Paulo Freire (1921- 1997) fue un pedagogo brasileño, uno de los más influyentes en Latinoamérica. Sus aportes fueron fundamentales para una nueva mirada de la educación a finales del siglo XX.
La idea-eje fundamental de su pensamiento es que la educación es un acto político en sí mismo; en realidad, todo acto educativo lo es; esto es porque a través de ella se legitiman o se transforman las relaciones de poder que predominan en la sociedad. Y, en ese marco, el educador no puede ser es un técnico frío que aplica las teorías o responde acríticamente a los lineamientos del Estado, sino que, con posicionamiento político, debe reflexionar sobre sus prácticas, sobre los sujetos con quienes trabaja y sobre el contexto.
Obviamente que esta tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales, un posicionamiento donde teoría y práctica se imbrican para afrontar y/ o resolver las problemáticas educativas y donde el conocimiento no se transmite unívocamente, sino que se construye con el otro. Y, así, entonces, el estudiante es quien, en diálogo con el docente, se transforma a sí mismo, quien se libera a través de la educación, una educación que nunca es neutral ya que promueve la dominación o abre a la emancipación.
Nació en Recife, hace 100 años. Algunas de sus obras son: La educación como práctica de la libertad, El grito manso, Pedagogía de la Esperanza, Pedagogía de la Indignación, Pedagogía de la autonomía, Cartas a quien pretende enseñar y La educación como Práctica de la Libertad, entre otras.
En su segundo libro, uno de los más destacados, Pedagogía del oprimido (1968), critica a la educación de la época, a la que llama “educación bancaria”, en la cual la mente del niño es concebida como depósito de los saberes del docente. En la relación entre ambos, el educador, es quien conduce al educando en la memorización mecánica de los contenidos, convirtiéndose así el estudiante en un “recipiente” en el cual se “deposita” o se transfiere el saber, al igual que el dinero en un Banco, sostiene Freire. De este modo, como consecuencia, los alumnos archivan los conocimientos, convertidos en objetos de ese proceso, padeciendo pasivamente la acción del educador, quien queda como el protagonista en la relación pedagógica ya que posee el monopolio del conocimiento, quedando los niños en una posición pasiva respecto de su propia educación. “El educador es el que sabe, los educandos los que no saben; el educador es el que piensa, los educandos los objetos pensados; el educador es el que habla, los educandos los que escuchan dócilmente”, señala Freire al respecto. La característica de este tipo de educación disertadora es la sonoridad de la palabra y no su fuerza trasformadora y la narración del profesor es lo que los transforma en vasijas, en recipientes a ser llenados. Así es como el estudiante repite: Lima, capital de Perú, 4x4= 16, memorizando datos o conceptos sin percibir lo que significa cada uno de ellos.
En esta crítica a este sistema unidireccional de educación, concebido como un instrumento de opresión, propone un nuevo vínculo entre los profesores y sus alumnos, una educación liberadora o concientizadora. Y plantea que los estudiantes, a medida que van enfrentándose con problemas relacionados con ellos mismos en el mundo, se sienten cada vez más desafiados y obligados a responder al desafío. Pero, para ello es necesario desarrollar otra pedagogía. Se trata de llevar a los estudiantes a una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está inserto, una nueva relación en la cual el enseñar respete los saberes y la autonomía de los educandos. En este sentido, la escuela será concebida como parte de la comunidad y como el espacio creativo lleno de posibilidades para transformar el barrio, el espacio donde se aprende colectivamente, con un maestro que facilita el diálogo y un educando que es responsable de su propia voz y de su propio pensamiento.
Freire fue y es el pedagogo crítico más representativo de América Latina. Desde hace cincuenta años nos viene alentando a instar a los estudiantes a que sean capaces mirar la historia a la luz de los cambios sociales, culturales, económicos y políticos de la región y, como actores sociales que son, a interpretar y reinterpretar su realidad social para poder transformarla y ser protagonistas de su propia vida.
La tierra que la gente ama, de la cual habla, a la que
se refiere, tiene siempre un espacio, una calle, una
esquina, un olor de tierra, un frío que corta, un calor
que sofoca, un valor por el que se lucha, una caricia,
una lengua que se habla con diferentes entonaciones.
La tierra por la que a veces se duerme mal, tierra
distante por causa de la cual la gente se aflige, tiene
que ver con el lugar de la gente, con las esquinas de las
calles, con sus sueños.
Paulo Freire, 1997
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