A pesar de la crisis del Gobierno, no debemos perder de vista el mensaje de la urnas

La disputa interna del oficialismo representa el mayor acto de irresponsabilidad política que podríamos haber imaginado. Pero ahora la oposición deberá construir una alternativa seria y progresista para gobernar la Argentina

Cristina Kirchner y Alberto Fernández

Para comenzar, necesito hacer la aclaración sobre la peligrosa atemporalidad que intentaré dar a mi opinión frente a la crisis política desatada dentro del Gobierno y la que debe ser evaluada según su propia escalada, en el minuto a minuto.

Sin duda, estamos frente al mayor acto de irresponsabilidad política que podríamos haber imaginado como consecuencia de la derrota electoral del domingo pasado. Y en este sentido, quisiera que no pase inadvertida esa secuencia. Para que el escándalo no tape el claro mensaje de la ciudadanía y los desafíos que eso implica tanto para el oficialismo como -hoy más que nunca- para la oposición.

No se puede creer que en medio de la mayor crisis económica y sanitaria los miembros de la coalición oficial estén exponiendo sus peleas internas de manera tan brutal. ¿Les parece que es momento para eso? Por favor, resuelvan rápido sus cuentas pendientes para atender los problemas de las mayorías (que hoy son las de casi todos).

En momentos de políticas expansivas en todo el mundo para frenar los efectos de la pandemia, el gobierno argentino viene practicando un duro ajuste económico que han sufrido la mayoría de las personas y que ha afectado especialmente a nuestra populosa clase media. ¿Pero esto es una decisión individual que se puede achacar en exclusiva al Ministro de Economía? Claro que no.

Estamos frente a una irresponsable manera de lavarse las manos como si las decisiones no les pertenecieran al conjunto y por tanto, la derrota no fuera una cachetada que suena igual en la cara de Alberto, Cristina, Massa, Máximo, Axel y toda la casta de poderosos y privilegiados que con mucha soberbia nos quisieron hacer creer durante casi dos años que, contra lo que todos estábamos percibiendo, ellos estaban “gobernando para el pueblo”.

Está claro que la manifestación popular, tan contundente como sin matices a lo largo y ancho de todo el territorio, tuvo como motivación principal la falta de respuestas a los problemas de la economía cotidiana, la de todos los días, la que siente cada argentina y cada argentino cuando va a hacer las compras y ya no alcanza para lo que podía poner en la bolsa hace una semana. Ya no era solamente que no solucionaron el tema de la inflación sino que empezaron a ignorarlo como problema.

La caída de todos los indicadores económicos empezó a trascender las meras estadísticas que ya no podía ni ignorar el INDEC, para constituirse en una espada que partía la mesa familiar porque absolutamente en todos los hogares se registraron casos de pérdida de empleo por el cierre de un comercio, de una pyme, el despido por achicamiento de gastos, y de manera muy determinante, la caída del poder adquisitivo del ingreso que implicaba cambio de hábitos en las compras, en las comidas, en los consumos.

Mientras todo eso ocurría, y la pandemia seguía azotando con aumentos de contagios y muertes y vacunas que no terminaban de llegar, el gobierno -y en especial el Senado de la Nación presidido por la Sra. de Kirchner- depositaba sus esfuerzos en llevar adelante entre otras movidas a los mismos fines, una reforma judicial como estrategia para la búsqueda de impunidad.

Vimos claramente la impudicia de esos movimientos y por eso es imposible que alguien quiera esquivar ahora la responsabilidad que le cabe frente a la debacle electoral. Votamos eso: el rechazo a las políticas que también desde otros ámbitos dan la espalda a las necesidades sociales para atender solamente los requerimientos del poder.

