Fernando de la Rúa nunca se sintió cómodo con Carlos “Chacho” Álvarez como vicepresidente, ni siquiera en la campaña que lo llevó a la Casa Rosada, en 1999. Mucho menos después, en los pocos meses que “Chacho” permaneció en el gobierno, hasta su sorpresiva renuncia, el 6 de octubre de 2000.
De la Rúa prefería como vice a Graciela Fernández Meijide y su argumento era que completaba mejor la fórmula desde el punto de vista territorial, ya que representaba a la provincia de Buenos Aires, mientras que Álvarez era de su distrito, la Capital Federal.
Ése era su argumento público, formal; en privado, no lo entendía; tenía un estilo “demasiado peronista”.
En realidad, fue el ex presidente Raúl Alfonsín y líder del radicalismo quien le impuso a “Chacho” como compañero de fórmula en una dramática cena en la sede del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Tiempo después, De la Rúa contó que lo aceptó a pedido de Alfonsín como una manera de preservar la Alianza. Al final, Chacho Álvarez era el líder del Frepaso, el socio político de la Unión Cívica Radical.
Pero, fue un mal comienzo porque esa decisión —o, mejor dicho, esa falta de decisión— reforzó los prejuicios del alfonsinismo y de Chacho Álvarez sobre el carácter dubitativo de De la Rúa.
Además, “Chacho” consideraba a De la Rúa un político conservador, antiguo; casi, casi un impostor que mantenía engañado a una buena porción de la opinión pública.
Integraban nada menos que la fórmula de presidente y vice, pero ni se querían ni se respetaban.
Durante los pocos meses que compartieron el gobierno, el fuego cruzado entre el presidente y el vice —desgranado de manera indirecta, a través de gestos, alusiones y declaraciones de terceros— derivó en una modificación del gabinete, el 5 de octubre de 2000, que fue decidida por De la Rúa sin consultar con los líderes de su partido y del Frepaso, Alfonsín y Álvarez; es decir, por afuera de la Alianza.
“Ya me enteré por las radios”, le contestó secamente Alfonsín cuando De la Rúa lo llamó por teléfono para avisarle de los cambios.
Para De la Rúa, su primer gabinete no le había funcionado porque, precisamente, había sido demasiado complaciente con los pedidos tanto de Alfonsín como de Álvarez. Y pensó que ya era hora de tener un gabinete más afín a él y a su estilo.
Las dos decisiones que enojaron a Chacho Álvarez fueron que Fernando de Santibañes permaneciera al frente de la SIDE luego de su denuncia por presuntos sobornos en el Senado para aprobar una reforma laboral y que su ex compañero Alberto Flamarique resultara promovido de Trabajo a la secretaría general de la Presidencia, en el núcleo íntimo de la Casa Rosada.
En la jura de los nuevos ministros, en un Salón Blanco a pleno, al vicepresidente se lo vio de muy mal humor; tanto que se retiró sin saludar a nadie apenas terminó la ceremonia.
Para De la Rúa, Chacho Álvarez no se enojó por el nuevo destino de Flamarique: “Yo lo hablé con él antes y él lo convalidó con su presencia en el acto”. En su opinión, se molestó “por una cosa tonta: un grupo de colaboradores de Flamarique fue al juramento del Salón Blanco, que es muy pequeño, y fueron muy ruidosos con el aplauso”.
La interpretación generalizada fue que los cambios buscaban consolidar la autoridad presidencial y reducir la influencia del vicepresidente en el gobierno.
Álvarez renunció al día siguiente porque, según explicó, el cambio de gabinete fortalecía a sus enemigos internos y desautorizaba sus pedidos de renuncia de los funcionarios y senadores presuntamente involucrados en los sobornos.
“Respeto las determinaciones del presidente. Sin embargo, no puedo acompañarlas pasivamente o en silencio porque son contradictorias con las decisiones que vengo reclamando en el Senado de la Nación”, dijo, en su discurso de despedida del cargo.
