Con el diario del lunes las dos escenas fueron -de mínima- insólitas y -de máxima- absurdas. A las ocho de la noche del domingo, Axel Kicillof, Máximo Kirchner y Victoria Tolosa Paz se subieron al escenario del búnker oficialista en La Plata y -sin emitir palabra- dieron claras muestras de alegría, entusiasmo y oído musical.
Parecían ganadores.
Minutos después, Diego Santilli y Facundo Manes se fundían por primera vez en un abrazo fraterno. Evitaban hablar de resultados, se mostraban cansados, discretos y ponían cara de circunstancia.
Parecían perdedores.
Una hora después la carga de los datos oficiales en el sistema electoral revelaba que el Frente de Todos estaba más para la lágrima que para el baile y que Juntos lograba pintar con el color opositor la mayoría de las provincias argentinas incluida Buenos Aires.
¿Fueron todos buenos actores o los mismísimos protagonistas de esta elección, de uno y otro lado, estaban equitativamente equivocados?
Esta vez no fueron sólo las encuestas. Esta vez fallaron todos los boca de urna. De todos los números que circularon durante la jornada ninguno se acercó ni por asomo a la realidad.
La gente fue a votar y a la salida le mintió al encuestador en la cara. El yerro entre lo que se suponía y lo que ocurrió fue de entre 8 a 11 puntos. Algunas boca de urna daban por ganador al Frente de Todos por 4 y otras por 7. Finalmente ganó Juntos por 4,40 puntos.
Muchos recordaron instantáneamente el voto oculto al kirchnerismo en el 2019. Pero ahí el día de la elección las tendencias no fueron uniformes. Hubo boca de urna con tendencia para ambos lados. Ayer no. Hasta Santilli creyó que perdía en la general.
¿Cuál fue el problema? El votante bonaerense en estas PASO imitó a Pedro, el discípulo de Jesús que, sin llegar a venderlo como Judas, cometió el oprobio de negarlo tres veces durante la misma noche. O viniendo mas acá en el tiempo, como el votante vergonzante de los 90 que metía la boleta de Menem pero sin confesarlo.
La verdad emergió contundente recién cuando se contaron uno por uno los votos.
Punto para el oficialismo reconocer la derrota sin enojarse con nadie, al menos en público, y manteniendo la foto de la unidad. Si se preveían cambios para noviembre en el gobierno lo más sensato sería que el golpe de timón se diera ya. Pero anoche el balde de agua fría era demasiado reciente para poder conseguir una respuesta sensata de cualquiera de los protagonistas.
Lo que está claro es que la decisión principal está en manos de Cristina que ve peligrar su quórum en el Senado y su bastión electoral en el conurbano.
En Juntos la euforia se fue apropiando de los protagonistas con el correr de las horas. Casi como sin poder creerlo. La primer decisión también sensata fue que hablaran solo los protagonistas, es decir, los candidatos. Si bien el resultado fue contundente en general, ninguno de los que se considera presidenciable para el 2023 está dispuesto a dar ventaja.
Antes aún de que se supiera el resultado Larreta ya había anticipado que tendría un rol absolutamente secundario anoche. No era para menos si se tiene en cuenta que saldadas las PASO, el jefe de gobierno deberá intentar recomponer con todos los sectores internos si quiere llegar a la presidenciable por consenso.
Es que aunque se vea al revés, los triunfos traen los mismos dolores de cabeza que las derrotas. Está claro que Juntos ganó esta encuesta de facto en la que termina convertida la PASO en la Argentina. Ahora tiene que definir cuál es el rumbo a seguir y, sobre todo, el sistema de alianza electoral y gubernamental, si no quiere volver a cometer el mismo error que lo dejó fuera de juego ene el 2019.
Sobre todo porque Larreta no es el único que anoche se sentía ganador. De hecho ante el silencio del jefe de gobierno ganaron segunda televisivo tanto Patricia Bullrich como Mauricio Macri. El propio Manes no se quedó atrás, e insistió en diferenciarse todo el tiempo del PRO.
Lo de Macri merece renglón aparte. Exultante como se lo veía reconoció sentirse mucho más cerca ideológicamente de Javier Milei que de las palomas de su espacio. “Yo soy un liberal de toda la vida”, pregonó por televisión visiblemente impactado por los 13 puntos cosechados por Javier Milei.
El gran dilema para Juntos ahora es cómo evitar que de acá a noviembre se diluyan o pierdan parte de los votos que fueron a quienes perdieron la interna. Manes en provincia y López Murphy en Capital.
Si ganan la parada los halcones del PRO la tarea va a ser difícil. Al Gobierno le quedan pocos espacios donde ir a conseguir los votos necesarios para acortar la diferencia. La tercera vía de Randazzo se diluyó en un exiguo 3 por ciento atrás de la izquierda y la derecha. El votante de Manes tiene un componente radical progresista. Ahí van a necesitar tenerlo activo al neurocirujano aunque pretenda jugar como libero. Pero lo peor que les puede pasar es que se vaya a su casa.
Las otras internas también dejaron enseñanza. Los candidatos de Macri perdieron en Córdoba y en Santa Fe. Pero el ex Presidente nunca pensó sus armados políticos como una suma de dirigentes. Su lógica política corre por otros andariveles. Se imagina un escenario futuro cada vez más polarizado donde él emerge como lo más opuesto al kirchnerismo. Veremos si esta vez la formula le vuelve a funcionar.
Ahí también el panorama del gobierno se complica. Anoche todos los discursos opositores fueron anti K. Sin margen casi ni para la negociación. Está claro que lo que se viene en la Argentina amerita una clase dirigente a la altura de las circunstancias.
Alguien rememoraba anoche la época en que Antonio Cafiero le tendió la mano a Alfonsín para que terminara su mandato. La eclosión final de ese gobierno fue tal que se llevó a Cafiero puesto.
Buen espejo en el que ya se están mirando los halcones.
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