La coalición que no “coaliciona” pone pesos en los bolsillos e incertidumbre en las cabezas

Las coaliciones “horizontales” que se forman sin consensuar previamente un programa constituyen una maquinaria electoral relativamente exitosa, pero impiden una gestión de gobierno exitosa

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El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Foto: Franco Fafasuli
El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Foto: Franco Fafasuli

La reacción de la vicepresidenta Fernández ante la derrota electoral del oficialismo explicitó el problema central de la Argentina desde que el Presidente Macri ganó las elecciones del 2015.

En la Argentina, las coaliciones “horizontales” que se forman sin consensuar previamente un programa de gobierno, constituyen una maquinaria electoral relativamente exitosa, pero impiden una gestión de gobierno exitosa.

Al contrario de lo que sucedió con el Frente para la Victoria, que tenía una accionista mayoritaria, y socios minoristas que sumaban pero mendigaban poder, el Frente de Todos, se construyó con una primera minoría muy importante, pero que necesitaba de socios con cierta dimensión para ganar la elección. “Sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza”.

¿Cuál era el programa de gobierno de esa coalición? Para el kirchnerismo, repetir el supuestamente exitoso 2011-2015. ¿Acordaba el resto de los socios con este “programa”? No se sabe. Lo que se sabe es que era imposible restaurar el programa 2011-2015, sin reservas en el Banco Central, sin acceso al crédito internacional, sin stocks de ahorro para dilapidar, sin récord en los precios de los commodities. Por lo tanto, al menos en materia económica, un híbrido, algo del kirchnerismo, algo del ¿peronismo?, algo de ¿ortodoxia?

“Se construyó un modelo de gestión mezclando una baraja de cada color en los ministerios y reparticiones públicas”

Sobre ese NO programa, se construyó un modelo de gestión mezclando una baraja de cada color en los ministerios y reparticiones públicas. Y vino la pandemia. Sólo por casualidad esta amalgama de contexto y disparate de organización podía salir bien. Y salió mal.

Una coalición que no coaliciona para gobernar genera funcionarios que no funcionan y el desastre de gestión que hemos vivido en estos dos años.

Por lo tanto, el plebiscito sobre la gestión de gobierno tuvo, por ahora, el resultado del domingo.

El problema de ese resultado no es sólo la derrota en sí. El problema para el oficialismo es que ahora la primera minoría fracasó como maquinaria electoral. Y el resto de los socios, también. Es decir, la coalición, no sólo no coaliciona para gobernar, si no que ahora no está funcionando para ganar elecciones. Esa es la crisis política.

Es en este marco en el que hay que analizar la economía de los próximos días y de los próximos años.

La campaña rumbo a noviembre no tiene “magia”. Sólo se puede hacer, lo que de todas maneras se iba a hacer, cualquiera hubiera sido el resultado del domingo: poner pesos en el bolsillo de la gente. Pero como he repetido desde aquí hasta el hartazgo, con 50% de impuesto inflacionario sobre la tenencia de pesos, la gente no quiere pesos, quiere bienes, servicios (limitados por la pandemia y la falta de vacunación) o dólares.

“El triunfo de la oposición al alejar un escenario aún peor que el actual, delineaba un aumento del gasto y la emisión, sin un salto dramático, ni en la tasa de inflación, ni en la brecha cambiaria e inclusive, quizás, hasta le permitiría al oficialismo mejorar en algo su performance de las PASO”

Paradójicamente, la victoria de la oposición del domingo pasado, al estabilizar las expectativas en torno a que, de mantenerse este resultado en noviembre, hay que excluir la capacidad material de la primera minoría oficialista para imponer “su modelo” en lo que resta del período de gobierno, permitía que el mix demanda de bienes, demanda de dólares, fuera relativamente pacífico. En el sentido de que esos pesos no presionaran tanto a la brecha y, aunque dejaran a la tasa de inflación de agosto como la más baja del año, su repunte, no debería conducir a un desborde sin control.

Puesto de otra manera, el triunfo de la oposición al alejar un escenario aún peor que el actual, delineaba un aumento del gasto y la emisión, sin un salto dramático, ni en la tasa de inflación, ni en la brecha cambiaria e inclusive, quizás, hasta le permitiría al oficialismo mejorar en algo su performance de las PASO.

La pelea actual en la coalición gobernante, tratando de hacerle el ADN a la derrota, para ver quién es el padre, no es trivial, en la interna, porque lo que se discute es cómo cada accionista se reposiciona y como se garantiza competitividad para pelear por mantener el poder en el 2023 de manera que la coalición no se rompa.

El problema es que haber sacado esta discusión a la calle, al agregarle más ruido todavía, a los desequilibrios objetivos de la macro, pueden alterar esa relativa calma para hacer política electoral.

Otra paradoja, la oposición estabilizaba las expectativas, la pelea del oficialismo las vuelve a desordenar.

Ahora no es tan fácil predecir como será la mezcla entre consumo, precios y brecha, hasta noviembre.

“La oposición estabilizaba las expectativas, la pelea del oficialismo las vuelve a desordenar”

¿Y después? Por ahora, lo único que se puede adelantar es que el único acuerdo en la coalición gobernante es, precisamente, lograr el acuerdo con el Fondo. (El llamado a Guzmán de la Vice, lo ratifica). Pero una cosa es querer un acuerdo con el Fondo y otra cosa es querer el acuerdo que el Fondo quiere.

¿Y los próximos dos años? Con el desbarajuste macro y de gestión de los pasados dos años, y una coalición que no sirve ni para ganar elecciones, ni para gobernar, resulta difícil ser optimista.

La Argentina necesita un verdadero cambio de régimen. Este gobierno, cualquiera sea su conformación final, no es capaz de diseñarlo, y mucho menos de gestionarlo.

Así como la agenda electoral del oficialismo pasó del “vamos por todo” a “ojalá retengamos un par de senadores”, en economía a lo que más podremos aspirar es a que esta mediocridad decadente, con la estabilidad que le puede dar un acuerdo con el Fondo en el frente externo, se mantenga y no derive en un descontrol aún mayor. Muy poco, por cierto, aun así, ambicioso.

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