase de declinación. Si efectivamente fuera así, ¿por qué el sector no kirchnerista del peronismo debería aceptar el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Qué razón habría para aceptar como natural que el próximo candidato a presidente sea impuesto por la Vicepresidenta, como ocurrió en 2015 y 2019? De hecho, de no revertirse el resultado de las PASO, alguien dentro del peronismo podría preguntarse si la Vicepresidenta no está conduciendo al justicialismo hacia una nueva derrota electoral en 2023.
¿Qué ocurrirá entonces si el 14 de noviembre se repite el cataclismo electoral en el Frente de Todos? Posiblemente el peronismo entre en estado deliberativo y tal vez algún gobernador que haya salido airoso en su provincia cuestione públicamente el liderazgo de Cristina y demande que la candidatura presidencial de 2023 se dirima utilizando el sistema de primarias y no mediante el dedazo de la Vicepresidenta.
Buenos Aires será efectivamente la madre de todas las batallas. No porque pronostique acertadamente la siguiente elección presidencial. Ya he mostrado en otras oportunidades que no es un buen predictor, sino más bien un verdadero cementerio de candidaturas presidenciales. Tampoco lo es por su peso en términos de bancas. La provincia está groseramente subrepresentada en la Cámara de Diputados, y en esta elección el Frente de Todos tiene más para perder que para ganar en materia de escaños en el territorio bonaerense. Buenos Aires será en esta ocasión la madre de todas las batallas porque allí se define la continuidad del proyecto kirchnerista y su capacidad de bloquear la emergencia de un liderazgo alternativo en el peronismo.
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