El crudo antagonismo en el plano político que presenciamos en la Argentina no es una novedad de estos tiempos. Desde el origen mismo del proceso independentista y del primer gobierno propio, las diferencias fueron muy hondas. La historiografía nos informa sobre proyectos alternativos y confrontativos entre sí y de su proyección en el tiempo, los cuales regaron de sangre, en muchas ocasiones, el suelo patrio.
La sensación de acontecimiento extraordinario se emparenta con la evolución económica de largo plazo porque, mientras el crecimiento económico es muy lento, la tasa de deterioro social se acrecienta y pone en jaque a la gobernabilidad del sistema democrático republicano. Es evidente que, en lo que va del presente siglo XXI, las distintas gestiones gubernamentales no lograron darle un sustento sólido a un sistema económico que no tiene la dimensión adecuada para dar respuesta a las crecientes demandas sociales.
La falta de crecimiento aguerrido es consecuencia de una base económica que muestra fuerte rigideces; las cuales, a su vez, se constituyen en trabas estructurales. Entre estas últimas se destacan el sistema de relaciones laborales, los permanentes déficits fiscales, momentos de descontrol de la creación monetaria por razones coyunturales con sus lógicas consecuencias inflacionarias, una presión tributaria desestimulante para lograr masivas inversiones y, consecuentemente, el déficit en materia de creación de empleo formal y productivo, entre otras. Esas trabas estructurales obligan a reconocer que, por encima del crecimiento, es necesario consensuar un programa de desarrollo, donde se tenga en cuenta las transformaciones necesarias para alcanzar un razonable ritmo de acumulación de capital.
Para tener una aproximación cuantitativa de la lenta evolución de la economía argentina, hemos enfocado su evolución desde el inicio de siglo hasta diciembre de 2019, tomando en consideración que, en marzo del año siguiente, el sistema productivo se vio alterado por efecto de la pandemia. Además, hemos tomado en cuenta la evolución de dos economías menores que la nuestra, pero que conforman el área del Mercosur, a saber, Paraguay y Uruguay. Al igual que el resto del mundo, las tres economías nacionales seleccionadas se retrajeron; sin embargo, al observar la evolución entre el 2000 y 2019, podemos detectar sensibles diferencias entre ellas.
En los últimos 20 años, el PBI per cápita de la Argentina pasó de los USD 8.639 anuales a USD 9.890, es decir, el aumento fue del 14,48%; mientras que el aumento de Paraguay fue de 218,20% y el de Uruguay del 142,65%
A principios de siglo, en 2000, el PBI argentino fue de USD 317.759 millones, el PBI paraguayo sólo alcanzaba al 2,78% de nuestra Oferta Agregada, mientras que el de Uruguay era el 7,80%. Tomando en consideración los valores de 2019, Argentina aumentó su PBI en 39,87%, situándose en los USD 444.458 millones. Por su parte, el incremento de Paraguay, en ese período, fue del 330,72% y el de Uruguay fue del 150,81%. Ya, para inicios de 2020, el PBI paraguayo representaba el 8,58% del argentino y el uruguayo el 14%.
Como se puede apreciar, si bien las tres economías crecieron durante el período considerado, todas con oscilaciones cíclicas, la tasa de crecimiento argentina fue mucho más lenta que la de sus países vecinos, motivo por el cual la diferencia inicial se recortó sustancialmente. Esto mismo se registra en el PBI per capita, dado que Argentina pasa de los USD 8.639 anuales a USD 9.890, es decir, el aumento fue del 14,48%; mientras que el aumento de Paraguay fue de 218,20% y el de Uruguay del 142,65%.
La decadencia económica argentina es de carácter estructural, es decir, nos obliga a replantear qué producimos, cómo producimos, cómo empleamos los factores productivos y cómo nos relacionamos comercial y financieramente con el mundo.
Nuestra organización institucional económica requiere urgentemente una revisión y transformación en profundidad. Cuando la base material de un país cruje, se impone la discusión y amplios acuerdos para la transformación urgente de su estructura, bajo el riesgo de perder toda posibilidad de mantener un sistema civilizado de convivencia. Sólo así se podrá abrir un nuevo capítulo en la historia económica argentina.
El autor es Profesor Emérito de la Universidad del Salvador
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