La casta de privilegiados que nos gobierna también se hizo ver en la cola más rápida de los vacunados que dejaron por detrás a quienes no tienen la suerte de “pertenecer”, y se burlaron impiadosamente de los miles de familiares que dejaron a alguien internado sin poder acompañarlo porque acataban protocolos, decretos y amenazas de sanción, mientras que ellos viajaban, festejaban, reían, “se coloreaban” y tantas otras sandeces que pusieron el eje de nuestro voto en la brutal crisis moral a la que nos llevaron. Se ha quebrado el contrato social porque se ha quebrado la razón ética de la política al servicio del bien común.

Todo ha sido tan grave y tan determinante al mismo tiempo que no puede quedar soslayado frente al escándalo. Porque el resultado electoral muestra una ciudadanía que ha salido de la anomia, que se ha plantado en su dignidad y que se ha manifestado, al fin, intolerante frente al agravio de quienes sólo entienden la política para satisfacer propios intereses.

Ha sido esa manifestación popular la que ha provocado la crisis. La peor noticia hubiera sido que no reaccionarán. Y lo hicieron con los pases de factura que estamos viendo como espectadores involuntarios del grotesco que protagonizan los responsables de la mayor crisis política e institucional de los últimos años.

El pueblo argentino se ha manifestado. Eso es lo que hay que saber leer. La situación que atravesamos en presente es devenida por aquel resultado.

El Presidente viene debilitado desde hace rato, desde que todos sabemos que otros le marcan la cancha. Pero también desde que abandonó el diálogo con la oposición, el consejo de los expertos, el funcionamiento del consejo económico y social. La debilidad de Fernández y su pérdida de autoridad tiene que ver con sus propias contradicciones, con la defensa judicial de los mismos que acusó en el pasado y ahora lo acompañan. Pero también han sido el retroceso de su investidura cada vez que la Vicepresidenta hizo pública una carta o sus opiniones sobre la marcha de la gestión que ella misma integra . Su capacidad de daño es enorme. Hoy ella busca sacar los pies del plato para no hacerse cargo de las medidas que deban tomarse y de las consecuencias que eso ocasione.

Ya no había gobierno. Ya estaba “pintado” el titular del Ejecutivo. Pero que nadie se haga el distraído.

La estrepitosa derrota del gobernador de la Provincia de Buenos Aires es también la derrota de su proyecto y tal vez –ojalá- el momento en que se trunque el proyecto que pretendía a Máximo Kirchner como un sucesor (el único) continuador de ella misma en un plazo no tan largo. De un joven que sin territorialidad, ni trayectoria, ni formación, ni otra cosa que un abultado patrimonio, parecía domar a los otrora fortísimos barones del conurbano.

En esta oportunidad, la derrota tiene muchos padres y madres. Presenciamos ahora todas las acciones de desconocimiento de paternidad, la típica irresponsabilidad de quienes no se hacen cargo de sus propios actos.

Deberían saldar este debate interno que los está llevando a aniquilarse entre ellos al tiempo que aniquilan el proyecto apoyado por quienes los acompañaron. Tener rápidamente el plan -que antes subestimaron- para poner el gobierno en marcha y transitar aunque fuera con un mínimo de estabilidad política los dos años que le restan. Lo primero, es hacerse cargo entre todos los que se fotografiaban para instalar el falso relato de una unidad simulada.

Pero sobre todo, -y esto es lo que no cambiará con el paso de las horas- lo que nos ha quedado con la elección del domingo y con la crisis desatada por el Frente de Todos, es la enorme responsabilidad que se ha puesto en cabeza de la oposición: hay que construir una alternativa seria, progresista y con alto contenido ético, para gobernar la Argentina. Sin tentaciones con el pasado, sin riesgos de errores ni repetición de fracasos. No solo se trata de ganar elecciones. Se trata de gobernar y hacerlo bien, poniendo el bien común como el objetivo principal de la política que debe, siempre, asumir el desafío de hacer y dejar las cosas mejor que los que antecedieron y de tal manera que las generaciones futuras puedan reconocer y disfrutar lo que nos haya tocado hacer.

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