Los 70′ y una lectura del pasado que nos reduce a este horrible presente

Sólo revisando esa etapa saldremos de esta grieta donde sobran pasiones carentes de razones

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández
Cristina Kirchner y Alberto Fernández en el edificio de la ex ESMA

Deformar el pasado termina frustrando el presente y limitando la construcción del futuro. Habitamos una decadencia con dos grandes falsificaciones, la de los setenta que pretende convertir a la guerrilla en un aporte más importante que el peronismo y la del anti peronismo que quiere achacarnos todos los males como si antes de Perón o en los dieciocho años de posterior dictadura hubiéramos habitado el paraíso.

La deformación guerrillera tiene sus dogmas, “treinta mil desaparecidos” es la señal de pertenencia a la secta que disfraza de heroísmo el oscuro pragmatismo kirchnerista. Los otros dicen “setenta años”, una manera solapada de culpar a la democracia asumiendo de paso su filiación a las dictaduras que supieron convocar y denostando las elecciones y el voto popular.

Luego vienen los que solo hablan de dinero, que explican “populismo” cuando hubo reparto y también la alternativa sin nombre que usan la palabra “racionales” y se aplica para cuando estuvieron ellos. Ensalada de ideas y tiempos que vuelven imposible la comprensión.

Lo cierto es que fuimos una sociedad en crecimiento hasta el año 75 y transitamos la decadencia desde ese mismo año. Conservadores, liberales, radicales, peronistas y hasta golpistas nos permitieron crecer, y casi todos ellos en los últimos años nos sometieron a distintos gradientes de caída.

El gobierno ahora intenta explicar todo por los tiempos de Macri, opino que fue muy malo pero no alcanza como única explicación. Los Kirchner son también responsables de esta pobreza, toda opinión que acuse únicamente al otro es una indudable deformación de la realidad. Culpas sobran y compartidas, tanto la visión guerrillera vigente como la gorila que le responde implican degradaciones del pasado puesto a la medida de sus necesidades.

La guerrilla nunca se hizo cargo de sus muertos tanto como los anti peronistas intentan olvidar sus masacres. El General intentó integrar a la guerrilla surgida de la dictadura de Onganía y los anti peronistas arrastran sangre desde los bombardeos a Plaza de Mayo como las ejecuciones de Valle y Cogorno y los asesinatos en los basurales de José León Suarez. Dos maneras de asumir el pasado que limitan o mejor dicho impiden el encuentro. Menem y Macri corresponden al mismo partido más allá del disfraz que cada uno prefiera. Son liberales de mercado sin concepción de patria.

Los Kirchner se refugiaron en la deformación de los derechos humanos al intentar darle una explicación a su pragmatismo, una matriz que hoy queda al desnudo en el Presidente. Una izquierda sin dignidad y una derecha sin ideas coinciden en empobrecer a nuestra patria. El radicalismo y el peronismo, dos etapas del desarrollo de la conciencia nacional se encuentran en aquel abrazo y nos dejan una herencia imprescindible de ser asumida.

Luego el Gobierno reivindica la guerrilla y los del PRO heredan los odios que ayer convocaban dictaduras. Es ahí donde el análisis del pasado se vuelve esencial, sólo asumiendo aquel logro que significó el encuentro y teniendo conciencia de la necesidad de enfrentar los dos fantasmas de la grieta hay destino común. Las dos violencias, la concepción del otro como enemigo, no dejan salida, o síntesis superadora o carencia de futuro. La patria es aquel encuentro del que forman parte todos los sectores nacionales y populares, donde los violentos de ambos extremos no serán dos demonios, pero en sus consecuencias encontrarán sus semejanzas.

Algunos creen innecesario revisar el pasado, la gente del PRO no le dio ninguna importancia, ese es el drama de la política en manos de los consultores, le anestesian las pasiones y la suelen dejar sin alma. El peronismo, con sus gobernadores, sindicalistas y funcionarios, fue indiferente ante la deformación que la izquierda impuso de la historia.

Desde Página 12 al canal Encuentro, una visión que resulta de un marxismo sin ideas y una guerrilla disfrazada de derechos humanos, esa mezcla rara de Museta y de Mimi refiere al tango y desnuda el cambalache. Ese dogma militante de la supuesta “teoría de los dos demonios” no alcanza para disimular la traición a la patria que implicó la violencia en democracia. El asesinato de Rucci y tantos otros cuya responsabilidad pretenden negar los deja expuestos en lo más atroz de su pretendida heroicidad. Fueron violentos durante el gobierno peronista que les ofreció enormes cuotas de poder y lo enfrentaron convencidos de poder derrocar a la dictadura, fracaso del cual lograron reconocimientos que jamás merecían.

Reedito mi libro Juicio a los setenta con la convicción de que sólo revisando esa etapa saldremos de esta grieta donde sobran pasiones carentes de razones. Para heredar aquel abrazo histórico necesitamos superar a sus detractores, a los que asesinaron a Rucci después del triunfo democrático que había superado el sesenta por ciento. Las denostadas Tres A no fueron la causa sino la consecuencia, la violencia engendra violencia, y ellos pretenden ser víctimas del Estado, de ese Estado que nunca dejaron de cuestionar y saquear.

Pacificar es necesario, solo será posible cambiando esa lectura del pasado que nos reduce a este horrible presente. El kirchnerismo es tan solo una versión del anti peronismo, algunos de la oposición suelen ser peores pero eso no salva a nadie. El Presidente no permite lealtades mientras espanta admiraciones, los forjadores de un país para pocos intercambian acusaciones desde sus poltronas de vencedores. Una caterva de mediocres se retribuyen caricias a sus egos como si ese patético espejo de individualidades que se ignoran justificara la miseria que han sembrado. Falta el autor que ponga a la vista el odio de los gestores de esta miseria, está claro que el Presidente no da para tanto pero, la oposición tampoco, la conducción es clandestina y la verdad que da tristeza apenas asoma su rostro codicioso.

Con la firmeza de sus odios y la nebulosa de sus propuestas, las dos burocracias se enfrentan en un proceso electoral donde intentan disimular la profundidad de sus acuerdos. La mediocridad de sus expresiones ilumina la energía de su complicidad.

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