La renuncia sorprendió tanto a De la Rúa y a Alfonsín como a los principales dirigentes del Frepaso.
Fernández Meijide se enteró por la mañana, cuando estaba por anunciar un convenio entre su ministerio de Desarrollo Social y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Le avisó Juan Pablo Cafiero. De inmediato, llamó a Chacho, le preguntó si estaba convencido de lo que hacía, le dijo que ella estaba en contra y le sugirió un debate interno sobre la eventual retirada en masa del Frepaso del gobierno de la Alianza.
—No, para nada, sólo yo me voy —fue la respuesta.
Álvarez había tomado tamaña decisión por su cuenta, acompañado únicamente por su esposa, Liliana Chiernajowsky. Cuando Fernández Meijide llegó al departamento del matrimonio, en el barrio de Palermo, vio que había algunos grupos de vecinos y de militantes en la calle, y “un parlante en el balcón”.
“Le pregunté a Chacho —cuenta— si tenía pensado salir al balcón que daba a la calle Paraguay, señalándole el micrófono y el parlante allí instalados, eventualidad que me parecía un despropósito. Tal vez la escena del discurso desde el balcón había sido implementada sin su conocimiento o quien fuera que hubiera imaginado una pueblada, a esa altura de la tarde se estaba demostrando que había hecho un cálculo desproporcionado y delirante. Lo cierto es que Álvarez dio la orden de desmontar todo”.
Es que Chacho se había formado en el peronismo, una cultura política donde cada dirigente sueña con su 17 de Octubre; con una marea popular que en pleno conflicto lo eleve por encima de sus enemigos y lo deposite victorioso en el centro de la escena.
Fernández Meijide sigue siendo muy crítica de la renuncia de Álvarez: “Fue un grave error que debilitó al gobierno donde más dolía —y donde teníamos mayores obligaciones— es decir, en su capacidad de garantizar la gobernabilidad y, por ende, la estabilidad de la economía y de las instituciones”.
Y todavía más: “La actitud de Chacho fue de un individualismo insólito, absoluto, que no solo hirió de muerte a la Alianza sino que destruyó a la fuerza que habíamos levantado durante más de una década”, el Frepaso.
Las encuestas indicaron rápidamente que la mayoría de la gente estaba en desacuerdo con la actitud del vicepresidente y pensaba que el gesto era el comienzo del fin de la coalición que había logrado derrotar en las urnas al peronismo.
Chacho Álvarez era un líder mediático; su principal capital era su prestigio público, logrado gracias a un asombroso conocimiento sobre cómo funcionan los medios de comunicación y cómo sienten y piensan los periodistas. Tenía un contenido apropiado; portaba virtudes reclamadas por la gente, como la honestidad, la transparencia, la ética y una actitud de lucha contra los poderosos y las injusticias.
Pero no controlaba ningún territorio y no se destacaba por la originalidad de sus ideas ni por su capacidad de gestión ni por sus aptitudes como organizador de cuadros o de masas ni por la representación de grupos específicos de poder.
Su poder dependía del público. Por eso, se desinfló cuando tomó una decisión crucial que fue juzgada equivocada: la renuncia a la vicepresidencia. La misma gente que lo había consagrado como la figura más querida y respetada del Frepaso —y, tal vez, de la Alianza— le dio la espalda.
Nunca pudo recuperarse de ese percance. Su golpe de mano contra el presidente no le dio resultado y lo sacó, literalmente, de la política grande.
Pero también el presidente resultó perjudicado. De la Rúa quedó más debilitado mientras la crisis económica y social comenzaba a devorarlo todo, hasta a su propio gobierno, que caería a finales del año siguiente.
*El autor es periodista y escritor. Texto extraído del Capítulo 6 de su libro Doce Noches (Sudamericana).
SEGUIR LEYENDO: