“Il Gattopardo” es la magnífica novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa publicada luego de su muerte. Trata sobre las desventuras del Príncipe Salina y su familia en Sicilia. El príncipe, al igual que Alberto Fernández, comprende que el final de su principado se acerca. Los advenedizos tratarán de sacar rédito de lo que está por venir, que no es poco. Las elecciones del domingo pasado, que hoy parecen lejanas en el tiempo por la verborragia de los acontecimientos, comenzaron a marcar el largo camino del adiós para un Presidente desgastado, sin credibilidad y confeso violador de la cuarentena estricta que él mismo nos impuso.
El alzamiento de Alberto contra su jefa poco duró. Antes había jurado no traicionar. Luego dijo por las buenas, todas; y por las malas, nada. Finalmente depuso las armas designando el nuevo gabinete a la medida de la dueña del poder, a la vez que se convierte en el padre de la derrota electoral del domingo pasado. En tan solo siete días cambió todo para que nada cambie. Su anodina moral se mezcla con la carencia de valores éticos indispensables para liderar al pueblo en plena catástrofe. Demostró otra vez que el traje de mandatario le queda demasiado grande, dando un paso adelante en soledad para el discurso de la derrota y prometernos lo que sabe que no podrá cumplir. La pelea con Cristina terminó por sellar su suerte, quedó reducido al papel de “presidente testimonial”.
Quedan 56 días para las elecciones legislativas del próximo 14 de noviembre, las que finalmente delimitarán la nueva conformación de las dos cámaras legislativas. Será a partir de ese momento en el que Alberto comience su largo camino del adiós del cargo para el que fue ungido por la dueña del poder y ex propietaria de los votos de la mayoría. Es una verdad sabida, de la que muchos comenzaron a hablar como la exagerada diputada Fernanda Vallejos, pero el desempeño de nuestro presidente, y el manejo de la pandemia, más allá de lo que se dijo en los últimos días (y por sobre todo de lo que no se dijo aún) nunca estuvo a la altura de las circunstancias, ni de lo que los propios le pedían, ni de lo que la investidura de su cargo le imponía. Fernández será recordado por haber fracasado antes de su tiempo, lo que nos deja -a todos- un grave problema por delante: sostenerlo hasta el último día de su mandato. Sus permanentes tropiezos consigo mismo terminaron precipitadamente con su futuro político. Claudicó en la disputa por el poder entregando todo lo que tenía para entregar.
La frase más recordada de la novela de Lampedusa es: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, símbolo de la capacidad de adaptación de la coalición política que nos gobierna de adecuarse a los cambios que el termómetro de la realidad nacional y popular les impone día a día, para continuar en el poder, y desde ahí sostener su influencia y privilegios. El mequetrefe -según la cruda expresión de la legisladora Vallejos- salió perdidoso en la disputa con Cristina, ahora solo le queda agachar la cabeza y acatar. El nuevo gabinete marca el regreso de la “troupe” cristinista al Poder Ejecutivo, con una impronta mucho más dura. Vendrán con renovado ímpetu para imponer el rumbo que definió la dueña del poder. Perdieron y salen disparando para adelante, como ya sucedió en el pasado, por ejemplo con la “125”. Retroceder nunca rendirse jamás.
El “Albertopardismo” será inmortalizado por haber sido el arquetipo distópico de un presidente de la pandemia. También por las fiestas en Olivos, sus permanentes desaciertos verbales, los memes y por sobre todo por ser el mandatario que abusó emocionalmente de una sociedad entregada a su mandato en el medio de la mayor tragedia que nos tocó vivir en la historia moderna, más allá de sus ojeras y la ingesta compulsiva de dulces (que también confesó en una de sus tantas e inútiles apariciones públicas). Quedó demostrado -como si hiciera falta- quién manda y quién obedece. Ahora estará rodeado por una guardia pretoriana para asegurarse de que no haya más desvíos.
El Presidente fue el primero de los funcionarios que no funcionó y así se lo hizo saber Cristina en su última y dura carta “abierta”. Los resultados de las PASO son la demostración más clara con que la población mayoritariamente podía juzgar su gobierno. La realidad de las urnas los pasó por encima, humillando el ego cristinista y la poca unidad que quedaba en la coalición que prometió todo, emitió sin límites y nos puso al borde del abismo económico. El fracaso del proyecto populista chocó contra la pared de pobres que amontonaron con sus enajenadas políticas públicas (aspecto que la propia Iglesia se ha ocupado de señalarles muy duramente).
Nada ayuda la grotesca descalificación de la legisladora Fernanda Vallejos, vertiendo todo tipo de improperios contra el primer mandatario, entre los más significativos se destaca el de “okupa” por las implicancias políticas que implica tratar a un presidente elegido por el voto popular de “ocupante ilegal” del sillón de Rivadavia. A estas alturas es claro ya que el audio fue tirado a la cancha como parte de una estrategia y no como una filtración casual. Incluso, luego de escucharlo varias veces, sería una hipótesis altamente probable que lo estuviera leyendo, pero esto no es lo importante, sino el significado político de los dichos de una diputada que responde a la Vicepresidenta de la Nación. La vulgar dicción de la legisladora deja al descubierto una forma de ser y de sentir la política, que millones de argentinos ya hemos demostrado en las urnas no compartir.
Nuestro mandatario tiene una relación promiscua con la verdad a la que viola reiteradamente. Un personaje que en plena cuarentena dura nos exigió a punta de dedo alzado que nos mantuviéramos encerrados “en casa” no es un mentiroso, simplemente detesta la verdad. Las consecuencias de esa conducta son, en gran medida, el caldo de cultivo de un resultado electoral, que por su dimensión -impensada-, lo dejó solo y al borde del precipicio donde será sostenido hasta terminar su mandato, pero solo eso, sostenido, no apuntalado a consecuencia de su intento de amotinamiento. Es la suma de todos los miedos para un futuro de país que luce cuanto menos incierto. Y, precisamente parte de esa incertidumbre es fogoneada por el propio Presidente cuando en su discurso de la derrota (donde lo mandaron al frente a poner la cara mientras todos se quedaron a sus espaldas escuchando en silencio y con la cabeza gacha), avisa que “quiere terminar su mandato”. Vemos cómo una y otra vez se sigue tropezando con sus propios cordones.
Al Gobierno no lo incomoda la ética, directamente la detestan. Todo lo sucedido, es un claro juego por el poder, de aprietes y resistencias, de operaciones y contra-operaciones. Son los “juegos de tronos” en una versión bizarra por el control de una nación atravesada por la pobreza y el narcotráfico. La carta que dio a conocer la dueña del poder es un acto de sincericidio político. Casi “naif”, propia de una adolescente enojada, que desnuda su descontento y el poco control que tiene sobre sus impulsos. Si pensáramos que tenía una inteligencia política superior, la carta de la discordia, pone un claro manto de duda sobre su actual estado emocional e intelectual.
Los lectores avezados habrán notado que poco se habla en estos días de la pandemia, los muertos diarios, los contagiados, las vacunas que llegan y las que faltan llegar, la variante delta, más un largo etcétera de graves problemas que quedaron, al menos por ahora, en el cajón de los pendientes, porque la lucha por el poder termina siendo más importante que gobernar para sanar una nación rota. Lo que está pasando con el Gobierno es una obra de vodevil montada en la plaza pública para que todos pasen y la vean, con un detalle: el costo de la entrada es obligatorio porque terminamos arrastrados aunque no queramos ni enterarnos y no tenemos más remedio que hacernos cargo del alto precio.
Toda esta debacle institucional y la seguidilla de “berretadas discursivas” fue a consecuencia de una derrota en las PASO, que no es la elección que cuenta los “porotos” reales, solo el 14 de noviembre podremos tener una real dimensión del daño a sí mismos que se hicieron, que en los pronósticos actuales luce hoy aún mayor. El auto flagelo que se está infringiendo el Frente de Todos, pareciera por el momento, no tener fin. Como la estupidez, nunca sabemos a ciencia cierta cuán estúpido puede terminar siendo un estúpido. El problema es que todos sufrimos la consecuencia de esa estupidez colectiva, y cuanto más pobre mayor será el sufrimiento, en una nación donde lo peor se terminó juntando con lo malo.
Cristina y Alberto nos están aturdiendo con una guerra interna, dejando a una nación entera a la deriva. No entienden la gravedad de lo que está sucediendo, del déficit fiscal enorme, la emisión sin fin, la inflación y muchísimas cuestiones más que agobian al pueblo argentino. No tenemos solamente un mequetrefe a cargo del Poder Ejecutivo (Vallejos dixit), se suma una ególatra cegada por sus propios rencores. Ambos se pelean para definir quién es el padre de la derrota, cuando la naturaleza nos enseña que no puede haber un padre sin una madre.
En este laberinto de intrigas palaciegas la Iglesia también hizo su parte con una carta pública del Arzobispo Víctor Manuel Fernández -de estrecho contacto con el Santo Padre- al presidente Alberto Fernández, donde le señala una serie de fuertes y duros mensajes: “Presidente, queda poco tiempo”. “Lo hemos visto muy entretenido con el aborto, la marihuana y hasta la eutanasia, mientras los pobres y la clase media tenían otras hondas angustias que no obtenían respuesta”. “Sin embargo, algunos miembros del propio gobierno parecen pensar que la solución está en radicalizarse más, sin ver que eso sería acercarse más al abismo”. “En los últimos meses se vio una potente avanzada para imponer un lenguaje “no binario” que en las inmensas barriadas a nadie parece interesarle”. “De un estratega se espera la capacidad de leer en el momento histórico actual cuáles son los verdaderos y más grandes reclamos del pueblo, al margen de los propios gustos”. “Ya hay mucha gente cansada de esperar”.
Una vez más el ex presidente charrúa José “Pepe” Mujica nos deja una frase para reflexionar sobre nuestra realidad y lo que nos está pasando: “Le recomiendo Martín Fierro: los hermanos sean unidos porque, si no, se los comen de afuera. Lo que más precisa la Argentina es unidad con la diversidad”, “hay que apechugar con la realidad y tratar de cambiarla, y poner moralmente todo el esfuerzo, y dejar las cuestiones secundarias, el lugar de las vanidades humanas, que aparecen en momentos de este tipo”.
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