La democracia está viva, goza de buena salud. Una vez más funcionó. Haciendo uso del sacrosanto ejercicio del voto la gente aplicó una tremenda derrota al oficialismo. Nadie esperaba un mazazo tan enérgico, tan contundente. Nadie había pronosticado una debacle electoral de este porte. No hay lugar ni espacio alguno para segundas lecturas.
La expresión popular bajo una señal concluyente: no se puede ejercer el poder de esta manera. No se puede gobernar sin rumbo. No se tolera. Todo tiene un límite. El resultado de las urnas cortó de un golpe el relato. El hartazgo pudo más que la abulia. La reacción frente al maltrato, el abandono y el abuso fue mas fuerte que la desazón y la impotencia. Hay capacidad de reacción. Hay reserva para resistir.
La escandalosa demora en subir los datos a la flamante aplicación oficial, cuando ya se habían escrutado más de la mitad de los votos emitidos, puso en la pista de que los boca de urnas que ubicaban al Frente de Todos 5 puntos arriba en la Provincia de Bs As no estaban en lo cierto. Algo raro estaba pasando. El cisne negro se veía venir.
No hay caso. No se puede tapar el sol con una mano. Tampoco con una dilación. La verdad se impuso rápidamente. “Con un solo punto de más se gana” había arriesgado el Jefe de Estado en sus especulaciones preelectorales. No pudo ser. Perder tanto y por tanta diferencia no estaba ni en sus peores pesadillas ni en los cálculos de nadie.
Cuando a las 23.33 Alberto Fernández subió al escenario del búnker frentetodista rodeado por la plana mayor de de la coalición, su vice incluída, quedó claro quién quedó como padre designado y responsable absoluto de la derrota. Ese lugar le estaba reservado en exclusividad.
“Hay errores que hemos cometido y que no deberían haber ocurrido...algo no habremos hecho bien…” La frase evocó, casi textual, la ensayada para justificar el derrape del Olivos Gate.
Fue el único que habló. Nadie esperaba a esta altura palabra alguna de su jefa política. Estaba ya claro para todos que el frankenstein electoral que pergeñó CFK para ganar las elecciones del 2019 no sólo no le alcanzó para gobernar sino que la condujo a este estrepitoso fracaso. “Todos los que estamos aquí solo queremos la felicidad de nuestro pueblo y hemos trabajado para eso. Seguramente ha sido insuficiente” dijo.
Alberto Fernández calificó a las PASO como una encuesta y llamó a los suyos a militar para revertir el resultado en noviembre. Insistió en la idea de que están en juego dos modelos de país. Quedó claro que su idea no es corregir el rumbo, sino profundizar lo hecho hasta aquí. Error de interpretación. Nadie parece querer más de esto mismo. Se le está pidiendo otra cosa.
Resta saber qué pasará en las próximas horas con el gobierno de AF. Demasiada debilidad para encarar ya no solo los dos años que le faltan de mandato sino los tremendos dos meses que lo separan del 14 de noviembre.
Los analistas más ácidos aseguran que el gobierno se radicalizará al extremo y tensará aún más el clima de polarización que marcó los últimos días de la campaña. Es probable que drásticos cambios en el gabinete no se hagan esperar.
La unidad con la cual el Frente oficialista selló sus listas para las primarias fue una construcción contranatura. Son muy profundas las diferencias y tensiones que anidan en la entretela del oficialismo y que no tienen otro destino que implosionar tras conocerse los resultados de este domingo bisagra. No parece bastar con un chivo expiatorio.
La idea de endosar todo el costo de la catástrofe electoral a Alberto Fernández, presidente del país y del PJ es de vuelo corto y encubre un acto de mezquindad política.
No es AF el único perdedor. Cristina Fernández de Kirchner deberá admitir que los fluidos detersivos de la gestión han comenzado a perforar el núcleo duro que sostiene el anclaje territorial del kirchnerismo en el conurbano bonaerense. Allí también se le escurren miles de votos. Pero el daño más grave en su línea de flotación lo sufría en el Senado de la Nación, donde de proyectarse estos datos a noviembre perdería 6 bancas y se quedaría sin quórum propio.
Las PASO son seguramente una encuesta anticipada. Se trata de una elección abierta. Las legislativas de noviembre son cerradas y consolidan la renovación de ambas cámaras. Hay algo que está probado. La oposición tiende a sumar caudal de votos entre la primera y la segunda vuelta. Entre 10 y 20 puntos de acuerdo a algunos cálculos.
En los próximos días vendrá el análisis fino del mensaje de las urnas. queda mucha tela para cortar. Se espera del resultado de estas PASO datos que permitan perfilar nuevos liderazgos con miras al 2023. Pero ese es otro asunto.
En lo inmediato Juntos por el Cambio deberá hacer una lectura sosegada de los números recogidos. No es tiempo de festejo ni celebraciones. Se impone recoger estos datos con humildad y cautela. En el contexto de grieta y polarización extrema con la que se jugó la elección el voto bronca o voto castigo suele ser dominante. En la Argentina inestable e incierta de este tiempo nadie tiene nada comprado.
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