Religión versus Progreso

El ansiado despegue económico y social sólo será posible cuando procedamos a separar definitivamente fe y Estado

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El sueño de la razón
El sueño de la razón produce monstruos, grabado de Francisco de Goya

La religión provoca en las sociedades modernas dos problemas insolubles:

1) La fe contamina y distorsiona la razón humana; pone en un pie de igualdad a la información obtenida a través de observaciones y razonamientos y a pseudo verdades provenientes de revelaciones, sentimientos y mensajes místicos. Estos pueden surgir como ensueños o como mensajes transmitidos a través de “médiums”, videntes, Mesías o de cualquier hombre que se autoregule la potestad de poder dialogar con “Dios”.

2) La religión adopta el código moral “altruista” que aboga por priorizar las necesidades de los “otros” (alter) por sobre las propias. Esto altera el curso espontáneo de la naturaleza humana, creando culpa y generando obediencia. Esto ocurre a su vez, porque el hombre, imposibilitado de cumplir con un código moral que altera y distorsiona la naturaleza humana, se ve obligado a transgredirlo, pero al hacerlo se siente culpable.

Loris Zanatta, el destacado académico de la Universidad de Bologna nos advierte en sus libros de los riesgos que implica ceder el control intelectual y político de la sociedad al ámbito religioso, más específicamente, al “Populismo Jesuita” ; también nos anticipa que si lo hacemos, sufriremos “La Larga Agonía de la Nacion Catolica” .

Por su parte Antonio Escohotado, el destacado filósofo y jurista español, realiza una profunda investigación sobre “Los Enemigos del Comercio. Una Historia Moral de la Propiedad” en la que explica cómo la religión estimula el odio al espíritu de lucro, destruyendo de esa forma al comercio.

Ayn Rand, la destacada filósofa y novelista norteamericana, se manifiesta a su vez a favor de que cada cual pueda manifestar su devoción religiosa con entera libertad, pero nos advierte acerca de los riesgos en los que uno incurre si decide mezclar razonamientos lógicos, basados en evidencias, con atajos míticos provenientes del “más allá”.

Rand sondea los orígenes tempranos de la fe religiosa y la ubica en nuestra niñez y adolescencia; atribuye dichas creencias a la confianza que dispensamos a familiares, tutores, profesores y amigos. Necesitamos confiar en ellos para sobrevivir y por lo tanto extendemos dicha confianza a todas sus afirmaciones, aun cuando no presenten evidencias que las respalden.

Una de las principales razones de esta confianza, es el miedo, ...miedo a desafiar afirmaciones arbitrarias, órdenes arbitrarias (“porque lo digo yo”) que a su vez derivan del principio de autoridad. Cuando debemos elegir entre validar nuestra propia percepción (“yo se”) o validar las afirmaciones de terceros (“ellos saben”) elegimos la autoridad de terceros por encima de nuestras propias observaciones y conclusiones. No nos atrevemos a desafiar dichas creencias ya que el precio a pagar es evaluado como “demasiado alto”.

Generalmente este precio consiste en ser excluido , dejar de pertenecer o ser discriminado. La fe en la creencia en seres sobrenaturales, parte siempre de la creencia en la superioridad de los demás. En un mundo de obedientes, es poco saludable levantar la voz. La tribu prevalece por sobre el espíritu de independencia. Sólo quienes logran ganar confianza en la propia razón son capaces de confiar en sus propias conclusiones. La mayor parte no lo logra y termina cediendo, aceptando dogmas impuestos y dando paso a la sociedad de la “obediencia”. Mientras un hombre dispuesto a pensar por sí mismo, confía en sus propias conclusiones, quien acepta afirmaciones sin evidencias se acostumbra a obedecer. Y quien es capaz de afirmar “esto es así porque lo digo yo” sin explicar el porqué, está a menudo dispuesto también a respaldar sus afirmaciones poniendo un revólver sobre la mesa.

Un elemento importante que emplean las religiones para generar obediencia es la “culpa”. Jesús de Nazaret al aceptar su martirio en manos de sus enemigos y manifestar incluso amor hacia ellos pudo en su momento generar culpa y resquebrajar la autoconfianza del imperio romano. Después de todo es muy difícil mandar a crucificar a alguien que nos dice que nos perdona y que a pesar de todo nos ama.... El imperio romano se convirtió al cristianismo en el año 380 DC confirmando la eficacia de dicho sacrificio.

Mientras la conducta de Jesus afectaba y demolía la barbarie romana, muchos de sus seguidores perfeccionaron el método para conseguir obediencia y poder. El propósito no era ya demoler un imperio sino crear uno nuevo. Se rescata para ello la idea del “Pecado Original“. La salida del Paraíso fue causada de acuerdo a la Biblia por haber comido del fruto del conocimiento ; también por haber adquirido una mente y haberse convertido en un animal racional; finalmente por haber aprendido a Juzgar y distinguir por sí mismo lo bueno de lo malo, haber elegido trabajar para ganarse el pan con el sudor de su frente y haber adquirido la capacidad de goce sexual. La condena proviene pues de sus nuevos atributos : razonar, hacer juicios de valor,crear y disfrutar. Lo que está siendo condenado es la esencia misma de su naturaleza; por lo tanto no hay escape posible. El disfrutar de todos o algunos de dichos valores nos convierte en pecadores por lo que el resultado inevitable es que todo hombre desde su nacimiento sea pecador .

