¿Cuántos chicos abandonaron la escuela durante la pandemia en la Argentina? En la evaluación de continuidad pedagógica que el Ministerio de Educación hizo en junio de 2020 se detectaron 1.1 millones de chicos que se habían desvinculado de sus escuelas. El 10% del total si se considera a los 11 millones de alumnos que componen la matrícula de los niveles inicial, primario y secundario. Una nota de Infobae de junio pasado resalta dos hechos de consideración: en los jardines de infantes no se preguntó cuántos niños habían perdido el contacto con la institución y el relevamiento no tomó en cuenta la segunda mitad del año, en la que con seguridad más estudiantes quedaron en el camino.
Los jardines de infantes representan la punta del iceberg de la vergonzosa brecha educativa que sufre nuestro país. Las condiciones iniciales son fundamentales, es de necios el negarlo. El pasado 7 de agosto el New York Times publicó una interesante nota al respecto, la cual resulta relevante para nuestra realidad.
A medida que la pandemia se hizo sentir en los Estados Unidos, más de un millón de niños que se esperaba que se inscribieran en las escuelas no se presentaron, ni en persona ni en forma virtual. La caída más pronunciada se produjo en el jardín de infantes, con más de 340,000 estudiantes no inscriptos, según datos del gobierno. Muchos de ellos los más vulnerables: niños de cinco años en vecindarios de bajos ingresos.
Como bien señala la nota, “las desigualdades en las oportunidades educativas se acrecentaron aún antes que muchos niños pasarán siquiera un día en el aula”, pues la caída fue un 28% mayor en las escuelas de vecindarios por debajo y justo por encima de la línea de pobreza, donde el ingreso familiar promedio para una familia de cuatro integrantes es de menos de US$ 35.000 anuales.
La nota presenta un detallado análisis realizado por el NYT en colaboración con la Universidad de Stanford, el cual reporta que en los 33 estados estudiados, 10,000 de 70,000 escuelas públicas perdieron al menos el 20% de sus niños en el jardín de infantes. Por ejemplo, en Filadelfia, donde casi todos los estudiantes son de familias de bajos ingresos, la inscripción en el jardín disminuyó en más de una cuarta parte, tres veces la tasa nacional.
Es claro que la virtualidad fue un factor relevante. Los distritos que se volvieron estrictamente remotos experimentaron un 42% más de disminución. Las entrevistas realizadas en tres ciudades que experimentaron algunas de las mayores caídas en la inscripción en el jardín: Filadelfia, Jackson (Missouri), y Honolulu, son ilustración fehaciente de la dificultad de tratar de educar a los niños más pequeños de forma remota y, fundamentalmente, lo poco que los padres confiaron en ello. En Hawái, por ejemplo, donde las escuelas operaron casi en su totalidad de forma virtual, los colegios experimentaron una de las mayores disminuciones de matrícula de kindergarten en todo el país.
Retornemos a nuestra realidad. Es reiterativo afirmar el inmenso costo en el terreno educativo que dejarán las políticas llevadas a cabo para enfrentar la pandemia. La deserción, de sobremanera en la escuela secundaria, en estudiantes pertenecientes a familias de bajo ingresos o fuertemente golpeadas por la crisis económica, será una de las peores herencias de esta tragedia sanitaria.
Sin embargo, esto nos lleva a no percibir la punta del iceberg de una inmensa brecha educativa que se agiganta cada vez más, para vergüenza de nuestra sociedad: ¿cuántos niños, de familias de bajos ingresos, ven significativamente afectadas sus posibilidades de vida futura, aún antes de pisar por primera vez una escuela primaria? Tomemos conciencia de ello, mañana será tarde.
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