No entendieron nunca la gravedad de la situación

Una mirada sobre la dramática jornada que vivió el gobierno nacional, con renuncias, presiones y reclamos entre el kirchnerismo duro y los leales al Presidente

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner,
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, al encabezar el cierre de campaña en Tecnópolis

Han sido tiempos de renuncias, o al menos eso parece. En un intento más por mostrar los alcances del poder, muchos de los Ministros y funcionarios dependientes del Presidente de la Nación y muchos otros que responden a la autoridad provincial de Axel Kicillof presentaron las respectivas renuncias a sus cargos. Si bien ninguna de ellas fue formalmente expuesta de manera “indeclinable”, sino más bien que fueron escritas y divulgadas como una gran puesta en escena, lo cierto es que han provocado un gran cimbronazo político que ha echado por tierra la brisa de optimismo que reinó a partir del lunes post electoral en la Argentina y que ya es parte del pasado que no volverá, o al menos no lo hará por algún tiempo.

A esta altura resulta irrelevante la discusión acerca de si Alberto Fernández era el moderado de la relación, o si Cristina Fernández de Kirchner era quién llevaría a la Argentina a los confines de su miseria impulsando una radicalización del modelo chavista que tanto admira y venera. Lo cierto es que con apenas una amenaza de portazo masivo fue suficiente para hacer tambalear a un gobierno que de por si subsistía debilitado de principio a fin.

Creer que este debilitamiento de la gestión, de Alberto, del Kirchnerismo o de quién sea fue simplemente producto de un resultado electoral adverso es no prestar atención a lo que ocurre realmente en las profundidades más dolidas de la sociedad argentina. Tampoco importa demasiado cómo llegamos hasta aquí: tal vez fue por la pobreza que se ha generalizado y extendido a lo largo y ancho del país, tal vez fue por la destrucción del sistema educativo, tal vez fue por no permitir que cinco millones de personas puedan comer todos los días, tal vez fue la inflación y la pulverización que generó ésta del poder adquisitivo, tal vez fue la inseguridad que no para de asesinar inocentes, tal vez fue el aumento del narcotráfico o tal vez, fue todo eso junto. Lo relevante no es como llegamos hasta acá, sino en tal caso lo verdaderamente importante es lo que nos tenían prometido de cara hacia el futuro. Esta promesa de creer que nos podían seguir mintiendo, engañando y convenciéndonos de que todos eran los culpables excepto ellos, haciéndonos creer que los empresarios son los villanos de la historia, haciéndonos creer que todo se resumía al equivocado gobierno de Mauricio Macri, haciéndonos creer que el mérito no estaba en el menú, haciéndonos creer que un año sin clases no era importante, haciéndonos creer que diez por ciento más de pobres no importaban, haciéndonos creer que lo correcto era encerrarnos mientras ellos disfrutaban de la libertad a escondidas, haciéndonos creer que ellos eran la salvación porque saben imprimir billetes mientras nos inculcaban que el bienestar y las riquezas salen de una máquina de hacer pesos y no del esfuerzo y el trabajo, toda esta promesa hizo finalmente que un día gran parte de la sociedad se diera cuenta que nos estaban estafando en nuestra buena fe.

Nada mejorará a partir de aquí. Nadie invertirá en un país donde sus gobernantes perdieron toda credibilidad, donde un movimiento adrede de la vicepresidenta logra hacer tambalear su propio gobierno. Las amenazas de vacío de poder ejecutadas por la líder del kirchnerismo más duro no hacen otra cosa que confirmar el rumbo, este que no sabemos si será de moderación o de radicalización pero que si sabemos que no lograra cambiar absolutamente nada, o al menos nada de lo que a la gente le importa. El proyecto de un país serio, con un plan económico que apunte a generar empleo genuino a través de la inversión y la producción no será posible: hoy han roto la última posibilidad que quedaba, y la han roto por el simple juego del poder, ese que mientras lo juegan, los argentinos nos hundimos más y más en una decadencia crónica que solo podremos salir si quienes están allí jugándolo, un día dejan de estarlo, y si de ese juego surge que en algún momento los únicos perdedores pasen a ser ellos y dejemos de ser nosotros.

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