La idea religiosa sostiene que el hombre no está en condiciones de concebir a Dios y que por lo tanto, debe obedecerlo; no debe cuestionar, debe someterse.

El conflicto con la modernidad parece entonces inevitable: mientras el liberalismo y el capitalismo piden libertad, productividad, creatividad y búsqueda de la propia felicidad, la religión condena estos deseos.

Al “Pecado Original” la Iglesia suma luego un segundo elemento generador de culpa y de obediencia: emulando el sacrificio de Cristo, quiere que nos sacrifiquemos por nuestros prójimos, por el bien común, por el pueblo. Esto será emulado por la clase política reemplazando a Dios por la raza, la nacionalidad o la clase social.

El “altruismo” (“alter” significa “otro” en latin) explica que debemos poner siempre a los demás por delante de nuestra persona o de nuestros intereses. Significa dejar de lado nuestros sueños y aspiraciones en beneficio de los demás, preferentemente de los más necesitados, de quienes sufren , de los enfermos.

En este código moral, el yo, el individualismo, simboliza todo lo malo y detestable; en cambio toda acción emprendida en beneficio de los demás es símbolo de bondad. Luchar por tus propios intereses es considerado egoísta. Sacrificarse por los deseos de los demás, virtuoso.

Ayn Rand se pregunta, ¿por qué un hombre debe vivir en beneficio de otros? ¿Por que ese es el bien? No hay respuestas.

¿Por qué es moral ponernos al servicio de la felicidad de otros, e inmoral intentar conseguir la nuestra?

¿Por qué es inmoral desear cosas para uno pero es moral satisfacer deseos ajenos?

¿Por qué es inmoral producir algo y conservarlo (propiedad privada), pero es un acto moral regalarlo y que los demás lo acepten?

¿Por qué es inmoral vivir por tu propio esfuerzo y moral el aceptar vivir por el esfuerzo ajeno?

Si tienes éxito te condenan a servir al prójimo. Si fracasas no debes preocuparte ya que el gobierno pondrá a tu servicio a algún hombre exitoso para que te alimente.

La condena moral, la culpa, recae siempre sobre los egoístas, los comerciantes, los que se manejan con contratos; los beneficiarios son todos aquellos que por haber fracasado son premiados con bienes ajenos. Al altruista le preocupa el que sufre y no aquel que está en condiciones de proveer alivio al sufrimiento.

El altruismo no se conforma con la caridad voluntaria: cuando algún liberal catolico argumenta que la caridad debería ser voluntaria, responden que no hay nada malo en la compulsión siempre y cuando sea en beneficio de una buena causa; en este caso se la utilizara para atacar la perversión egoísta. Toda persona tiene la obligación moral de proteger a sus hermanos y si no desea hacerlo por las buenas, lo hará por las malas. Si se comporta egoístamente, su conducta lastimara a los demás y por lo tanto será merecedor de un castigo. Al comportarse como un delincuente moral se hace acreedor a un castigo. La “justicia social” no es otra cosa pues, que un acto de reparación hacia quienes están sufriendo la injusticia de los egoístas que no desean sacrificarse.

La religión a través de sus métodos, fe, obediencia y sacrificios ya está en condiciones de establecer la sociedad ideal. Y si aun con sus métodos no consigue obediencia a Dios, habrá allanado el camino para que líderes populistas consigan obediencia a la raza (los nazis), el pueblo (fascistas) o los proletarios (comunistas).

La ausencia de incentivos y la ruina económica que indefectiblemente estos principios provocan, muestran el fracaso de este código moral. Sin embargo, la gente, lejos de intentar cambiar dicho código, prefiere seguir ensayando fórmulas para lograr que el altruismo-socialista funcione. Tal es la fuerza de un código moral aprendido desde la niñez.

El antídoto al altruismo requiere resaltar el derecho de todo hombre de vivir para sí mismo y las cosas que él valora sin sacrificarse a los demás ni pedirle a los demás que se sacrifiquen por él .

En resaltar el derecho de todo hombre de disponer de su vida, de los frutos de su trabajo (propiedad) y de intentar alcanzar su propia felicidad.

Defender el auto interés racional no implica defender el hedonismo (búsqueda de placer a cualquier precio) o el subjetivismo (caprichos); no consiste en la búsqueda de placer instantáneo sin mirar el largo plazo. Consiste sí, en orientarse hacia una vida racional que permita el propio florecimiento.

El altruismo no debe ser confundido con el sentido de la benevolencia. Toda persona es fuente de potencial valor para nosotros: podemos intercambiar conocimiento con ella, bienes y servicios o amistad que nutran mi vida. Por ello, en toda sociedad libre se desarrollan relaciones de amistad ya que no requieren de sacrificios. Eso se llama “benevolencia” y es una noble cualidad de la especie humana.

Finalmente, es importante destacar que el principio de tolerancia exige el absoluto respeto por toda forma de pensar incluyendo las religiosas; más arriba hemos presentado los inconvenientes que la religión genera en quienes deciden ajustarse a sus dogmas y principios.

En la medida sin embargo que una sociedad no establezca un monopolio religioso o subsidie la educación religiosa, la competencia contribuirá a moderar algunas de las connotaciones negativas provocadas por el dogma.

El ansiado despegue económico y social y la marcha hacia la modernidad sólo será posible cuando procedamos a separar definitivamente religión y estado.

Si esto no ocurre, tal como nos anticipó Francisco Goya (ver grabado junto al título), los monstruos nos seguirán rondando.

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