Son tiempos de iras desenfrenadas. Los que no quieren largar el mango de la sartén atropellan y escupen salvajadas, pensando que así se están protegiendo ante su carencia de ideas para sacarnos delante. Las bestias están en todos lados, ya que se juntan y acurrucan entre sí, tanto de la diestra como de la siniestra. El pueblo, casi como en un Coliseo Romano, las mira pasar, correr y pelearse, al mismo tiempo que suplica no perder o encontrar el trabajo que les permita cuanto menos seguir sobreviviendo. Mientras, los bárbaros no cesan de buscar nuevos límites que los pueda asquerosamente mostrar como invencibles alimañas. Son parte de una casta imperial y rampante. Con ellos estamos transitando el lado oscuro de la luna. Vivimos medrosos en medio de los inventores del relato y del otro extremo, los que no pueden sostener una oposición firme con propuestas superadoras. Allí por la derecha aparecen libertarios con aires frescos pero que inmediatamente caen en el Circo y terminan blasfemando como en el más barato de los burdeles. Quizás Javier, el rebelde de pelo largo, quiera ser un Caballo de Troya para penetrar y destrozar fieramente la coraza con la que se están protegiendo los que no quieren largar el queso. Puede ser una buena estrategia inicial, pero claramente no es sostenible en el tiempo. A veces se podrá necesitar dar un par de piñas, pero con eso no se puede construir consenso. Las guerras suelen traer más guerras.
La historia de la letra y el arte ha sido pródiga en la creación de Bestiarios, que no son otra cosa que recopilaciones de animales monstruosos, inimaginables, irrepetibles. El hombre siempre debió hurgar en la fantasía lo que no podía encontrar en la realidad. Así fue como dragones, harpías, centauros, sátiros, sirenas y basiliscos eran parte del imaginario colectivo de los pueblos. El hecho fascinante de escribir en forma periódica es que conlleva la obligación impostergable de leer e investigar. Y es precisamente en la lectura donde descubrimos que “para mayores novedades no hay como los clásicos”. Aquellos que corren siempre detrás de los últimos grandes libros bien debieran dar un repaso a las viejas bibliotecas para que de esa forma descubrir que las “arpías” o “harpías”, en la mitología griega, eran bonitas mujeres y que tenían como solo objetivo robar el alimento, antes que los comunes pudieran disponer del mismo. Su fin era el esquilme a los incautos. El basilisco vivía en el desierto que él mismo había creado quemando pastos y arrasando todo vestigio de vida, siendo su característica más sobresaliente la de “fulminar” y matar con una simple mirada. Esta bestia prefería la pobreza y hasta la nada misma, para así poder controlar su imperio a distancia simplemente con su visión controladora. Quien osara mirar a los ojos de esta bestia, simplemente moriría. Es claro que nuestra fauna política da albergue a variedades de arpías y basiliscos. Dicen que dicen que Alejandro Magno supo matar a un basilisco, tal vez.
En el universo de los zafios los insultos son vacuos y sin provocación intelectual. Es allí donde otra bestia, envestida de supuesta maestra, gritonea a menores usando argumentaciones que se caen por sí solas, desperdiciando así la enorme oportunidad de generar debates, quizás la mejor y única forma de instrucción. Ella no es una Minerva, Diosa de la Sabiduría, ella es Ate, la Diosa de la Fatalidad que representa todas las acciones irreflexivas y del sin sentido. Descarga ira porque no puede descargar inteligencia. Descarga odios porque no puede arrojar amores. Arroja alaridos porque no puede hilvanar pensamientos en armonía. Su salvaguarda es la saña y el encono. No tiene otras armas, ya que dentro de ella hay un hueco gigante fruto de décadas de empobrecimiento. Misericordia para ella.
Pero atención, miremos hacia aquel lado del Circo y veremos entrar a las fabulosas bestias con endorfinas convulsionadas. En algún momento, quizás, habrán aprendido que el origen del término “garchar” proviene de la palabra “garcha”, orillera palabra usada en algunos países de Latinoamérica, que designa al miembro reproductor masculino. Algunos estudiosos nos achacan a los argentinos la inventiva de esta palabra, lo cual quizás ameritaría un orgullo. Pero a la vez, estos eruditos le dan otro significado, como es del describir elementos de muy mala calidad o factura. Hasta incluso el vocablo se lo podemos atribuir a personas o cosas execrables (este auto es una “garcha” o fulano es una “garcha”). Pareciera que no están tan errados los investigadores. Los escritos consultados aducen que “garchar” no implica mantener una relación sentimental seria o profunda, ya que solo bien puede ser realizada por el mero hecho de mantener una relación sexual sin compromiso alguno. En resumen, bien se puede garchar mucho aquí, total mañana me puedo ir a garchar a otro lado. Las bestias de hoy son camaleones nómades a los que debemos reconocerles la velocidad en cambiar de color según las circunstancias, su veloz lengua y sus ojos que tienen la cualidad de ser movidos independientemente el uno del otro. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Autodefinirse como que en tal partido político se garcha más, probablemente sea una muestra de debilidad y nunca mejor aplicado, el “dime de que alardeas y te diré de que careces”.
La tarde caía sobre el Coliseo. Las bestias volvían a sus criptas para beber entre ellas, quizás sacarse algunas fotos que luego subirían a sus redes y sobre todo recargarse para el día venidero. Afuera, lentamente, el vulgo volvía a sus aldeas. En sus caras había sonrisas tristes por el espectáculo visto. Sonrisas porque lo escatológico y el morbo siempre han despertado emociones, pero también tristeza porque el mango faltaba y las angustias venían ganando. Sería muy difícil pensar en el garche, muy difícil.
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