Suele repetirse siempre la misma historia: la política argentina tiene muy poco para mostrar. Incluso no solo la falta de logros es atribución exclusiva de la presente gestión sino que es difícil que se encuentren logros en el pasado que ameriten ser narrados. Los cierres de campaña han dado sobradas muestras de esta mediocridad.
Los partidos políticos que nunca han estado en la cocina del poder como por ejemplo los partidos de izquierda, simplemente se han limitado a repetir discursos del pasado, por un lado bien lejanos de la realidad y por el otro tan cercanos a las utopías deseadas por aquellos que no entienden bien cómo funciona el mundo moderno: son fieles creyentes de tener novedosas ideas a pesar que éstas hayan quedado atrapadas hace tiempo en el pasado pasado, subestimando a un electorado que al escucharlos no hacen más inevitablemente sonreir.
Hay otros que intentan mostrar el contraste que creen poseer para con el kirchnerismo. Si se quiere, en Juntos por el Cambio han intentado hasta el cansancio mostrar cierta idea de republicanismo, explicando intenciones y proyectos que llamativamente no impulsaron cuando dominaban el ejecutivo. Más aún: por ser elecciones legislativas los diferentes proyectos de ley que nos tienen preparados para intentar ejecutar a partir del 10 de diciembre deberían llevarse gran parte de la campaña, aunque extrañamente no hay intentos de darles impulso hoy. En su desempeño legislativo han apoyado leyes tan nefastas como la recordada y sufrida “Ley de alquileres” que casualmente nadie se molestó (al menos hasta ahora) en hacer todos los intentos para derogarla. Aparentemente, prometen que lo harán a partir de esta nueva renovación del Congreso, aunque nadie sabe bien por qué harán algo que hoy no están haciendo. Tal vez tengamos en algún momento alguna explicación, aunque probablemente no sea así.
En Juntos por el Cambio han intentado hasta el cansancio mostrar cierta idea de republicanismo, explicando intenciones y proyectos que llamativamente no impulsaron cuando dominaban el ejecutivo
Lo más delirante en esta carrera por las elecciones es sin duda la descripción de la realidad que hace el kirchnerismo en cada ocasión que tiene un micrófono delante. Incluso en el cierre de campaña Cristina Fernández de Kirchner se ha esmerado por diseminar datos con cierto grado de inexactitud, como habitualmente ocurre cuando quiere destacar algún dato de su gestión sin condecirse nunca éstos con la realidad. La ex Presidente de la Nación (entre otros datos) dijo sin inmutarse que desde que asumió este gobierno “no hubo más tarifazos”: extraña afirmación cuando hace poco más de tres meses se aplicó el último aumento en las tarifas de luz y se autorizó también un 6% de aumento en las tarifas de gas. Incluso cuando ella estaba al mando del ejecutivo, convirtió al sistema energético en un absoluto colapso que nos obligaba a importar 6.000 millones de dólares anuales (mientras no habían dólares para importar insumos para la industria o tecnología). Había hogares que pagaban 3 dólares de energía por mes, una irrealidad que ya por aquellos tiempos terminábamos pagándolo muy caro.
La actual vicepresidente también remarcó en el cierre de la campaña que la desocupación la dejó (allá por el 2015) en el 5,9%. Interesante dato teniendo como fuente al Indec, Instituto que en aquel momento se encontraba intervenido, a tal punto que no informaba sobre cuestiones elementales como la pobreza. Los datos de inflación por cierto eran los que se definían detrás de un escritorio, jamás los reales.
La ex Presidente de la Nación (entre otros datos) dijo sin inmutarse que desde que asumió este gobierno “no hubo más tarifazos”
Una de las irrealidades más repetidas por Cristina Fernández de Kirchner es aquella en la que nos quiere convencer que ella (y solo ella) le dejó de herencia a los argentinos allá por el 2015 el salario mínimo en dólares más alto de toda Latinoamérica. Extraña comparación viniendo de ella, cuando siempre se esforzó por intentar inculcarnos la idea de que teníamos que pensar solo en pesos. En fin, de igual forma el relato de la señora indica que el salario mínimo vital y móvil allá por finales de su segundo mandato presidencial era de 580 dólares (con este valor, efectivamente era el más alto América Latina). El problema que tiene el dato en si mismo es que ese salario en dólares están calculados al tipo de cambio oficial de aquel momento (unos 9 pesos por dólar). En aquellos tiempos de cepo cambiario la brecha oscilaba el 60%, por lo que medido al tipo de cambio libre de aquel momento el salario real ciertamente rondaba los 360 dólares, muy por debajo de los 580 dólares que muy convincentemente nos intenta transmitir la doctora. De igual forma ella tiene algo a favor: esos 360 dólares de entonces son muy superiores a los que el gobierno actual nos tiene acostumbrados. Hoy el salario mínimo medido en dólares libres es de 160 dólares, apenas un 45% de aquel que nos dejó ella en el año 2015.
A medida que transcurre el tiempo, cada vez somos más pobres, esa es la única realidad. Con 42% de pobreza, inflación récord, desocupación en alza y cada vez más alejados del mundo lo único que hacen es buscar un responsable, cuando todos fueron verdugos de nuestro futuro.