Estábamos iniciando el Siglo XXI. Del Siglo XX nos quedaban planteados dos desafíos:
1) La lucha contra la pobreza: la Asamblea General de septiembre del año 2000 en la ONU había planteado la “Agenda del 2030”, para erradicar la pobreza extrema para esa fecha.
2) El cambio climático: en diciembre de 1997 se había realizado la Cumbre Medioambiental de Kioto, en Japón (presidida por Argentina), que había lanzado los primeros lineamientos de un programa universal que abarcaba tanto a los países desarrollados como a los que se encontraban en vías de desarrollo, marcando responsabilidades comunes y algunas diferenciales.
Atrás había quedado la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URRSS (1946-1991) y parecía controlado el riesgo del “Holocausto Nuclear”, que había mostrado sus garras en Berlín (en 1948 y en 1961), Cuba (en 1962), varias veces en Corea (desde 1952) y en Vietnam (desde 1955 hasta 1975).
La irrupción del nuevo “terrorismo internacional”, cuyos “ensayos” se produjeron en Buenos Aires en 1992 y 1994 (en la embajada de Israel y en la sede de la AMIA) indicaron la aparición de un peligro bélico que no necesitaba de Estados involucrados formalmente y que podía producir daños extraordinarios con escaso personal y recursos. Se inauguraba así un período inédito de relación internacional entre potencias que entendieron que la cooperación global jugaba un papel tan central como la competencia y la acumulación de riquezas.
Por primera vez en la historia de la humanidad aparecía una “agenda universal” : 1) Cuidado del medioambiente, 2) Lucha contra la pobreza, 3) Combate al terrorismo internacional emergente (y su vínculo con el trafico de drogas). Para el 2015, se daban por encausados estos tres temas: 1) La Cumbre Medioambiental de París -en diciembre de ese año-, 2) La Asamblea General de la ONU -en septiembre- que aprobó los “17 objetivos del desarrollo sostenible (ODS)”. Los más importantes fueron “poner fin a la pobreza y al hambre, lograr la seguridad alimentaria, la igualdad entre los géneros y garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”. Esta misma Asamblea evaluó que “entre el año 2000 y el 2015, se logro disminuir en un 50% la pobreza”.
Respecto del terrorismo, el Consejo de Seguridad de la ONU creó, inmediatamente después de los atentados del 2001, el “Comité contra el Terrorismo” para la aplicación de las resoluciones 1.267 (sanciones a las personas vinculadas a Al Qaeda y los talibanes), la 2.253 (financiamiento del terrorismo) y la 2.322 (cooperación internacional judicial y policial). En el 2017 se crearía la “Oficina permanente de lucha contra el terrorismo” y en abril del 2018 se aprobó el “Pacto Mundial de Coordinación de la lucha antiterrorista” de la ONU con múltiples organizaciones nacionales y regionales, la Interpol y la Organización Mundial de Aduanas. Se completó esta esquema con la “Subdivisión de lucha contra el terrorismo” dentro de la “Oficina de la ONU contra las drogas y el delito” (ONUDD), por la estrecha vinculación entre el tráfico de drogas y el terrorismo. En el 2019, apareció el “cuarto punto” de la Agenda Global. Con la aparición del COVID-19 quedó claro que se debía fortalecer la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que el mundo pueda enfrentar nuevas pandemias, recurriendo a la solidaridad y no al miedo y el aislamiento.
El atentado del 11 de septiembre de 2001 fue el “disparador” de una nueva conciencia sobre los peligros que enfrentamos, si no alcanzamos una globalización sostenible y sustentable. Cada nación tiene una responsabilidad primaria de aportar soluciones que se potencien dentro de sus propias regiones y se enhebren en una red que abarque a todos lo rincones del planeta. Nunca en la historia se había planteado una agenda global de cuatro puntos, en la que coincidieran las máximas prioridades globales con las nacionales: pobreza, pandemia, medioambiente y narcoterrorismo. Un gran desafío y una extraordinaria oportunidad.